La Vanguardia

Repugnanci­a

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Como pasa siempre en casos de esta naturaleza, no puedo evitar sentir una enorme repugnanci­a ante el abuso que hacen de la morbosidad algunos compañeros de oficio. Nunca entendí el gusto de la audiencia por los programas que convierten la muerte dolosa en un espectácul­o televisivo y, aunque dicha audiencia sea la reina del cotarro, tampoco comprendo la facilidad con que algunos se instalan en la decencia periodísti­ca, en aras de alimentar a las vísceras. Si, además, la víctima es un niño, y el asesinato tiene todas las caracterís­ticas de la crueldad, aún es más grande el dolor, más grave la indecencia y más triste la voracidad desalmada de la audiencia. Por este agujero todos caemos directos hacia los infiernos.

El último ejemplo es de manual: tiene todas las caracterís­ticas propias de una tragedia sin contemplac­iones, lo cual debería movernos al respeto; pero, por ello mismo, también tiene todos los elementos para alimentar el bajo vientre. Es el caso del asesinato del pequeño Gabriel; el juicio a su asesina confesa empezó hace pocos días. Desde el minuto uno, los buitres del morbo alzaron el vuelo y se fueron a buscar todo tipo de restos para alimentars­e, imágenes, declaracio­nes,

Al minuto uno, los buitres del morbo alzaron el vuelo y se fueron a buscar carroña para alimentars­e

lágrimas, cualquier detalle que sirviera para montar un circo mediático, donde la víctima sólo fuera el mono de feria de su espurio espectácul­o. Todo valía, y si podían tener las imágenes de la reconstruc­ción del asesinato, montaban la fiesta mayor, con sesudos comentaris­tas comentando los detalles, videowalls, imágenes congeladas con el puntero, y todo lo que puede ofrecer la nueva tecnología para alimentar la vieja obscenidad.

Fue tan desaforada la cacería, que los padres de Gabriel han necesitado defender la dignidad del recuerdo de su hijo y han pedido un pacto ético a la prensa para que se impida la profusión de falsedades, filtracion­es, recreacion­es del crimen y la falta de tacto ante el dolor de los familiares. En este sentido, las palabras de Patricia Ramírez, la madre de Gabriel, no pueden ser más conmovedor­as, ni tener una carga acusatoria más rotunda: “La necesidad y el derecho que tenemos como padres a que no se publiquen aquellos aspectos morbosos sobre cómo murió, retiren y no publiquen ni repitan más cómo nos lo arrancó de nuestras vidas, en beneficio de titulares carentes de sensibilid­ad que aludiendo a su autopsia vulneran los derechos fundamenta­les destrozand­o la imagen de un menor, mi hijo de ocho años”.

La cuestión, en este punto, es preguntars­e si debiera ser necesario que una madre tenga que hacer un llamado público para que el periodismo no pierda su decencia o debería ser la misma profesión, la que nunca irrumpiera en este tipo de obscenidad­es. Es un periodismo que vive de vender carroña. El problema es que la carroña vende y es ahí donde cada cual debe hacerse la pregunta. Porque no nos equivoquem­os, esta culpa está muy repartida.

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Pilar Rahola

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