PDECAT: ruptura o defunción
El pacto de la Diputacíón de Barcelona ha evidenciado las diferencias insalvables entre el PDECAT y el núcleo afín a Puigdemont sobre la estrategia de futuro. Las dos partes deben buscar una fórmula de integración o escindirse definitivamente.
Si un milagro no lo impide y el 10-N los ciudadanos vuelven a ser convocados a las urnas, el mundo posconvergente se encontrará en pleno debate interno sobre su futuro, y la confección de las listas al Congreso los encontrará con el pie cambiado. De las conversaciones mantenidas estos últimos días con algunos de sus principales protagonistas, se puede concluir que todo puede suceder en las próximas semanas pero que la opción de una ruptura entre el PDECAT y el núcleo afín a Carles Puigdemont está encima de la mesa. Es la bifurcación que ha salido de la antigua Convergència, donde la mano de hierro de Jordi Pujol moldeó un movimiento donde no cabía la disidencia. El procés ha provocado un intercambio de papeles entre los dos grandes partidos nacionalistas. Esquerra celebraba este fin de semana un congreso que confirma su viaje a la moderación y su intento de convertirse en la casa común del catalanismo. ERC hace de CDC. En cambio, los posconvergentes se han radicalizado y el debate de fondo que tienen por delante es seguir este camino o volver a sus orígenes, como piden algunos de sus dirigentes y evitar así que Esquerra les ocupe su tradicional espacio.
A los herederos de Convergència les llega la hora de la verdad después de mucho tiempo de dudas sobre su refundación en el PDECAT, el recurso electoral de Jxcat o la creación de la Crida, una herramienta que está en hibernación a la espera de acontecimientos. Los electores no entienden todo este baile de nombres y la falta de concreción estratégica se ha traducido en el sorpasso de ERC. Puigdemont es el líder indiscutible y así lo han podido comprobar en sus propias carnes
dirigentes como Marta Pascal, Carles
Campuzano o Jordi Xuclà, pero la dirección actual del PDECAT no parece dispuesta a disolverse sin más en el nuevo magma que se preparara desde Waterloo. Algo se rompió entre estos dos sectores con el pacto de la Diputación de Barcelona. Las presiones sobre David Bonvehí, el presidente del PDECAT, para que rompiera el acuerdo con los socialistas provocaron un desencuentro que todavía dura. Bonvehí amagó incluso con dimitir en una bronca reunión en el Parlament con dirigentes de Jxcat y sólo la intervención final de Puigdemont la evitó. Pero ninguna de las dos partes perdona a la otra.
Nadie está a gusto y Puigdemont ve llegada la hora de que el PDECAT se disuelva en Jxcat y se cree una única organización fuerte que siga una clara línea estratégica. Pero los barones posconvergentes no lo tienen nada claro. Bonvehí se ve con fuerza, después del pulso ganado en la Diputación y también por el apoyo que le dan los cuadros de su partido. Y ello le ha llevado a organizar un proceso participativo entre las bases que acaba este próximo domingo para que se pronuncien sobre su disolución o no. El PDECAT no quiere ser un títere de la organización de Puigdemont y quiere intervenir más en las decisiones de futuro y especialmente en la confección de las listas electorales. Para que lo entiendan, el partido no quiere que se repitan dedazos de Puigdemont como poner a su abogado Jaume
Alonso-cuevillas como número uno en Girona y que este después no acuda al Congreso. El núcleo dirigente del PDECAT no juega de farol porque la propiedad de las siglas de Jxcat están inscritas en el registro del Ministerio del Interior por sus dirigentes. Justamente por esta razón nació la Crida como posible alternativa.
El recelo entre las dos partes es tal que existe un documento firmado por representantes del PDECAT y del núcleo de Puigdemont que dice que ninguno de los dos sectores podrá presentarse a las elecciones usando la marca Jxcat por separado. Es decir que, si no se ponen de acuerdo, el PDECAT podría ir a elecciones usando su nombre de partido y el grupo de Puigdemont recurriría al de la Crida, pero ninguno de los dos podría usar alegremente el de Jxcat. No es de extrañar, por este motivo, que hay incluso quien piensa que todo podría acabar en que las dos partes, una vez constatadas sus diferencias, pactasen una coalición electoral con reparto de escaños y atribuciones, para poder usar conjuntamente la marca de Jxcat. Sería como volver a la antigua CIU tantos años después. El PDECAT tiene por delante su decisión: o ruptura o acepta su defunción de una vez por todas.