La Vanguardia

El nido se vacía

- Susana Quadrado

Una tarde de este pasado agosto cayó en mis manos una revista donde aparecía una entrevista a Michelle Obama en la que hablaba de la maternidad, la suya se entiende. Lo que pudiera explicar sobre este tema no me interesaba en absoluto. Esta señora se parece a cualquiera de nosotras lo que un huevo a una castaña y su discurso es conocido. Aún así, me detuve en el artículo porque andaba buscando alguna certeza sobre el rumoreado naufragio de su matrimonio con quien ha sido uno de los hombres más poderosos del planeta y, en su mejor momento, también uno de los más atractivos.

Del tal supuesto naufragio, nada, no daba ni una pista. Sí en cambio se explayaba Michelle acerca de esa maternidad idealizada que tan alejada está de la que practicamo­s cuantas cruzamos los pasos de peatones cada día para ir trabajar. A lo que iba. Contaba algo así como que ser madre es el mayor acto de generosida­d que puede hacer una mujer en su vida. ¡Y una mierda! Obviamente ese elaborado comentario no salió de ella sino que lo pensé yo. Ser madre es un acto egoísta.

No pares a una criatura pensando en ella, o no solo. Lo haces pensando sobre todo en ti misma. Ocurre que solo te das cuenta de eso cuando se va de casa. Ya ves, todos los sociólogos de la Tierra poniéndose las manos a la cabeza porque

La maternidad se revela como un acto egoísta cuando un hijo se va de casa y cambia todo tu mapa de sensacione­s

los retoños españoles no se largan del nido ni a los treinta y tantos y ¿qué haces tú? Pues llorar como los delfines, con lágrimas gordas. No os habíais ni separado y ya la echabas de menos. Entonces te descubres con un deseo irrefrenab­le, desconocid­o y merecedor de psicoanáli­sis de retenerla a tu lado. ¡Si serás egoísta! Así, te vuelcas sobre el teclado para matar tus penas a cañonazos y para contarle a alguien lo que no siempre es posible ir diciendo a voces.

Ay, su partida no es una huida: es un paso adelante. Te repites eso, y que es lo mejor para ella, aunque a ver cómo te quitas tú ahora de encima la terrible quemazón del abandono. Dentro de tu mapa de sensacione­s, además de esta, hay otra nueva: que el tiempo pasa demasiado rápido y que va quemando etapas a su antojo, sin apenas darte cuenta.

Lo llaman ley de vida.

Oh qué suerte el pajarito ha crecido de golpe y ya vuela solo. Ella se ha ido lejos con una maleta ligera de equipaje. Volverá, ni que sea por nostalgia. Llámame todos los días o al menos un whatsapp. Mientras, hundes tu cabeza en el plumaje del otro polluelo del nido y te acurrucas. Pensamient­os positivos, por qué no: vas a reorganiza­r la casa, y tendrás más intimidad, y comprarás esa chaise-longue tan cojonuda que has visto para el comedor, y colocarás una cinta de correr con wifi en su habitación ahora vacía, y podrás escribir un libro, y plantar un árbol... ¡Y una mierda!

Qué difícil es dejar ir. Tú estás aprendiend­o a hacerlo, aunque calculas que dejarás de llorar hacia el 2050.

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