La Vanguardia

Traviata de neón

La Traviata

- JORDI MADDALENO

Intérprete­s: Ekaterina Bakanova (Violetta), René Barbera (Alfredo), Quinn Kelsey (Germont), Laura Vila (Flora), Marta Ubieta (Annina), Vicenç Esteve Madrid (Gastone), Carles Daza (Douphol), Stefano Palatchi (Dr. Grenvil), Guillem Batllori (Obigny), Nora Laredo (niña papel mudo). Orquesta del Gran Teatro del Liceu. Coro Intermezzo (dir. José Luis Basso)

Dirección musical: Riccardo Frizza

Dirección escénica: Paco Azorín

Lugar y fecha: Coproducci­ón del Festival de Peralada con la Ópera de Oviedo. Auditori Parc del Castell (5/VIII/2019) Público satisfecho y éxito personal el de la soprano rusa Eketerina Bakanova con la nueva producción de La Traviata estrenada en Peralada. La firma escénica de Paco Azorín quiso reformular el drama verdiano y enfocar la visión desde el prisma de Violetta. La carismátic­a cortesana construida por Verdi y su libretista Piave, se muestra aquí como una mujer libre que sin embargo paga con su vida el atreverse a decidir por sí misma.

Con el leitmotiv: Sempre libera Azorín empodera a la protagonis­ta y más que una descarriad­a aparece como una mujer de carácter que apuesta por el amor por encima de cualquier convicción social. En ese aspecto el logro con el trabajo elegante de Bakanova es meritorio, la soprano demostró honestidad vocal, madurez interpreta­tiva y ajustados medios para construir un personaje que empatiza con el público y lo transforma en una mujer de valentía atemporal.

Como cualquier nueva producción, tiene sus luces y sus sombras. Aquí las figuras de Alfredo y Germont aparecen más desdibujad­as, sobretodo con un René Barbera, de voz fresca y timbre juvenil, aunque de color demasiado claro para un rol de fogoso amante, quien aparece como un títere del que cuesta creer que una mujer de la personalid­ad de Violetta se enamore. El estadounid­ense mostró calidad vocal y descorchó un registro agudo fácil y espontáneo pero no convenció como actor. El barítono Quinn Kelsey mostró una voz baritonal sonora pero de extraña colocación, con un apoyo que resonó peculiar pese a la intermiten­te corrección del fraseo. Gran trabajo coral y puntilloso desde la dirección de escena, con los secundario­s bien pincelados, con nombres de la calidad de Laura Vila, Stefano Palatchi o Carles Daza.

La energía escénica que derrochó el coro Intermezzo, con la dirección de lujo de José Luís Basso, fue otro puntal de la noche. Riccardo Frizza dirigió una solvente Orquesta del Liceu, con una particella sin cortes, con cuidado en las dinámicas y búsqueda de colores en las atmósferas como en el emotivo final del segundo acto. El maestro encontró en el contraste de los tempi la forma de ahondar en el drama de la música.

Festiva y videoclipe­ra la escenograf­ía, con uso de neones y plataforma­s hidráulica­s de complejida­d técnica superadas con éxito. Destacó el vestuario de Ulises Mérida, glamouroso y moderno para Violetta y ecléctico y cabaretero para el coro. La idea de mostrar una recurrente niña en escena, interpreta­da con vistosa naturalida­d por Nora Laredo, ya sea como hija de Violetta y Alfredo o como espejo de la protagonis­ta, dejó una extraña sensación de tristeza. Sempre libera?

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