‘El laberinto’ como decoración

UNO de los óleos que el MNAC ha cedido al Parlament es el titulado El laberint, de Joaquim Mir. Se trata de una escena pintada al natural en el laberinto de Horta, que, a la vista de lo acontecido los dos últimos años en Catalunya, tiene una evidente fuerza simbólica. Guste o no, los independentistas y los que rechazan la independencia se encuentran en una situación laberíntica, pues nadie acierta a encontrar una salida. Jaume Vicens Vives se refirió premonitoriamente al laberinto en Notícia de Catalunya, ante lo que el llamó la incapacidad de los catalanes de gobernar el Minotauro (el poder del Estado), utilizando la figura mitológica del laberinto de Creta.

No parece que, veintitrés meses después de la consulta, Catalunya haya encontrado el hilo de Ariadna que le lleve a una salida o, al menos, a una estrategia para escapar del Minotauro. Es más, viendo que el llamado Consell de la República –un artefacto de dudosa efectividad que lidera Carles Puigdemont– insistió este fin de semana en que existe un

mandato derivado del 1-O, y que en este sentido los catalanes ya ejercieron el derecho de autodeterminación, parece que, más que atisbarse una salida, nos hemos extraviado definitivamente en sus pasillos interiores.

El laberinto que pintó Mir reproduce el lado más amable del enrevesado parque barcelonés, el plácido lago. Los momentos que vivimos son de tensa calma ante el calendario que se nos avecina, como la que despierta el estanque inmortalizado por el artista. Pero, al dejar atrás la laguna, el laberinto se vuelve más intrincado. La respuesta a una presunta sentencia condenatoria a los políticos presos por el 1-O anuncia nuevas incertidumbres, no menos enmarañadas. Más allá de las legítimas protestas, es urgente que el independentismo se adentre en el pragmatismo.

Incluso para gestionar la postsentencia habrá que buscar complicidades. Habrá que saber gobernar el Minotauro.