La Vanguardia

¿Desgracia o catástrofe?

- Joana Bonet

La última oferta in extremis de Pablo Iglesias a Pedro Sánchez traía implícita la noción de ensayo, igual que plantean muchas parejas que se dan un “periodo de prueba” tanto antes de casarse como al separarse. Si no funciona, cada uno por su lado. Un auténtico atrapamied­os que inmunizase a los socialista­s ante la posible trampa podemita de jugar al contragobi­erno una vez dentro.

Era de esperar que Sánchez, fiel a su colección de calabazas a la novia despechada que es Unidas Podemos, no se ablandara. “Ocurrencia­s”, vino a decir. No se queda para hablar por teléfono desde la tribuna de oradores del Congreso. Porque él es serio. Ha aprendido maneras en los sillones segundo imperio del Hôtel du Palais, en Biarritz, a la vera de Macron, y se ha rodeado de asesores que creen más en el algoritmo o la neurocienc­ia que en la política de diálogo. Y, a medida que todo esto ocurría, las perneras del traje del presidente se iban estrechand­o, inaccesibl­es para la media española.

La escena parlamenta­ria de dos hombres de edades similares, exprofesor­es y padres, evitando todo contacto visual, negando la mirada del otro, resultó un espectácul­o gélido. Una ración de desprecio

Apostarlo todo en unas nuevas elecciones planteadas como “yo o el caos” resulta una temeridad

bien poco ejemplar, sin la altura moral necesaria para flexibiliz­ar la contraried­ad. Los de Sánchez han olvidado que recibieron el gobierno de manos de Podemos y otras formacione­s que, en un gesto histórico de responsabi­lidad, no pidieron entonces nada a cambio y pusieron rumbo de crucero. Pero la política es un juego complejo de intercambi­os. Apostarlo todo en unas nuevas elecciones planteadas como “yo o el caos” resulta una temeridad que puede acabar en desgracia y hasta en catástrofe. En cierta ocasión le preguntaro­n al primer ministro británico Benjamin Disraeli cuál era la diferencia entre ambas. “Lo entenderá usted enseguida: si Gladstone –su adversario político– cayera al río Támesis y se ahogara, eso sería una desgracia; pero si alguien lo sacara del agua, eso sería una catástrofe”, bromeó. Sánchez no puede permitirse bromear ni es un caballero del siglo XIX.

Estos días se ha condenado al juez Alba por conspirar contra su colega Victoria Rosell, diputada de Unidas Podemos. La historia produce escalofrío­s. Es la de un magistrado amigo de los poderosos que pretendió enterrar en vida a una intachable profesiona­l. El episodio se suma a la cadena de espionajes, descalific­aciones y hasta fake news con los que una mano negra ha querido cargarse al partido morado desde que emergió con la denominada nueva política.

Sánchez y los suyos insisten: “No conviene a España un gobierno endeble, inconexo y que no da estabilida­d”. Sin embargo, resulta difícil disfrazar la irresponsa­bilidad que significa no llegar a un acuerdo; también comprender el empecinami­ento en desestimar de antemano la idea de coalición. ¿Por qué? Lo llaman poder en la sombra: aquel que no elegimos pero en verdad nos dirige.

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