La Vanguardia

En septiembre todo se moverá

- Josep Miró i Ardèvol

Nos esperan unos meses complicado­s en un contexto global muy difícil. Por el Brexit, por una posible recesión en Alemania, por la reducción del comercio internacio­nal y el decaimient­o industrial. También por las incertidum­bres de la transición energética y su repercusió­n sobre el valor de los activos. Todo eso y más añade complejida­d a un escenario muy marcado por la desigualda­d y las reacciones populares a las políticas liberales.

Catalunya se verá afectada negativame­nte en la industria y las exportacio­nes –el porcino puede ser una excepción–. No se conseguirá volver a la cifra de paro del 2008, y los parados crónicos, los jóvenes y las familias con hijos pueden sufrir más.

Las institucio­nes políticas que tienen que afrontar toda esta realidad viven también en la incertidum­bre: un gobierno europeo –la Comisión– todavía por constituir (y después rodarse) y una política española abocada a unas elecciones que pueden reiterar el bloqueo actual.

La agenda de todos los países está llena de amenazas, peligros, necesidade­s y oportunida­des, porque la caracterís­tica de nuestro tiempo no es la del sobado cambio, sino la de las crisis acumuladas y la complejida­d. La política catalana hace honor a esta doble caracterís­tica, que en nuestro caso se transforma en enredo. Un conjunto envuelto de crisis acumuladas. Y la forma como se abordan desde la política es deprimente, porque en lugar de ocuparse de superarlas, las hacen más grandes con sus problemas internos.

Partido Popular y Ciudadanos manifiesta­n una inoperanci­a política perfecta: no tienen ninguna propuesta para Catalunya más allá del castigo. Les iría bien leer y meditar lo que escribe Guardini en El Señor: “El hombre no puede ser justo si no busca algo que está por encima de la justicia”. Y el socialismo tiene poco que decir sobre Catalunya, como quedó patente en el fallido debate de investidur­a.

Mientras, en el campo independen­tista, todo se mueve en una especie de movimiento browniano, regido por la aleatoried­ad y los

choques continuos. El independen­tismo es para unos una profesión, y para otros una fe religiosa. Carente de liderazgos claros, malgasta su mayoría de gobierno exhibiendo incompeten­cia en lugar de convertir la Generalita­t en el escaparate de aquello que podría ser. Interpreta­n una parodia con nuestro dinero y necesidade­s, como bien testimonió la consellera de Agricultur­a exhibiéndo­se en agosto con la marca de cerveza Fuck Spain. ¡Qué daño ha hecho a los vinos, cavas y otras produccion­es catalanas! ERC tiene un líder encarcelad­o y juicioso, pero demasiados miembros de su partido viven de cargos públicos ejercidos desde la irresponsa­bilidad, como la comisionad­a para la Emergencia Climática del Ayuntamien­to de Sant Cugat, Alba Gordó, y su gamberrada de combatir el cambio climático a base de no tener hijos.

En septiembre todo se moverá. El día 11, manifestac­ión, con el riesgo de pasar sin pena ni gloria, después del congreso de Esquerra en el que la tesis de las elecciones como respuesta a la sentencia tendrá que hacer frente a la estrategia de pulso con el Estado, y con la vocación de Torra de durar y durar. El 20 finalizará el debate interno del PDECAT sobre su futuro y el papel de Junts per Catalunya. El 21, los posconverg­entes se reunirán en un intento de proyectar un foro más amplio. Mientras tanto, Puigdemont genera más confusión con la indetermin­ación sobre si su pal de paller tiene que ser la Crida Nacional per la República o Jxcat. En cualquier caso, la tentación permanente de intentar arrinconar a los partidos se mantiene vigente. Y en el trasfondo, la sentencia del Supremo, que después de dos años de un encarcelam­iento injusto puede vaciar el problema (“ya habéis cumplido la pena”) o multiplica­rlo.

¿Qué quiere el independen­tismo? ¿Elecciones para gobernar de una vez o para proclamar la independen­cia? ¿Pacto de izquierdas y el independen­tismo lo dejamos para más adelante o continuamo­s con Puigdemont, Torra u otros sucedáneos? ¿Manifestac­iones de unidad o “fuera los partidos que se han vendido”? ¿Gestos públicos o una “ola de movilizaci­ón sostenida dirigida a la ruptura con el Estado”? Qué inmenso y estéril enredo. ¿Tsunami democrátic­o? ¿Para conseguir qué?

En este escenario, sólo una nueva fuerza política que reúna suficiente amplitud social, más que etiquetas, puede aportar una respuesta necesaria, a condición de que sea eso, nueva: nadie remienda un vestido viejo con ropa que todavía no ha sido lavada: el trozo nuevo se llevaría parte del viejo, y el roto quedaría peor. Tampoco nadie pone vino nuevo dentro de odres viejos: el vino reventaría los odres y se perderían odres y vino. El vino nuevo se tiene que poner dentro de odres nuevos.

En definitiva, no se trata ya de unos 300.000 votos teóricamen­te huérfanos, sino de mucho más. De toda la gente que se sitúa en el espacio 5, 6, 7 del eje nacional (1, menos catalán; 10, máximo), que agrupa sobre todo a los que se consideran “tanto catalanes como españoles” y “más catalanes que españoles”, y una parte de los “sólo catalanes” que no comparten la agenda política y cultural de la progresía catalana, común a todos los partidos con la excepción del marginal Partido Popular.

Carente de liderazgos claros, el independen­tismo malgasta su mayoría de gobierno exhibiendo incompeten­cia

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