Los ojos que todo lo ven
Una videoinstalación de Nora Ancarola reflexiona en La Virreina sobre la evolución de los sistemas de control y vigilancia
Como en el panóptico carcelario imaginado por Jeremy Bentham en el siglo XVIII (un modelo de construcción que permite a un vigilante observar a los ocupantes sin que los ocupantes sepan si están siendo observados o no, atenazados en todo caso por esa amenaza), vivimos en un universo controlado por infinidad de cámaras de vigilancia en las calles y ordenadores que rastrean nuestras huellas en las redes. Los nuevos dispositivos digitales son el ojo que todo lo ve. Y lo saben todo de nosotros. “Pero ahora somos nosotros mismos los que nos exponemos, cómplices de esa nueva vigilancia hiperconectada, víctimas y actores al mismo tiempo”, señala la artista Nora Ancarola (Buenos Aires, 1955), que apunta aún otra paradoja: “Mientras en los años noventa existía una auténtica paranoia por la vigilancia, esta obsesión ha quedado fuera de nuestro espacio mental crítico”.
Ancarola presenta en La Virreina Centre de la Imatge Panóptico_frontera 601, una videoinstalación que reflexiona sobre la evolución de los sistemas de control y su relación con el blindaje de las fronteras y el hostigamiento a poblaciones migrantes y exiliados. “El visi
tante tendrá la experiencia que quiera tener, depende del tiempo que permanezca dentro”, advierte Ancarola, que nos introduce en el panóptico a través de las frases entrecortadas de un grupo de migrantes subsaharianos que relatan su llegada en patera: “un hombre a la izquierda”, “no puedo abrir el puño”, “cae”, “no sabe nadar”, “imposible regresar”... Al otro lado de un cristal de vigilancia, las imágenes se abren a ese mismo Mediterráneo del que hablan, sólo que aquí la perspectiva es la de la Caseta de los Alemanes, “eufemismo con el que aún se conoce el búnker instalado por la Gestapo durante la Segunda Guerra Mundial en Portbou, el lugar donde Walter Benjamin se suicidó antes de que la policía franquista lo deportara a Francia. La propia Nora Ancarola escuchó “el silencio de la violencia” cuando en los años setenta, recién llegada del exilio argentino, tenía que atravesar cada tres meses la frontera para regularizar los papeles de residencia. Contempló los mismos paisajes que ahora contemplamos nosotros, mientras somos observados y tal vez capturados por las cámaras. La instalación, hasta el 20 de octubre, forma parte de un proyecto más amplio que tuvo una primera parte en el Centre d’art Maristany de San Cugat del Vallés y continuará en el Hotel de Inmigrantes de Buenos Aires.