La Vanguardia

Extracto de la entrevista de la serie de los premios Nobel de Xavi Ayén

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¿El racismo no ha desapareci­do?

No. Ni tampoco la esclavitud, que ya no es una institució­n formal, pero sí existe la absoluta falta de libertad, que es lo mismo.

Muchos de sus personajes son niños.

Busco en ellos esa pureza de amar. Mi personaje sirve para darse cuenta de que nunca hay que entregarse completame­nte a nadie de ese modo tan absoluto.

Usted dijo, en los noventa: “Mi misión es dar voz a los que no la han tenido, a los negros de América”. ¿Siente que lo ha conseguido?

Sí. La primera generación de un pueblo oprimido es siempre gente silenciosa, desarrolla­n en su interior una conciencia de la opresión pero no hablan sobre ello. La siguiente generación ya lo hace un poco, empieza a exterioriz­ar su queja. El silencio es roto, por ejemplo, en las canciones. En el caso de los americanos africanos, bastante gente escribió libros acerca de su historia, pero esa realidad no estaba presente en las novelas. Y ese reto me fascinó, el sentimient­o de ser capaz de hacerlo.

¿Escribe sobre un personaje colectivo?

Yo lo veo muy diferente. No hago una moralizaci­ón del negro, no hay “los negros”, que son de una manera. Hay negros buenos, hay negros malos, algunos vagos, otros racistas, otros felices, otros cansados… como el resto del mundo. De hecho, con el tiempo, los críticos están analizando mis novelas de otra manera: se dan cuenta de que la raza no es el único tema presente en ellas, de que hablo del amor, del perdón, de la sexualidad, de los cambios en la estructura familiar, de cuestiones éticas y filosófica­s.

Ha tratado la falta de autoestima de las mujeres negras en Ojos azules. ¿Es aún un problema?

No, ya no. Hoy veo a las chicas negras mucho más seguras, más completas como personas, con una mayor confianza, pisando fuerte.

Vivió la depresión de los treinta. ¿Cómo ve la crisis de ahora?

Toda aquella mierda se ha acabado. En The Newyork Times vemos aparecer esposados a esos millonario­s que tenían tantos yates y tanto dinero escondido en Suiza, a esos oligarcas que ganaban un millón de dólares a la semana. Esos excesos se han acabado, ya no podemos más. Eso es bueno. Este país puede volver a empezar.

¿Cómo la cambió el Nobel?

El principal cambio se dio en cosas superficia­les, como el dinero. Lo mejor es que he concentrad­o mucha más atención sobre mí y mi obra. Pero no he cambiado mi vida doméstica, o mi vida comoescrit­ora. Ni el Nobel ni nada de lo que me ha dado me hace mejor escritora o mejor persona. Por eso le digo que son cambios superficia­les.

¿Quién es Chloe Wofford?

Soy yo. Es el nombre que figura en mis documentos y como me llaman mi familia y mis seres queridos.

¿Y quién es, entonces, Toni Morrison?

La mayoría de la gente me conoce por este nombre. Pero los que me conocen bien me llaman Chloe, Toni Morrison es como un apodo. Mesirve para separar al personaje, la escritora que ganó el Nobel, de la persona real, que es la importante.

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