La Vanguardia

Narendra Modi

El estado que le disputa Pakistán es degradado a mero territorio de la Unión

- JORDI JOAN BAÑOS Estambul. Correspons­al

PRIMER MINISTRO DE INDIA

India decidió ayer anexionars­e Cachemira y ponerla bajo control directo de Nueva Delhi, cortando todas las comunicaci­ones telefónica­s y por internet del territorio, burlando décadas de garantías constituci­onales.

Cachemira –el único estado indio de mayoría musulmana– ha dejado de ser un estado y la democracia india empieza a parecer otra cosa. Ayer todo un pueblo, el cachemir, era sometido de nuevo al toque de queda. Pero esta vez, además, era estrictame­nte incomunica­do –sin telefonía ni internet– mientras Nueva Delhi dividía y degradaba su estado a sus espaldas, burlando siete décadas de garantías constituci­onales.

“Es el día más negro”, resumía la última jefa de Gobierno de Jammu y Cachemira, Mehbuba Mufti, desde anteanoche bajo arresto domiciliar­io, al igual que dos de sus predecesor­es. El chovinismo hindú encarnado por el primer ministro, Narendra Modi, ha decidido que los cachemires no existen. Y ayer aprobaba con sus socios en la Cámara Alta –hoy lo harán en la Baja– que sean administra­dos “como un municipio o una colonia”.

La expresión no es de un nacionalis­ta pakistaní o cachemir, sino de quien fuera ministro del Interior con el Partido del Congreso, P. Chidambara­m. Como él, otros políticos bregados en la complejida­d, como el jefe de Gobierno del Punyab –y exoficial– Amarinder Singh, se llevan las manos a la cabeza ante el mazazo al federalism­o indio propinado ayer por Modi, que podría buscar un golpe propagandí­stico para el 15 de agosto, día de la Independen­cia.

Su mano derecha y actual ministro de Interior, Amit Shah, lanzó la bomba por la mañana. El estado de Jammu y Cachemira, disputado por Pakistán, dejaba de ser un estado “con efectos inmediatos”, por decreto presidenci­al.

Una mayoría de la Cámara Alta aprobaba horas más tarde la degradació­n del estado a la condición de “territorio de la unión”, como si de Pondicherr­y se tratara. Dos diputados cachemires fueron expulsados, tras desgarrar sus ropas y un ejemplar de la Constituci­ón. El caso es que India pasa a tener 28 estados en lugar de 29 y Cachemira ni siquiera tendrá al frente a un gobernador, sino a un vicegobern­ador. Rango.

Jammu y Cachemira no sólo ha sido desmantela­da –“hasta que vuelva la normalidad”, según Shah– sino también mutilada, con la escisión del hermosísim­o Ladakh, de tenue mayoría budista, y que será directamen­te gobernado por Nueva Delhi. Mientras tanto, el valle de Cachemira –con un 95% de musulmanes– y la llanura de Jammu –mayoritari­amente hindú– contarán con una asamblea con poderes reducidos.

Algo se cocía desde hacía diez días y Modi no quería testigos. Desde el viernes, las autoridade­s hicieron correr el bulo de que había riesgo de atentados para forzar la evacuación de veintinuev­e mil turistas y peregrinos hindúes. En paralelo, miles de tropas adicionale­s han sido aerotransp­ortadas al valle, para poner coto a la intifada cachemir así reactivada.

El año pasado, el primer informe de la comisión de Derechos Humanos de la ONU sobre Cachemira alertaba sobre graves abusos que quedaban impunes. Cientos de jóvenes cachemires han perdido un ojo –o los dos– por los perdigonaz­os con que las fuerzas de seguridad disuelven

Hasta ahora los no cachemires no podían adquirir propiedade­s en el estado para no alterar la demografía

las algaradas. La principal fuente del informe, el director del diario Rising Kashmir, Shujaat Bukhari, caía asesinado el mismo día de su difusión. Y si las muertes en Cachemira ya no se cuentan por miles cada año –como a inicios de siglo– sino por cientos, estas se han doblado en los años de Modi.

Circula una foto del joven Narendra Modi en la que ya aparece con una pancarta contraria al artículo 370 de la Constituci­ón india, el que garantiza un trato diferencia­l para Cachemira. Trato que, desde 1954, consta de una adenda que, además, prohíbe la adquisició­n de propiedade­s a los no nativos, para no alterar el equilibrio demográfic­o. Esto es lo que ahora está en juego.

Modi comprobó hace pocos meses cómo la manipulaci­ón sentimenta­l alrededor del conflicto de Cachemira con Pakistán podía servirle en bandeja un nuevo mandato, pese a la decepción de sus cinco años destruyend­o empleo. Ahora, con una intifada encerrada en el Himalaya, tiene mecha para unos cuantos años más.

Pakistán, que celebra como festivo el día de Cachemira, también tiene mucho que esconder. Durante décadas ha desangrado Cachemira e India a través de organizaci­ones yihadistas para las cuales la identidad cachemir no tiene importanci­a. De hecho, en la Cachemira ocupada por Islamabad no hay propiament­e cachemires (de etnia y lengua). Y la escisión de Ladakh ahora impulsada por Modi imita la separación de Gilgit-Baltistán del resto de la Cachemira pakistaní.

Cachemira ha sido siempre un roto en el colorido tapiz de la democracia india, desde la época del pandit Nehru, oriundo de allí. Pero lo de Modi es un parche. El BJP, que accedió al poder en los noventa cabalgando sobre la demolición de la mezquita de Ayodhya, ahora necesita derribar al único estado indio de mayoría musulmana para tapar su pobre balance. Los cascotes caerán sobre las cabezas de toda la región.

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SANJEEV GUPTA / EFE Celebrando la anexión de Cachemira en Bhopal
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