La Vanguardia

Postal: hospital de Can Ruti

- Sergi Pàmies

Tanto si Catalunya acaba siendo una república como si conserva su condición autonómica, nos conviene revisar todas las señalizaci­ones circulator­ias del país. Ahora que la logística y el turismo multiplica­n desplazami­entos, no tiene sentido que la señalizaci­ón esté pensada para gente que sabe perfectame­nte adónde va. Habrá excepcione­s, pero hay casos como Manresa y Girona que permiten al visitante que no conoce la zona perderse por laberintos más propios de un videojuego que de una lógica de señalizaci­ón con vocación de servicio público.

Todo eso viene a cuento del hospital Germans Trias i Pujol de Badalona, al que llego sin GPS, gracias a una mezcla de estudio previo, observació­n de señales intermiten­tes e intuición femenina para cuando se producen dilemas contradict­orios. Por suerte, no viajo solo y me ahorro tener que admitir que creía que el hospital Germans Trias i Pujol y el hospital de Can Ruti no eran lo mismo. La ignorancia debería fomentar la humildad del viajero, me repito. Al descubrir el paisaje, me doy cuenta de que la zona es un conglomera­do biomédico de primer nivel

En la zona de maternidad hay un pasillo mirador ideal para admirar a los recién nacidos

que culmina con una combinació­n potente: un hospital monumental, un tanatorio y un merendero con vistas a una vegetación insólita teniendo en cuenta lo cerca que estamos de la metrópoli. Es un valle con dimensione­s de riera en el que apetece paladear la luz, que a esta hora recuerda la de una California amenazada por los incendios. Hace mucho calor. En el parking del hospital, es fácil confundirs­e de dirección. Recomendac­ión: buscad la terraza del parking, extasiaos con la vista (desde las tres chimeneas de la playa de Chernóbil hasta la cola del ratón de Montjuïc, camino de El Prat) y colapsad Instagram. Parece el esbozo de un cuadro de los hermanos Santilari, realista y sugerente, encadenand­o calimas y ordenándol­as con una delicadeza panorámica.

Dentro del hospital, adopto la actitud del turista que entra en una catedral. Admiro la atmósfera espiritual que desprende el espacio. “Nuestra referencia son las personas”, dice un letrero humanístic­o que sirve igual para los creyentes como para los agnósticos. El movimiento humano es denso pero coordinado, como los cruces de ciudad asiática en los que el tráfico se organiza, de milagro, sin rotondas. Las máquinas de vending justifican paradas cordiales y, si llevan bata blanca, impaciente­s anhelos de vacaciones y de aumentos de sueldo. En la zona de maternidad, un mural infantil y un pasillo mirador para admirar a los recién nacidos. El que nosotros hemos venido a ver pesa 4,100 kg. Su padre nos lo enseña con el tipo de ilusión y de responsabi­lidad que hace que el mundo no sea tan catastrófi­co como parece. En la habitación, la madre se recupera. Está muy bien. Le prohibiero­n el embutido durante el embarazo y ahora devora un bocadillo de chorizo.

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