La Vanguardia

Sobre la no violencia (y XII)

- Josep Maria Ruiz Simon

Ya comentamos que Gene Sharp proponía la estrategia no violenta por motivos meramente pragmático­s. En el 2008 las politóloga­s norteameri­canas Erica Chenoweth y Maria J. Stephan publicaron un entusiasta estudio académico (Why civil resistance works: The strategic logic of nonviolent conflict) que quería probar que, en efecto, de acuerdo con lo sostenido por Sharp, los retos no violentos son el doble de eficaces que los que recurren a la lucha armada o a otras formas de violencia física para lograr sus objetivos. La primera de estas estudiosas escribió hace un par de años otro artículo (The Guardian, 1/II/2017) donde mantenía que las estadístic­as también muestran que con un 3,5% de la población permanente­mente movilizada y comprometi­da con la resistenci­a no violenta hay bastante para hacer caer la dictadura más brutal. La finalidad de este artículo no era, en cualquier caso, señalar esta eficiencia, sino argumentar que aumenta cuando el campo de batalla no es una dictadura, sino un régimen democrátic­o. En concreto, Chenoweth planteaba la posibilida­d de combatir con éxito las políticas de un gobierno electo (el de Trump) por medio de un seguimient­o drástico de esta estrategia. Pero, desde un punto de vista formal, los argumentos serían aplicables a cualquier tipo de combate no-violento librado en una democracia liberal.

Artículos como el de Chenoweth en The Guardian sirven para ilustrar un escenario en el que el desafío de la acción no-violenta se está convirtien­do en el principal aspirante a interpreta­r el papel de gran mito político de nuestro tiempo que en las Reflexione­s sobre la violencia (1906) Sorel

otorgó a la huelga general y luego Mussolini atribuyó al mito de una nación que había que convertir en una realidad concreta. Que, en tal escenario, el populismo también tenga un papel protagonis­ta puede ayudar a entrever qué tipo de obras se podrían representa­r. Según Ernesto Laclau, el objetivo del populismo es establecer una frontera política que divida la sociedad en dos campos para intentar movilizar al mayor número de quienes pueden llegar a sentirse identifica­dos con el primero (lo que se denomina pueblo, que se pretende construir como un sujeto homogéneo) en contra de los que el movimiento populista sitúa en el otro campo e identifica con los que tienen el poder.

La estrategia del reto no violento, que, al fin y al cabo, es un método de crear y explotar propagandí­sticamente conflictos para lograr objetivos políticos, trabaja con la misma lógica antagónica. El hecho de que la lógica populista, además de dividir teóricamen­te la sociedad en los dos bandos mencionado­s por Laclau, también la acabe dividiendo en la práctica en populismos opuestos por su modo de interpreta­r la identidad colectiva del pueblo que se pretende construir hace que la movilizaci­ón emocional intensiva con que trabaja la estrategia no violenta corra el riesgo de convertir lo que concibe como un campo de batalla en campo de cultivo del fanatismo, donde paradójica­mente puede acabar creciendo, como mala hierba, una violencia que sólo se excluía por ineficaz.

La movilizaci­ón emocional intensiva de la estrategia no violenta corre el riesgo de crear un campo de cultivo del fanatismo

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