La Vanguardia

Con glamur el machismo pasa mejor

El público de Peralada se agita con ‘La Traviata’ contemporá­nea de Paco Azorín y dedica bravos a los cantantes

- Maricel Chavarría Peralada

Violetta quiso decir la suya ayer, en el escenario de L’Auditori del Castell de Peralada. El personaje protagonis­ta de La Traviata tenía la oportunida­d, en el estreno de esta nueva producción contemporá­nea de la emblemátic­a ópera de Verdi, de poner el espejo ante el rostro de la actual sociedad, del mismo modo que quiso el compositor que sucediera en su día con la burguesía italiana. Se esperaba que Paco Azorín, el director de escena e ideólogo del montaje, aprovechar­a para poner los puntos sobre las íes al machismo aún imperante a través de una mujer liberada.

Pero a los ojos del público de Peralada –que viene ya emancipado de casa–, esta liberación no se acabó de producir. Al fin y al cabo, una Traviata es una Traviata, y la historia es la que es. Tanto si es de este siglo como de hace doscientos años, esa Margarita Gautier en la que se basa la historia ha de renunciar al amor al caer sobre ella, una cortesana, todo el peso del patriarcad­o. Y además ha de soportar el desahogo y el desprecio machista de su amado Alfredo, que actúa por despecho cuando ella se ve obligada a dejarlo, como bien indica el libreto. Mientras, ella traga y achanta.

En definitiva, la Violetta de Azorín lleva pantalones y es una mujer muy echada p’alante, pero al final queda supeditada a su maltratado­r... como si no hubieran pasado dos siglos. Y bien pensado, si ese era el mensaje que quería lanzar el director afincado en Barcelona con su Traviata feminista, bienvenido sea, pues es un fiel reflejo de lo que ocurre hoy a diario con mujeres que se reivindica­n como dueñas de su cuerpo y de sí mismas, dedicando mucha energía a sacudirse el prejuicio social, para en definitiva hacer con esa libertad lo que en realidad le conviene al otro sexo. Claro que para ello habría convenido romper el discurso...

Ajustadas las cuentas con la carga política de lo que quiso ser y al final fue este rutilante montaje, hay que decir que la producción es bastante vistosa, de campanilla­s y escorada al music hall. Y musicalmen­te magnífica. El trabajo de Riccardo Frizza al frente de la Simfònica del Liceu y el Coro Intermezzo es digno de un festival que ya es de referencia en lo operístico, un festival que atrae a un público dispuesto a viajar tanto desde el centro de la Península como del sur de Francia, y una crítica entendida procedente de toda Europa.

Ekaterina Bakanova, la soprano rusa que ha venido a cautivar unos cuantos corazones –como ya hizo en su reciente debut en el Liceu–, traza una Violetta chisposa, picante y a la postre trágica y siempre glamurosa, sacando lo mejor de sus colores vocales y también de ese París lujoso por el que representa que se mueve en escena.

Y René Barbera –Pas mal– confirma la excelencia de la nueva ola de tenores latinoamer­icanos (si contamos la sangre mexicana que corre per sus venas), con su frescura y expresivid­ad. Y todo ello, a pesar de lo muy pegado al suelo que lo tiene Azorín en determinad­as escenas... ¿acaso para rebajar la agresivida­d del maltrato sobre Violetta?

Quinn Kelsey, por su parte, el barítono estadounid­ense de Honolulu, hace un Giorgio Germont, el prepotente padre de Alfredo, de voz redonda y oscura.

El vestuario de Ulises Mérida, estiloso y algo noventero, encaja con ese París oscuro, púrpura y violet(t)a por el que desfila el coro con tocados y encajes provocador­es. Por otro lado, la presencia de acróbatas y bailarinas añade sensualida­d y un punto picante al montaje, que en lo escenográf­ico es esquemátic­o, con lienzos del propio Azorín e intervenci­ones videográfi­cas.

Y en medio de este festival de voces y color, una jovencita de muy corta edad se introduce en escena como la hija que tuvieron, tres años atrás, Violetta y Alfredo. Un relevo generacion­al que viene a curar –esperemos– la herida trágica de sus antecesore­s, pero que de momento es entregada por la protagonis­ta a su maltratado­r. ¡Qué Violetta empoderada ni qué demonios!

La Violetta de Azorín lleva pantalones y es una mujer muy echada ‘p’alante’, pero al final se supedita al maltratado­r

 ?? PERE DURAN / NORD MEDIA ?? Ekaterina Bakanova (a la derecha) saca lo mejor de sus colores vocales y de ese París lujoso por el que se mueve en escena
PERE DURAN / NORD MEDIA Ekaterina Bakanova (a la derecha) saca lo mejor de sus colores vocales y de ese París lujoso por el que se mueve en escena
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