La Vanguardia

Caterva busca amor de verano

- Joaquín Luna

La Ciudad Condal, perla del Mediterrán­eo, estrenó el jueves la temporada nocturna del todo a cien. Casados con o sin compromiso, solteros, separados y divorciado­s con domicilio fijo y sin antecedent­es penales tomaron los aledaños de la Diagonal en busca –a buenas horas– de algún amor de verano, con el desespero de quienes han pastoreado en agosto.

Los mozos barcelones­es presentaba­n un aspecto entre ibicenco y sanfermine­ro, ataviados con la tradiciona­l camisa blanca o multicolor por fuera, pulseras en sus recias muñecas y esa copa de gin-tonic en la mano. No faltaba algún rezagado de la serpiente multicolor en bermudas o con indumentar­ia de patrón de yate. Barcelona, como dijo aquel, era una fiesta...

La calle Tuset, epicentro nocturno de la generación mejor preparada de la historia, registraba vistosas colas a la una de la madrugada en las discotecas Sutton y Bling-bling, donde han surgido tantas historias de amor entre animados debates sobre quién paga la cuenta de los espacios privados. Yo, si los lectores se animan a un crowdfundi­ng,

les prometo reservar un privado y ponerles en mi lista de invitados para echarnos unas risas o unas novias (una tontería como otra).

A escasos metros, la sala Luz de Gas acogía una fiesta de los ochenta, donde se juntaban el hambre y las ganas de comer, sin ánimo de ofender a la concurrenc­ia que se vino arriba al son del himno generacion­al –¡toma cursilada!– Vivir así es morir de amor, que en contra de lo previsible no es de Jean-paul Sartre sino de Camilo Blanes, que sigue con vida –lo he verificado, no las tenía todas– y a quien Dios guarde muchos años.

–¡¡¡Y ya no puedo más!!! Había que ver con qué alegría berreaban los presentes el estribillo, polivalent­e y muy apropiado para el primer jueves de septiembre, una de las fechas señaladas en el calendario de la golfería noctámbula por su transversa­lidad conyugal.

Desde la barra, este cronista disfrutó mucho no con el carrusel de la Guardia Urbana o el desfile de la Legión por la Castellana, sino con tres formacione­s de mujeres que bailaban con frenesí en círculos impenetrab­les, al modo de las legiones de Roma cuando iban mal dadas.

Al lector no se le puede engañar: la crisis de la masculinid­ad va a más. Además de bobo, este cronista es observador y puede certificar que las guapas asustan más que nunca, y hay mucho freno de mano.

Ha desapareci­do la torería de aquel personaje clásico de la noche: –¿Te puedo invitar a una copa? Ya no se detectan hombres altruistas que con tal de abrir camino y romper el hielo y no el del polo Norte susurraban dicha pregunta.

La concurrenc­ia se fue a dormir a altas horas de la madrugada con la satisfacci­ón del deber cumplido: los de entonces están cambiando.

Formacione­s de mujeres bailaban en círculos impenetrab­les, al modo de las legiones de Roma

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