La Vanguardia

Bienestar animal: ¿utopía o realismo?

Los asaltos a granjas ponen en liza los distintos objetivos de un movimiento diverso

- ALBERT MOLINS RENTER Barcelona

Este verano, grupos de activistas han hecho acciones de protesta por las condicione­s de vida de los animales en varias explotacio­nes ganaderas de Catalunya. La última, el pasado 2 de septiembre, en un granja de conejos de Gurb (Osona), unos 100 activistas dejaron libres a cerca de una decena de conejos. Tras esa acción murieron un centenar de ejemplares.

Este tipo de actuacione­s son cada vez más frecuentes y se combinan con vigilias delante de mataderos y manifestac­iones, que están muy lejos no ya de ser multitudin­arias, sino siquiera numerosas.

Más allá de lo minoritari­o o no que pueda ser este activismo animalista es cierto que, como dice Natàlia Cantó, socióloga de la UOC, “el movimiento despierta simpatías entre capas de la sociedad que están informadas y saben de la relación entre el clima y la producción de carne, tema en los que hay argumentos difíciles de rebatir”.

Por contra, a ganaderos como Marta Roger, de Pagesos GPS, les preocupa que “haya gente que viva tan desconecta­da del mundo rural y que se crean el discurso de los animalista­s, y que en los medios de comunicaci­ón se hable de que han entrado a ‘liberar’ animales”.

Además, estas acciones también provocan el rechazo de aquellos que, como el filósofo de la URL y la UOC Miquel Seguró, opina que “la democracia es un juego de derechos y obligacion­es, que siempre nos cuestan más, y cuando ves que el procedimie­nto no es homologabl­e se pone en entredicho el mensaje. El dogmatismo hace imposible creer que la discrepanc­ia es posible.

Lo que la hace posible es el respeto hacia los derechos de los demás”

Cantó entiende que haya personas para las que pese “más el deber de respetar las reglas del juego, pero también hay quien piensa que el sistema liberal no responde adecuadame­nte a sus demandas”.

En este sentido, el responsabl­e de la organizaci­ón Barcelona Animal Save, Marc Ramoneda, apunta: “Creemos que los animales merecen ser liberados, y por eso damos nuestro apoyo a estas acciones, siempre que sean no violentas hacia los trabajador­es o los granjeros. Ellos no son nuestro objetivo”. Ramoneda entiende que “lo que hacemos puede incomodar, pero en todas las luchas sociales ha existido la desobedien­cia civil”.

Pero como es lógico, el animalismo no es monolítico y, por ejemplo, desde la Asociación Nacional para la Defensa de los Animales (ANDA) dudan de que estas acciones sean buenas tanto para la causa animalista como para los animales.

Alberto Díez es el director de ANDA y en su opinión esta forma de activismo “es injusta, ilegal y peligrosa, porque tiene un gran riesgo sanitario, ya que se pueden transmitir enfermedad­es de una granja a otra”. “Además –añade– provocan que se unifique la visión del movimiento, y que los ganaderos, la industria cárnica y la distribuci­ón sean menos receptivos ”.

Según Díez, “no valen los planteamie­ntos mesiánicos ni los que están centrados sólo en el animal, porque las cosas son algo más complejas”. “También corremos el riesgo de que pague la factura la ganadería tradiciona­l que no es problemáti­ca, pero cuyas instalacio­nes son a las que es más fácil de acceder”, dice. Para el director de ANDA estos activistas “tienen un perfil muy específico, muy urbano y des

La desconexió­n entre campo y ciudad está en la base del conflicto entre defensores de los animales y ganaderos

conocen la perspectiv­a general y la rural concretame­nte. En el fondo, no les importa el desarrollo rural”.

En cambio Ramoneda asegura que ellos quieren “ayudar a los ganaderos a ir hacia una ganadería más ética, pero las víctimas principale­s son los animales no ellos”. El responsabl­e de Barcelona Animal Save admite que “segurament­e estas acciones no son las más efectivas de cara a la sociedad, pero nos sentimos con la responsabi­lidad moral de ir a salvar a los animales”.

Para Marta Roger, parte del problema está en que “ellos tienen un

storytelli­ng con el que la gente de la ciudad conecta mejor. Para ellos un animal de granja es como un perro. Los animalista­s presentan a los animales como si fueran animales de compañía. Y eso no es así. La gente de las ciudades no tiene vínculos con el campo. Hay que unir los dos discursos. Ambos nos necesitamo­s”.

Y es que el sector más radical del movimiento en defensa de los derechos de los animales se mueve como pez en el agua en la redes sociales. “Los medios de difusión tampoco ayudan a ser empáticos. Mensajes rápidos y muy pocos argumentos. La alimentaci­ón es una parte de la cultura y la inmediatez de las redes no busca el cambio cultural, sólo impacta en los que ya están convencido­s. El me gusta tiene que favorecer este cambio cultural, a lo que contribuye­n mucho más los mensajes más realistas aunque no tengan tanto impacto”, dice Díez.

Por eso desde ANDA piensan que posturas como la de Barcelona Animal Save demuestran “falta de empatía hacia el otro”. “Lo que hay que buscar –dice Díez– son puntos en común, pero es muy difícil cuando lo ves como a un asesino de animales. Además, se da la sensación de que hay dos bandos enfrentado­s, cuando en realidad lo que hay son dos formas de entender la vida y nadie tiene toda la razón en la mano”.

En este aspecto, Natàlia Cantó opina que “es muy importante conseguir una cierta rebaja de la conflictiv­idad. Tenemos que decidir qué queremos como sociedad y a qué damos prioridad”.

Por su parte, desde el mundo rural aseguran que ellos son los primeros “interesado­s en que los animales estén bien”, explica Roger, quien reconoce que “una granja, cuanto más grande es, peor imagen da”. Y añade: “Los pequeños ganaderos somos muy vulnerable­s, y el cambio climático aún nos pone en una situación peor. Tendremos que cambiar de razas, por ejemplo”.

En este sentido, Ramoneda reconoce que “la ganadería extensiva tiene un importante papel medioambie­ntal. No decimos que no haya ovejas pastando, sino que no se sacrifique­n para ser comidas”.

Por eso para Cantó, la colisión entre ambos mundos también se da cuando desde el agro “se proclama un profundo amor por la tierra, pero se gana la vida matando animales. Esto es de lo que habrá que hablar, y hacerlo es una apelación para luchar contra la desconexió­n entre el mundo rural y el urbano” .

Por su parte, para Alberto Díez la clave está en entender “que no todo es un problema”: “Hay que detectar los problemas reales y demostrarl­os científica­mente, hacer un esfuerzo de objetivida­d. Hay cosas que no tienen solución. A cierto animalismo a veces le sobra filosofía y le falta ciencia. Con la industria cárnica sucede lo contrario”.

Díez opina que “no es realista pensar que un día existirá un consumo cero de carne, como tampoco tiene sentido el consumo actual, sólo asumible a costa del medio ambiente”. En cambio, desde Barcelona Animal Save opinan que “costará, pero que se logrará. Ya está pasando y cada vez hay más personas y productos veganos. El veganismo también es una lucha por los derechos humanos”.

“No es realista un objetivo de conseguir un consumo cero de carne, como no lo es el actual”, dicen en ANDA

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en sus últimos momentos. A pesar de su buena fe, en las actuacione­s en granjas, los animalista­s han cometido errores como dar agua a terneros que por su edad aún se alimentaba­n exclusivam­ente de leche o llevarse a una coneja y dejar a las crías sin su madre.
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BARCELONA ANIMAL SAVE Movilizado­s. Cada vez son más habituales no sólo las intervenci­ones directas en explotacio­nes agropecuar­ias, sino también las manifestac­iones y las concentrac­iones delante de mataderos para “rendir testimonio a los animales”, así como para darles agua y acompañarl­os
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