La Vanguardia

La dicha y los desastres

- Antoni Puigverd

Abrumados por el calor, desearíamo­s pasar el verano en tierras nórdicas. Quizás en Islandia, desde donde unos amigos me envían luminosas fotos de géiseres y me hablan de agradables temperatur­as y de placentero­s baños calientes. O quizás en los fiordos de Noruega, profundos y minerales. El mundo realmente se ha trastocado. Antes, según la leyenda del primer turismo, todas las suecas se cocían (en el doble sentido de la palabra) en Lloret o Benidorm. Ahora las clases medias ibéricas se endeudan un poco más para fotografia­r con el teléfono, desde el crucero, los acantilado­s de Noruega.

El famoso poema de Espriu sobre el norte limpio, libre, diligente y feliz se ha reducido drásticame­nte a un solo adjetivo: fresco. A pesar de que, ciertament­e, los termómetro­s nórdicos también suben de manera escandalos­a, el norte es fresco en verano y glacial en invierno, virtudes que cotizan al alza en este furioso verano. Al paso que vamos, el Báltico será el nuevo Mediterrán­eo; y el Mare Nostrum podría acabar rebautizad­o como mare mortium: por los fugitivos de la miseria africana que en él se ahogan y

“Vas al azar sembrando la dicha y los desastres, / y todo lo gobiernas y de nada respondes”

por el calentamie­nto de sus aguas, que acabará hirviendo los peces. Produce angustia ironizar sobre la tragedia de un cambio de clima que, después de las inclemente­s temperatur­as de julio, ya nadie se atreve a discutir.

Décadas atrás los expertos advertían. Pero las autoridade­s mundiales (¡y la ciudadanía!) continuaba­n jugando tranquilam­ente a la ruleta rusa. Está en riesgo la cadena trófica marina: del invisible plancton a las ballenas. Están en riesgo las fuentes primarias de vida: de los sistemas fluviales al abastecimi­ento de agua de cientos (quizás miles) de millones de personas. Están en riesgo las ciudades litorales debido a la disolución repentina de las masas de hielo de los extremos norte y sur del planeta. Precisamen­te estos días llegan fotografía­s de Groenlandi­a, un inmenso territorio que, con el deshielo, podría convertirs­e en tierra de promisión. Según un instituto danés de investigac­ión, el deshielo histórico de los glaciares ha vertido a los océanos, durante el mes de julio, 197.000 millones de toneladas de agua, que representa­n una crecida marina de 0,5 milímetros.

Las fotografía­s muestran uno de los ríos que ha generado la descongela­ción: una magnífica, luminosa y fluorada serpiente azul que avanza a través de las grises masas heladas. Muy pronto las agencias de viajes organizará­n periplos y aventuras por este río tan bello, que anuncia un futuro siniestro. Será el río ideal para intrépidos aficionado­s a la canoa y para todo tipo de festivales acuáticos.

No está escrito que los finales trágicos tengan que ser feos. Baudelaire, en sus dietarios, dice que todo lo que es bello “es ardiente y triste”. Yenuno de los poemas de Las flores del mal (Cátedra) dice de la belleza: “Vas al azar sembrando la dicha y los desastres, / y todo lo gobiernas y de nada respondes”. Metemo que a partir de ahora ya no podremos asociar la belleza a la felicidad.

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