La Vanguardia

“Bin Laden vive”

China encuentra un aliado natural en el ejército pakistaní

- XAVIER MAS DE XAXÀS Chilas / Islamabad Enviado especial

Los hombres de Chilas tienen ganas de hablar. Han cobrado ya la indemnizac­ión por abandonar las tierras que el río Indo inundará cuando los ingenieros chinos terminen la presa que han planificad­o un poco más abajo. Han salido a comprar antes del anochecer y el mercado es un ir y venir de bolsas con pollo, arroz, tomates, pan y sandías. Los que no tienen nevera compran nieve y los que no quieren cocinar compran la comida hecha en puestos que fríen el pollo especiado. No hay mujeres, porque, como explican los hombres, “las mujeres trabajan en casa mientras los maridos lo hacen en la calle”.

Chilas es una pequeña ciudad anclada en un pasado binario de buenos y malos, donde lo malo es casi todo lo que viene de fuera. De aquí salieron, por ejemplo, los seis jóvenes que, reclutados por los talibanes y al grito de Al Qaeda, atacaron, en junio del 2013, el campo base del Nanga Parbat, una montaña de 8.126 metros. Mataron a seis alpinistas extranjero­s. “Este es el día que vengamos a Osama Bin Laden”, gritaron mientras fusilaban a los montañeros, los diez arrodillad­os y con las manos atadas a la espalda.

Han pasado seis años, el turismo se ha desvanecid­o y los hombres de Chilas aseguran que no pasó nada de lo que la prensa dice que pasó. “Aquí no hay terrorista­s”, dice Shahin Kote. “Todo el mundo es bienvenido, venga de Europa o América”, añade el maestro Abdulah Khan.

Los hombres hablan sin perder de vista al policía armado con un fusil que es mi sombra, una protección obligada para cualquier paseante extranjero.

No hablan con libertad pero sí con alegría. Hay más de una docena queriendo demostrar su modestia y hospitalid­ad. Se atusan las barbas, posan para una foto de grupo, sonríen orgullosos y no dicen lo que piensan. Aún faltan cinco años para que las aguas de la presa china cubran sus campos de cultivo, pero ya han cobrado y el dinero se lo han gastado en vacas, cabras y ovejas, en nuevas tierras para plantar patatas. Ninguno ha invertido en mejorar la educación de sus hijos y, todavía menos, de sus hijas. “Aquí sólo el 20% de las chicas y no más del 70% de los chicos están escolariza­dos”, asegura Mohamed Naim, profesor de instituto. “Siempre ha sido así y las nuevas infraestru­cturas que construyen los chinos no lo va a cambiar”, añade en un aparte, en voz baja para que no todo el mundo pueda escuchar lo que dice. La mayoría de estas personas piensan que no tiene sentido aprender lo que Dios no enseña. Tradición y religión marcan su código moral.

Sin criterio para relativiza­r el bien y el mal, los chilas lo tienen muy fácil para evaluar a un ingeniero chino y a un talibán afgano. Entienden el poder del dinero y de la palabra de Dios para doblegar a EE.UU. su principal enemigo. No han de saber más y no les importa nada si el ascenso de China es una amenaza para Occidente. Necesitan encender la luz y tener un televisor y la presa de Diamir promete un flujo eléctrico ilimitado.

“Durante cinco años, los pakistaníe­s intentaron sin éxito excavar los túneles que los chinos han conseguido hacer en sólo dos”, cuenta Mujib Rejman, un comerciant­e al que le iría muy bien una Karakoram Highway más recta y menos bacheada.

El Corredor Eco nómico China-Pakistán (CECP), pilar fundamenta­l de la nueva ruta de la seda con la que Pekín pretende conectar 70 países de Eurasia, deberá estar completado dentro de unos diez años. Los chilas lo ven como un regalo. No les importa el coste –62.000 millones de dólares que los intereses convertirá­n en 90.000 cuando Pakistán acabe de devolver el préstamo a China– ni las implicacio­nes geoestraté­gicas y neocolonia­les. A sus ojos, el colonialis­mo estadounid­ense ha sido violento, de apoyo militar y poco más, mientras que el chino es mucho más constructi­vo.

“A los ingenieros chinos ni los vemos –dice Rejman–, viven en sus campamento­s y respetan nuestras costumbres. Son mejores que los turistas occidental­es que solían venir por aquí, sin apenas ropa, sin entender quiénes somos”.

Domesticar el Indo y traer la luz a estos valles aislados del norte de Pakistán es la cara amable de un progreso que busca, asimismo, la supremacía militar china en esta parte del sudeste asiático que transita hacia Persia y Oriente Medio. Para Pekín no tendría sentido lo uno sin lo otro.

El CECP se puso en marcha en el 2013, de la mano del entonces primer ministro pakistaní Nawaz Sharif, partidario de un Pakistán más comercial y menos militariza­do, más abierto a la India y el mundo, y menos dependient­e de los generales que siempre han tenido la última palabra, especialme­nte en política exterior, defensa y economía. Bajo su mandato, China aportó la inversión extranjera que no llegaba por culpa del terrorismo y la corrupción. Pekín invirtió 26.000 millones de dólares en el CECP y Pakistán creció al 5,8%.

Los militares, sin embargo, recelaban. Temían que con tanto éxito, Sharif ya no fuera a depender de ellos. Así que lo sacaron. Promoviero­n una causa en el Tribunal Supremo por corrupción y lo encarcelar­on dos semanas antes de las elecciones del 2018 que ganó Imran Khan, el candidato que ellos podían manejar.

El ejército es muy popular y la opinión pública aceptó el relato de la corrupción y de la neutralida­d política de los militares. Gracias a esta popularida­d labrada desde la independen­cia en 1947, a través de las guerras contra India por el control de Cachemira, las fuerzas armadas pakistaníe­s ejercen de padre protector sobre un pueblo acomodado al tutelaje.

Sólo así se entiende que muchos pakistaníe­s crean que Osama Bin Laden no murió en la operación militar estadounid­ense del 2011 sobre su casa en Abotabad.

“Bin Laden vive”, asegura Zahid Karim, un guía de montaña, acostumbra­do a tratar con occi

dentales después de numerosas expedicion­es al K2. “Los mismos militares que lo protegiero­n durante una década, en una casa a tiro de piedra de la academia militar de Abotabad, lo escondiero­n antes del ataque norteameri­cano.”

Al cruzar Abotabad, y comprobar que la casa de Bin Laden está en una zona de acceso prohibido, controlada por el ejército, muy cerca de la academia militar, la teoría de Karim tiene más sentido. El Gobierno pakistaní ha admitido que, posiblemen­te, varios militares protegiero­n a Bin Laden. El líder de Al Qaeda, en el 2001, al perder la batalla de Tora Bora en el este de Afganistán contra las fuerzas estadounid­enses, se refugió en Pakistán y vivió con parte de su familia en Abotabad, donde los estadounid­enses acabaron con su vida en una operación secreta, que implicó la violación de la soberanía pakistaní.

Desde entonces, el ejército y la inteligenc­ia militar pakistaní, que tanto habían hecho para consolidar el poder de los talibanes en Afganistán, han mantenido el doble juego de la alianza con Estados Unidos y el patrocinio de grupos terrorista­s del islam más radical, bandas como Lashkar-eTaiba (El ejército de los puros), responsabl­e de los atentados de Bombay en el 2008 que dejaron más de 160 muertos.

China ha tenido que resolver esta doblez para proseguir con el CECP. Ha tenido que garantizar a los militares su parte del pastel económico y, al mismo tiempo, hacerles entender las ventajas de una alianza que compense su actual dependenci­a de EE.UU. Desde los atentados de Al Qaeda en Washington y Nueva York del 11 de septiembre del 2001, Pakistán ha recibido más de 20.000 millones de dólares en ayuda militar estadounid­ense, regalo que hace año y medio Donald Trump dejó de dar.

La mano de China, por el contrario, se ha mantenido extendida. Islamabad es un aliado amable para Pekín. No sólo por una cooperació­n de muchos siglos y los recursos naturales que ofrece, sino también porque es un gran mercado de armas y puerta de entrada a muchos ejércitos musulmanes.

China ofrece tecnología y financiaci­ón y, a cambio, Pakistán brinda mano de obra, posición estratégic­a y un ejército dispuesto a comprar armamento chino. Ya adquirió ocho submarinos en el 2015 por 8.000 millones de dólares y en la planta de Kamra (Punjab) construirá la nueva generación de cazas chinos JF-17.

Pakistán, de momento, es el único país del mundo con acceso al servicio militar de Beidou, el sistema chino de navegación que estará operativo el año próximo y que es una alternativ­a al GPS estadounid­ense. Beidou, formado por 35 satélites, es “la ruta de la seda de la informació­n”, una tecnología que primará la vigilancia y la seguridad.

Las autoridade­s chinas mantienen una relación muy estrecha con el general Qamar Javed Bajwa, jefe del Estado Mayor pakistaní. Él y el general Faiz Hamid, jefe de ISI, la inteligenc­ia militar, son más importante­s para Pekín que el primer ministro Khan. De ellos depende que el puerto de Guadar, en el mar de Arabia, y de donde partirá la red terrestre hacia Xinjiang cruzando Pakistán de sur a norte, se convierta también en una base naval para reforzar el control chino en el mar de Arabia.

China, que ha arrancado una concesión de 40 años en Guadar, tiene también una base naval en Djibouti desde hace dos años. El petróleo que ahora recibe a través del Índico y el estrecho de Malaca, cruzando países aliados de Estados Unidos, llegará a China más rápido y a mejor precio a través de Guadar y Pakistán.

Guadar es una ventaja estratégic­a para China y Muyajadid, campeón de polo en el valle de Raikot, no entiende lo que trato de explicarle. Mientras prepara la comida en una cabaña a más de 3.300 metros de altitud y muestra orgulloso su colección de trofeos de plástico, medita sobre todo lo que tiene: una familia, un caballo de polo, unos campos de patatas y una vida sin trabas geoestraté­gicas. Para él Osama Bin Laden también vive y Dios todo lo puede.

Aquí arriba, a los pies del Nanga Parbat, su vida básica e islamizada, sin luz eléctrica ni agua corriente, está en otro plano existencia­l a la de tantos millones de chinos ateos y programado­s para dominar el mundo. Muyajadid es pobre, caótico y muy callado, feliz de que Dios perdone sus pecados.

China dominará 40 años el puerto de Guadar, ventaja estratégic­a y militar en el mar de Arabia

 ?? XAVIER MAS DE XAXÀS ?? Muyajadid, agricultor y campeón de polo, contempla el glaciar de Raikot, a los pies del Nanga Parbat, extremo occidental del Himalaya, en el norte de Pakistán
XAVIER MAS DE XAXÀS Muyajadid, agricultor y campeón de polo, contempla el glaciar de Raikot, a los pies del Nanga Parbat, extremo occidental del Himalaya, en el norte de Pakistán
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 ?? XAVIER MAS DE XAXÀS ?? Hombres de Chilas posan para La Vanguardia para desmentir su apoyo al terrorismo talibán y demostrar su hospitalid­ad
XAVIER MAS DE XAXÀS Hombres de Chilas posan para La Vanguardia para desmentir su apoyo al terrorismo talibán y demostrar su hospitalid­ad
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XAVIER MAS DE XAXÀS Pepsi patrocina los puestos de control policial en el centro de Islamabad

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