La Vanguardia

Por el ‘pescaíto’ y tantos otros

- Francesc Bracero

Una de esas historias tristes que, de tanto en tanto, te quiebran el ánimo, es la del niño Gabriel Cruz, que a sus 8 años fue asesinado por la pareja de su padre, Ana Julia Quezada, en febrero del 2018. Una historia desgarrado­ra, plena de todos esos elementos que los propios periodista­s solemos llamar mediáticos porque despiertan el interés del público y esto arrastra a su vez a los medios de comunicaci­ón a volcarse en ofrecer una informació­n al minuto y lo más completa posible.

El segundo capítulo de esa muerte lacerante llegará el próximo lunes, cuando se inicie en Almería el juicio a la acusada y asesina confesa del niño. Hoy viernes, esa fiebre informativ­a que viviremos a partir del lunes, no aparece en ningún sitio. Muy pocas personas sabrán hasta entonces que la historia del pescaíto, sobrenombr­e que sus padres le dieron a Gabriel, vuelve a estar de actualidad. Habíamos enterrado al niño, con gran despliegue

mediático (no podemos escapar a esta expresión que lo describe). Pero la historia del crimen no había terminado con el funeral del pequeño.

Volveremos a recordar la angustiada búsqueda del niño y la actuación de la persona que lo había asesinado. El interés crecerá por la intervenci­ón que pueda tener mujer que se sienta en el banquillo. Es inevitable que los medios de comunicaci­ón respondan al interés del público. Deben hacerlo con el despliegue que consideren oportuno para servir informació­n que reclama su audiencia. Informació­n. Nada más.

No está de más recordar otros episodios de la historia reciente del crimen en España en el que destaca el caso Alcàsser como el mejor ejemplo de cómo algunos medios pueden zambullirs­e en el fango en pos de una cifra de audiencia. El espectácul­o de aquellos días ha hecho sonrojarse a algunos de quienes lo protagoniz­aron. Todo el mundo parecía entender entonces que la forma en la que se abordaron las cosas eran normales y corrientes. Y no lo eran. De ninguna manera.

Hacer pasar a las familias de las víctimas por aquella exhibición del dolor sin tapujos, llevados delante de las cámaras cuando debían estar en la intimidad del duelo familiar que se exhibió de forma obscena, es una lección que todos deberíamos haber aprendido del triple crimen.

Uno de los grandes valores de la serie documental de Netflix sobre el caso Alcàsser, estrenada hace unos meses, es que la mirada retrospect­iva ha dejado a la vista las costuras del periodismo sensaciona­lista.

Los periodista­s que trabajaron en su día en este caso con el rigor que la víctima y la audiencia merecían expresan hoy todavía su estupor por las cosas que contemplar­on de algunos de sus colegas. Estamos en el 2019 y, como solemos tropezar con las mismas piedras, sería bueno que recordásem­os donde están los límites antes de que comience el juicio.

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