La Vanguardia

La mano del hombre

- EL RUNRÚN Clara Sanchis Mira

Este verano vimos un incendio lento y doloroso, como son ellos. Por la mañana, el cielo azul nos tuvo engañados, escupiendo lo que parecía una gran nube blanca y algodonosa, tierna, como pintada por un niño. Menuda nube fantasiosa sale de la montaña de enfrente, qué poco creíble, decíamos, viéndola crecer a borbotones. Hasta que un watsap pone las cosas en su sitio. La sierra arde. Y la blancura de la nube traidora se vuelve una broma pesada, un vómito celestial. No sabíamos que el humo de un incendio podía ser tan níveo. Aunque ahora un velo gris empieza a extenderse por la cima de la montaña.

Sin quitarle el ojo al cielo a cada instante para tenerlo bajo control, averiguamo­s detalles. Trabaja en la extinción un dispositiv­o de 200 personas que incluye 15 medios aéreos. El fuego avanza hacia unos pinares exuberante­s, de gran valor ecológico. Los ciclistas de la zona facilitan datos: había al menos tres fuegos, cercanos a la carretera. O sea, que detrás está la mano del hombre. El viento juega malas pasadas a los bomberos que intentan detener este desastre que ha provocado la mano del hombre.

Seguimos controland­o el cielo: el gris se mezcla con el azul y lo vuelve marrón. Un familiar llama y dice que vayamos a ayudar. Todo apunta a que esto empieza a ser una escena cotidiana y habrá que ir aprendiend­o, pero no estamos seguros de saber apagar incendios. Alguien menciona la regadera. Los cascos de las bicis. El familiar insiste en que vayamos a cavar unos cortafuego­s. No vemos clara la idea de aparecer con los cascos de las bicis y unas palas en medio del dispositiv­o de las 200 personas y los 15 medios aéreos. Internet

El sol no hace su número mágico en el horizonte; no hay horizonte; al caer la noche vemos las llamas

confirma que no se solicitan voluntario­s.

Hoy no hay atardecer porque el cielo es marrón. El sol no hace su número mágico en el horizonte. No hay horizonte. Al caer la noche vemos las llamas. Dos puntos rojos oscilantes, hirientes. Un halo naranja envuelve la cima. Es un resplandor macabro que no podemos dejar de mirar. También miramos la montaña. Hemos paseado por esos pinares vivísimos, y pensamos en ellos. De momento el fuego sólo calcina monte bajo. Pero ese también es un sitio vivísimo, con encinas y tomillo blanco. Y animales que no nos podemos ni imaginar y que estarán huyendo con los ojillos desorbitad­os. Liebres, ratones, lagartijas, zorros, libélulas, a saber. Ayer vimos pasar una pareja de corzos. Pensamos en ellos. Y en el autillo que oímos alguna noche, que no parece un volador agilísimo. También pensamos en la mano del hombre. No sabemos de qué hombre, ni cómo será esa mano. Vemos dedos.

Al despertar, el monte sigue echando humo, pero los móviles dicen que el fuego está controlado. El resplandor sigue ahí una noche más, controlado pero hiriente, como la mano del hombre y sus ansias de destrucció­n de la naturaleza. Ese suicidio.

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