La Vanguardia

Calblanque, esencia en el Mediterrán­eo murciano

Playas salvajes, prácticame­nte vírgenes, y una gran variedad de fauna y flora que forman parte de un entorno natural a salvo de la masificaci­ón

- JORDI JARQUE

Sorpresa. Una pequeña incursión de tortugas bobas a la orilla de la playa de arena dorada. Un privilegio poder observarla­s al tratarse además de un animal incluido en la lista de especies amenazadas. El entorno semidesért­ico también es excepciona­l, con pequeñas dunas salpicadas en un sendero del que se invita a no salirse para preservar la riqueza paisajísti­ca. Y todo eso sin tener que pasar horas de vuelo hacia islas paradisiac­as en medio del Atlántico o del Pacífico. Es una experienci­a que se puede vivir aquí, sin salir de la península Ibérica. A poco más de seis horas de coche desde Barcelona y poco menos de cinco desde Madrid, por poner dos referencia­s.

Es en la costa mediterrán­ea de Murcia, entre Cartagena y la Manga del mar Menor, a siete kilómetros al sur del cabo de Palos. Concretame­nte en el espacio natural protegido del parque de Calblanque, y sus playas. Una de ellas, de 300 metros de longitud, impoluta, de película, y que da nombre al parque, rodeada de otras pequeñas calas de aguas transparen­tes. Desde todas ellas no se vislumbran edificios ni chiringuit­os con música chill out. No se atisba rastro alguno de civilizaci­ón salvo las medidas adoptadas por las propias administra­ciones

en forma de letreros, senderos señalizado­s, pasarelas de maderas y papeleras, así como la generosa e intensa actividad de los miembros de la Asociación Calblanque que se multiplica­n en horas y simpatía para preservar ese entorno de idílico ensueño.

En este paraíso es más que justificad­o el acceso restringid­o a vehículos de motor desde finales de junio hasta principios de septiembre. Desde las 9 de la mañana hasta las 20.30 hay un servicio público de transporte cada veinte minutos para adentrarse en el parque, un territorio que sobrepasa las dos mil hectáreas de arenales, dunas móviles, calas y acantilado­s. Es una de las maneras de evitar la masificaci­ón como también la aplican en tantos otros entornos vírgenes. Aun con eso, es recomendab­le acercarse a primera hora del día, cuando todavía no aprieta la temperatur­a y el número de excursioni­stas y bañistas no distorsion­an la sensación de comunión con la naturaleza, en las fechas señaladas entre los meses de junio y septiembre. El resto de meses la tranquilid­ad todavía es mayor.

En cualquier caso, resulta difícil que el visitante no quede atrapado en un paisaje en el que va descubrien­do parte de las 650 especies identifica­das de flora y fauna, algunas en peligro de extinción. No faltan motivos para tumbarse en estado contemplat­ivo y permitir que el tiempo tome su tiempo bajo el silencio del rumor marino.

Los más inquietos pueden aventurars­e a recorrer senderos marcados de dificultad media o baja. Muy familiar y para todas las edades. Los más sencillos requieren poco más de hora y media entre ir y volver, sin prisas y admirando el entorno.

La naturaleza está aquí mismo, entre nosotros.

A siete kilómetros al sur de la Manga del mar Menor prevalece un paisaje privilegia­do

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PACO ELVIRA / GETTY Una de las playas del parque regional de Calblanque, espacio protegido
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