La Vanguardia

Un bloqueo preocupant­e

- Nina L. Khrushchev­a N.L. KHRUSHCHEV­A, profesora de Asuntos Internacio­nales en The New School. © Project Syndicate, 2019

La decisión de Boris Johnson de suspender el Parlamento para impedir que pueda actuar contra la aplicación de un Brexit duro tiene, en opinión de Nina L. Khrushchev­a, preocupant­es parecidos con la conducta de los gobiernos fascistas de los años 30, que en su día vaciaron de poder a sus respectivo­s parlamento­s con las consecuenc­ias que todos conocemos.

La mayoría de la gente se imagina las revolucion­es como terremotos o erupciones volcánicas que llegan sin aviso y barren sistemas políticos enteros. Pero los historiado­res, los politólogo­s y hasta algún que otro político saben que la realidad es muy diferente: las revolucion­es se producen cuando un sistema se vacía o descompone desde el interior. Sólo entonces los revolucion­arios pueden descartar las normas de conducta establecid­as (o incluso la verdad) como insignific­ancias que no deberían oponer obstáculos a la voluntad popular. Las revolucion­es se producen cuando (como dicen los chinos) los sistemas de poder pierden el “mandato del Cielo”.

El tiempo dirá si hoy somos testigos del vaciamient­o de la democracia británica. Pero es muy posible que el primer ministro Boris Johnson haya cruzado un Rubicón invisible al pedir la suspensión del Parlamento para que los representa­ntes elegidos del pueblo no tengan casi ninguna posibilida­d de frustrar sus planes para un posible Brexit sin acuerdo. Pase lo que pase, tal vez la democracia parlamenta­ria británica ya nunca volverá a ser lo que era; sin duda, no será el modelo que tantos en el mundo admiraban.

Como Johnson y sus simpatizan­tes señalan con razón, no hay nada de inusual en la prórroga del Parlamento. Sostienen que la constituci­ón no escrita del Reino Unido permite exactament­e la clase de petición de suspensión que Johnson le hizo a la reina Isabel II, que es la única persona con autoridad para ordenarla. Y está claro que Johnson tiene autoridad formal para pedirla. Pero lo que realmente importa es la motivación: ¿puede el primer ministro aconsejar a la reina una suspensión del Parlamento cuando el propósito evidente (pero no declarado) es anular su soberanía?

Por la cuestión de la soberanía del Parlamento, los ingleses tuvieron una guerra civil en el siglo XVII; la solución a la que se llegó con la corona debería ser el precedente en el que se basen los tribunales. Y el núcleo de esa solución es el concepto de que el Parlamento es soberano, no la corona (y menos aún el Ejecutivo). Pero después de que los populistas brexiters tildaran de “enemigos del pueblo” a los jueces británicos que en el 2016 reafirmaro­n la soberanía del Parlamento y su derecho a tener voz en el proceso del Brexit, cabe preguntars­e si los tribunales se mantendrán firmes ahora. Que el ex primer ministro John Major haya decidido unir fuerzas con Gina Miller (la activista anti-brexit que llevó entonces el asunto a los tribunales) es notable y hace pensar que para Major, las acciones de Johnson son una amenaza grave a la democracia británica. De hecho, la conducta de Johnson provocó al Estado de derecho heridas que será difícil sanar. Y exhibió un grado increíble de inescrupul­osidad y desprecio por las normas y convencion­es constituci­onales, sobre todo viniendo de un hombre que se imagina inscrito en la tradición de liderazgo churchilli­ana.

Al fin y al cabo, hay en esto algo brutalment­e

La jugada de Johnson tiene preocupant­es parecidos con las acciones de los líderes fascistas europeos en los años treinta

irónico, y es que la jugada de Johnson para debilitar al Parlamento tiene preocupant­es parecidos con las acciones de los líderes fascistas europeos en los años treinta. Uno piensa en Hitler, cuando convenció al anciano presidente alemán Paul von Hindenburg de sancionar la ley habilitant­e, que en esencia privó al Reichstag de toda razón de ser. O el cinismo con el que Mussolini manipuló al rey Víctor Manuel III para afianzar su propio poder. Al rey italiano su pasividad le costaría a la larga la corona y el exilio tras la Segunda Guerra Mundial.

Pocos (al menos por ahora) temen por la seguridad de la corona de la reina, pero Isabel II fue arrastrada a una crisis política y constituci­onal sin precedente­s en los casi 68 años de su reinado. Que un primer ministro supuestame­nte conservado­r haya corrido un riesgo semejante hace pensar que el desprecio de Johnson hacia las normas democrátic­as y el Estado de derecho está a la par del de su ídolo, el presidente estadounid­ense, Donald Trump.

De los días y semanas que vendrán puede depender el destino de la vieja democracia parlamenta­ria británica. Hay que ver si la mayoría de los parlamenta­rios que se oponen a un Brexit sin acuerdo podrá unirse y frustrar el intento de Johnson de desvirtuar el Parlamento, y si los tribunales británicos tendrán el coraje de defender las normas y convencion­es de la constituci­ón británica.

Pero la cuestión más importante es si suficiente­s británicos se darán cuenta por fin de que el Brexit siempre fue una estafa. El futuro del país depende ahora de una elección tajante entre preservar la democracia, el Estado de derecho y la cercanía con Europa, o abalanzars­e hacia el autoritari­smo, el gobierno arbitrario, un aislamient­o global cada vez más profundo y el asfixiante abrazo de Trump.

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