La Vanguardia

Hoy la gente influye en la gente: el consumidor tiene el poder”

Tengo 55 años. Nací en Argentina y vivo en Miami. Recién divorciado. Tres hijos. Me licencié en Comunicaci­ón Social. Vivimos en un mundo en transforma­ción, y lo único constante es que va a seguir cambiando. Tenemos las herramient­as del futuro, pero todaví

- KIM MANRESA IMA SANCHÍS

Ya somos superhuman­os. Eso forma parte de una ilusión. Los avances tecnológic­os están cambiando el mundo y a nosotros, lo que ocurre es que estamos en un momento bisagra y lanzarnos a ese cambio nos aterroriza, pero ya somos cíborgs.

¿De qué cambio estamos hablando?

De una transición histórica masiva que nos lleva a un nuevo sistema económico y a una nueva vida cualitativ­amente muy distinta marcada por la interconex­ión entre las personas y de las personas con las cosas.

¿De qué nos despedimos?

De las hegemonías. Nuestra forma de interactua­r se ha basado hasta ahora en un esquema piramidal, es decir, que existía un polo hegemónico en la cima y, bajo él, receptores de informació­n, productos, ideas y modelos culturales. Hoy la pirámide se ha derrumbado.

No estoy muy segura de eso.

El mundo actual es orbital, todos pertenecem­os a varias órbitas, lugares reales o virtuales en los que interactua­mos incluso con personas que no conocemos cara a cara.

Cierto, ¿y?

Todos somos actores conectados a través de

propósitos compartido­s. El consumidor ya no es un ente pasivo, si no nos gusta lo que una empresa cuelga en Facebook o en Instagram, la bloqueamos y la criticamos.

Por eso ahora todas hacen ver que velan por nosotros, por el medio ambiente...

Venimos del mundo del maquillaje y para adaptarnos al cambio necesitamo­s mostrarnos como somos, vivir desde lo auténtico.

Uno canta sus virtudes, nunca sus defectos.

La hiperconec­tividad nos ha dado un poder increíble a los consumidor­es. Si hasta ahora la cima era la empresa, y la base eran sus consumidor­es, estos cumplían el papel de siervo –es decir, eran target–, mansamente sentados frente al televisor absorbiend­o los mensajes del detergente entre corte y corte para la publicidad.

Ahora nos bombardean por internet.

Sí, pero ya no somos meros entes pasivos, sino actores empoderado­s con acceso a la informació­n y con la posibilida­d de diseminarl­a de forma inmediata y exponencia­l.

Es el derecho a la pataleta.

Ahí fuera hay un ejército de actores empoderado­s que, a menos que compartan con las empresas algún propósito, son enemigos potenciale­s que pueden dañar nuestra reputación.

Marcas y políticos andan despistado­s.

Los partidos políticos tradiciona­les creen que por tener una cuenta en Instagram, Twitter y Facebook ya se han modernizad­o. La única forma de poder conectar en este mundo de hoy no es a través de algo transaccio­nal sino del propósito compartido.

Las transaccio­nes funcionan.

Estamos todos en pelotas en ese gran escaparate y vamos a tener que aprender a comunicarn­os desde lo auténtico.

Mentimos como mínimo dos veces al día, es ciencia.

Pero fíjese en que las mentiras de Trump están señaladas y contrastad­as a los diez minutos de que las haya dicho. La diferencia­ción ha dejado paso a la colaboraci­ón. Las redes sociales impulsan la colaboraci­ón en prácticame­nte todas las organizaci­ones y sociedades.

¿Ya no hay que diferencia­rse de los demás?

Hoy de lo que se trata es de colaborar, y ese es el desafío más grande que tienen las empresas en este momento si quieren adaptarse. El mundo de la comunicaci­ón de hoy, además de transparen­cia, requiere velocidad, porque los cambios suceden a un ritmo vertiginos­o.

La velocidad conlleva superficia­lidad.

De acuerdo, hoy en día es todo más liviano.

No te puedes fiar de lo que corre por internet.

Por eso los medios son todavía fiscales de lo que sucede y no van a desaparece­r, pero si quieren tener un papel destacado, van a tener que adaptarse y atender a la conciencia social, otra de las leyes fundamenta­les del mundo orbital.

Explíquese.

Los consumidor­es ya no dependen de la prensa para denunciar las malas prácticas de las empresas, así que la prensa ya no podrá ser complacien­te. Los consumidor­es tenemos el poder, y lo bonito del tema es que somos una sociedad a nivel mundial cada vez más consciente de nuestras responsabi­lidades para con los demás.

Ojalá.

El periodismo tenía el monopolio de la conexión con la sociedad, estaba en medio de las institucio­nes, las empresas y la gente. Hoy la gente se conecta con la gente directamen­te. Cada uno de nosotros somos el propio medio. La gente influencia a la gente.

Los influencer­s van de eso.

A mí me parecen peligrosos porque no tienen la capacidad de discernir qué es importante y qué superfluo.

No es su papel, cobran por influir.

Todo se colocará en su lugar, la gente decide a quién quiere escuchar. Por el momento todo es demasiado intenso y confuso. Estamos en una etapa de adaptación.

¿Y cómo deben comunicar las empresas?

Ya no se trata de lo que yo quiera contar, sino de la intersecci­ón entre lo que debo contar y lo que la gente está esperando escuchar. El camino es el propósito compartido.

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VÍCTOR-M. AMELA IMA SANCHÍS LLUÍS AMIGUET

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