Los temas del día
El segundo aniversario de los convulsos plenos del 6 y 7 de septiembre del 2017, y la pujanza de la industria editorial en catalán.
SE cumplen dos años de las sesiones del Parlament de Catalunya del 6 y el 7 de septiembre del 2017. En su transcurso se aprobaron las leyes del Referéndum y de Transitoriedad Jurídica, que allanaron el camino hacia la consulta del 1-O e institucionalizaron la división de la sociedad catalana. Para que ello ocurriera fue preciso que la mayoría parlamentaria independentista violentara la Constitución española y el Estatut de Catalunya, impulsara reformas reglamentarias ex profeso, menospreciara los derechos de la oposición, desoyera las advertencias del Tribunal Constitucional y, en resumidas cuentas, dañara gravemente la imagen de la Cámara catalana.
No es necesario recordar aquellas sesiones, y no porque no fueran relevantes, sino porque sus consecuencias han pesado y pesan a diario sobre la sociedad catalana. Algunos de los líderes que encabezaron aquella revuelta llevan dos años en prisión preventiva y siguen a la espera de la sentencia del juicio al que han sido sometidos. Otros prefirieron dejar Catalunya e instalarse en el extranjero. La sociedad catalana sufre también las consecuencias de aquellas jornadas, tanto en términos de convivencia como en otros económicos, que desgraciadamente se notarán –y, de hecho, ya se notan– sobre su desarrollo. El encaje de Catalunya en la España del siglo XXI sigue siendo un tema por resolver. Y si bien es cierto que algunas fuerzas independentistas involucradas en aquel episodio parecen analizar ahora la situación con más serenidad y pragmatismo, otras, empezando por la del actual presidente de la Generalitat, repetirían el intento e invitan, a nuestro entender de modo muy irresponsable, a reiterar unos sucesos tan improductivos como lesivos para toda Catalunya.
En este contexto histórico, pasados dos años de las sesiones del 6 y el 7 de septiembre del 2017, cuando más falta hace recapacitar y explorar vías de diálogo, Ciudadanos convocó ayer un acto junto al Parlament, al que su líder, Albert Rivera, acudió rodeado por el grupo parlamentario naranja. Su propósito no era otro que leer una declaración institucional denunciando el “golpe de Estado” de los independentistas en aquellas fechas. Y, por tanto, abundar en la línea ya conocida de su formación, que huye como de la peste de cualquier diálogo con los partidos independentistas, aunque pudiera contribuir a la solución del conflicto, y que además ha vertebrado buena parte de su discurso político de acoso al PSOE, afeándole la posibilidad de que busque una solución pactada al conflicto catalán.
Ciudadanos logró un triunfo histórico en las elecciones catalanas del 2017, sumando 36 diputados al Parlament, más que ninguna otra fuerza. Esta primacía le obligaba a tratar de proponer soluciones viables. No lo ha hecho. Ha preferido enrocarse en las hostilidades, en las descalificaciones, en el tono desabrido, estériles a la hora de urdir soluciones, y acaso también a la hora de conseguir una primogenitura de la derecha que todavía corresponde al PP y por la que también suspira Vox. No contentos con ello, sus líderes, primero Rivera y después Arrimadas, han saltado a la política nacional, dejando atrás Catalunya, y han creído que cumplían con su deber limitándose a desplegar un juego bronco. Creemos que Ciudadanos podía haberlo hecho mejor. Creemos que la firmeza no es incompatible con la cintura política. Y creemos que está por ver que su actitud les reporte progresos en próximas elecciones generales o autonómicas: también puede ocurrir lo contrario.