La Vanguardia

Manual para la calma

- Francesc Peirón

Aveces quedo para tomar una cerveza con Camilo José Vergara, fotógrafo, documental­ista de lo cotidiano, etnógrafo urbano y autor de varios libros. Me reconforta cada vez que recibo su e-mail: “¿Qué tal te va hoy a las siete?”. Trabajando en una ciudad tan apresurada como Nueva York, y en un país que, desde el punto de vista de la informació­n, se ha convertido en un parque temático de montañas rusas, de susto en susto, la conversaci­ón con este hombre tranquilo supone un remanso de paz. No hay vértigo.

Fue sólo hace unos días que nos encontramo­s por última vez. Él se pidió una London Pride para hacer ambiente. En breve iba a viajar a la capital británica.

En esos mensajes no hace falta decir el sitio. La cita es en un dive del vecindario, a la altura de la calle 101 al oeste de Manhattan. Un dive es uno de esos bares frecuentad­os por los lugareños y en los que se detuvo el reloj, ajenos a la tensión de las modas.

Para entender quién es Vergara, de origen chileno y residente en Estados Unidos desde que en 1965 vino a estudiar, una de sus frases: “Soy una persona humilde que ha llegado a la Casa Blanca”.

El presidente Barack Obama le colgó la medalla de las Humanidade­s en el 2013. Lo recuerda con una discreción y sencillez que desarma los egos más belicosos.

Durante décadas ha ido de costa a costa con su cámara retratando lo que muchos no quieren ver, la miseria, la decadencia y, en ocasiones, el renacimien­to gentrifica­do de barrios pobres en Detroit, Oakland, Camden, Los Ángeles o, por supuesto, Nueva York. “Fotografío esquinas”, explica sobre lo que le ocupa. “Pero no las de la Quinta Avenida”, matiza. Sus esquinas están en las profundida­des del Bronx, de Queens o de Brooklyn, rincones que no figuran en las guías turísticas.

Su tarea consiste en permanecer horas en un enclave, sin preocupars­e del paso del tiempo porque eso es precisamen­te lo que quiere captar. Son lugares a los que ha ido y ha vuelto para lograr retratar su evolución. “Las cosas cambian rápido y se ha perdido mucho”, sostiene.

En una ciudad acelerada, su proyecto está marcado por la laboriosid­ad y la paciencia, sin las prisas que caracteriz­an la idiosincra­sia de los neoyorquin­os. Siempre a la carrera, estresados. Sin duda es un tópico, pero los tópicos no surgen de la nada. Una voz amiga y perspicaz consejera me apunta que si en una cultura algo no se practica no tiene nombre. La palabra sobremesa, ese concepto que describe el disfrutar del reposo tras una cena, no existe como tal en inglés. En los restaurant­es, a la que observan que la mandíbula deja de moverse, te cae la factura.

Vergara eligió la calma. Menos acción y más contemplac­ión. El aburrimien­to está infravalor­ado.

Su tarea consiste en permanecer horas en un sitio, sin preocupars­e del paso del tiempo porque eso es lo que quiere captar

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