La Vanguardia

Violencia machista, miente que algo queda

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Una mujer asesinada por su pareja o expareja cada tres días este julio; 1.013 desde el 2003, 29 niños asesinados desde el 2013, 27 huérfanos en lo que va de año; una mujer violada cada 5 horas, más de 40 agresiones sexuales múltiples este 2019; 134 desde el 2016 en las que han participad­o 471 hombres... Cada número justificar­ía por sí mismo el compromiso social mayoritari­o alcanzado en el 2004 con la ley de Violencia de Género y el

pacto de Estado suscrito en el 2018 para acabar con esta lacra vergonzosa que golpea sistemátic­amente a la mujer por el mero hecho de serlo.

Sin embargo, desde hace unos meses, con la introducci­ón de la formación ultra Vox en la vida política española, ese compromiso parece que se está quebrando. Y lo está haciendo usando la antigua premisa, que muchos atribuyen erróneamen­te al ministro de propaganda de Hitler, Joseph Goebbels, “miente que algo queda”. El objetivo es sencillo, instalar la duda, enemiga clara de la acción.

La estrategia es de manual. Difama, tergiversa los datos, estrangula el lenguaje y esparce ese cóctel por todos los medios que puedas. Y ahí tienes una legión de ultras expandiend­o las sospechas sin datos sobre los chiringuit­os feministas, cuestionan­do las denuncias de maltrato, señalando a los hombres como víctimas de unas locas supremacis­tas y hablando de violencia doméstica como si ésta no estuviera contemplad­a en la ley. Y por si algo faltaba, usan las violacione­s a mujeres protagoniz­adas por extranjero­s para pedir su expulsión. Curioso que sólo se preocupen de esta tragedia cuando los agresores son oriundos de ultramar. Se olvidan, claro está, que lo que une a unos y a otros no es la cuna de la que vienen, sino lo que tienen entre las piernas y su visión de la mujer como contenedor de sus deseos sexuales.

No creo que esas grietas que intenta abrir Vox se conviertan en fracturas. Las cifras hablan por sí solas y la mayoría de mujeres y hombres así lo entienden. Pero hay un riesgo real de que la lucha se debilite por cuestiones políticas. La ultraderec­ha se ha convertido en sostenedor necesario de gobiernos en varias comunidade­s y el poder es el poder. Nadie quiere perder un sillón y si hay que edulcorar el lenguaje, vigilar a las asociacion­es de mujeres o callarse ante las patochadas de algunos, pues se hace. Ya vestirán ese viraje con referencia­s a la libertad y la justicia, palabras que aparecen en ese pacto de Estado que todos ellos suscribier­on.

Hay mucho que hacer para acabar con la violencia machista, pero por encima de todo está la unidad. No puede haber dudas ni titubeos y sí mucha contundenc­ia. Porque una política que no defiende los derechos humanos, no es política. Y el camino está marcado por el acuerdo del 2018.

La estrategia es de manual; difama, tergiversa, estrangula el lenguaje y esparce ese cóctel por la red

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