“Convencí a Gabo de cambiar el final de ‘El otoño del patriarca’”
La colombiana Albalucía Ángel (Pereira, 1936), desconocida para muchos lectores españoles, es una de las escritoras que generan más colas y pasiones en la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín, que hoy cerrará sus puertas. La llaman “la resucitada” pues, tras un ostracismo de décadas, y haber sido una de las autoras predilectas de Carlos Barral –que la editó en varios de sus sellos–, elogiada por Cortázar o Roa Bastos, es considerada de nuevo como uno de los grandes nombres de la literatura colombiana del siglo XX, con títulos como Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón
(1975), escrito en Cadaqués, o Las
andariegas (1984). “Soy una hija del #Metoo”, dice ella, como explicación. Albalú –así la conocen como cantante, su otro oficio– vivió la Barcelona de los años del boom, junto a sus amigos Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa o Pepe Donoso. Ángel fue definida una vez como “una mezca de Jack Kerouac y Simone de Beauvoir” y se ha pasado la vida on the road, viviendo a saltos de una parte del mundo a otra. Lo sigue haciendo: tras California y Costa Rica, ahora se ha mudado a un pueblecito de las montañas colombianas.
¿Cómo fueron sus años europeos?
Llegué a Barcelona en barco en 1964. Me decían loca, iba sola por Europa en mi cochecito conociendo las grandes ciudades. En París, vivía a una cuadra de Julio Cortázar.
El escritor chileno Mauricio Wacquez acabó siendo su esposo…
Firmé con él una vez, en 1973, un contrato de matrimonio. Duró dos meses porque se volvió un macho tremendo y lo despaché, me pedía tener mis llaves del piso y todo. Luego él dijo por ahí que habíamos tenido un hijo y, bueno, yo creo que me acordaría de eso, ¿no? Una vez, Pepe Donoso me preguntó por ese hijo. “Es mentira, Pepe”, no se lo creía. Al final iba yo preguntando a las amigas; “¿Tú me viste embarazada? Porque me lo estoy creyendo…”.
¿Por qué se casó con Wacquez?
Fui atacada brutalmente en 1972 en Madrid, casi me matan, me destrozaron la cabeza y la columna. Y él se vino desde Chile a Madrid en un barco para cuidarme. Fue un gran compinche mío siempre. Toda la vida nos lo contamos todo.
¿Cómo vuelve a Barcelona?
Tras el ataque de 1972, me fui a Cadaqués. Pero ya había estado antes en Barcelona. Desde 1968, iba y venía.
¿Cómo conoció a Gabo?
Me lo presentó una amiga. Enseguida congeniamos, con él y con su esposa, Mercedes. Yo los conocí pobres, justo cuando empezaban a subir. Él me dijo: “Maestra, nosotros tendremos siempre una cama para cuando usted esté en Barcelona”, y así fue, me metían en el cuarto de los niños.
¿Cómo eran esas estancias con los Gabos?
Yo cantaba rancheras y canción protesta de noche en varios locales, recuerdo uno que se llamaba La Gàbia de Vidre. Llegaba a su casa de vuelta sobre las tres de la madrugada, y ahí te lo podías encontrar aún despierto, junto a sus amigos, todos hablando a la vez, con Mario Vargas Llosa, que vivía al lado; con Carlos Fuentes o con Cortázar, que venían todos los años; con Álvaro Mutis… Yo me tiraba en el suelo, agotada, y les escuchaba. Pero me pedían: “¡Albalú, cántanos una ranchera!”. Y ahí, con la guitarra, me tiraba hasta las cinco de la mañana.
¿Sólo cantaba usted? No. Gabo tenía un gran oído y cantaba fabuloso. Sobre todo vallenatos: “Quiero hacerte una casa en el aire / solamente pa’que vivas tú / después le pongo un letrero muy grande / de nubes blancas que ponga ¡Albalú!”. Se volvió “Albalú”,
pero el original dice “Ada Luz”.
¿Recuerda algo de esas conversaciones de amigos?
Estoy viendo como si sucedieran aquí los duelos furibundos de Mario y Carlos Fuentes sobre política, Mario era el más de izquierdas, muy procubano, y Fuentes no era tan duro en eso. Mario redactaba panfletos contra Franco. Un día, le dijo a Gabo: “Entonces, hermano, ¿nos encerramos en Montserrat?”, era la protesta de intelectuales contra las sentencias a muerte del proceso de Burgos. Y Gabo le respondió: “No, Carmen (Balcells) me dijo que no, que nos van a sacar del país”. Pero Mario sí que fue, y leyó un discurso.
¿Cómo era Vargas Llosa?
Una cosa alucinante, de la belleza de Mario no se puede ni hablar, ese charme, esa inteligencia, ese habladito limeño, y todo atravesado con ese cuento político tremendo de izquierda.
¿De qué más hablaban?
Otro dueto eran Cortázar y Mutis, ellos hablaban de jazz. Y, como a nadie le importaba, ponían sus discos de jazz e iban comentando fragmentos.
¿Y García Márquez?
Ah, él no abría la boca.
¿No?
Los escuchaba a todos, callado toda la noche, y al final decía una sola frase, que era la más brillante de todas.
Usted acaba de cumplir 80 años…
No, 83.
Pero todas sus solapas ponen que nació en 1939.
Eso es culpa de Carlos Barral. Se equivocó en el primer libro, y ya lo mantuvo siempre, así se ha quedado. Yo le dije: “¿Por qué me quitas tres años?”, y él: “Es que 1939 es un año mucho más importante, piensa en Hitler, y además a las mujeres os encanta quitaros años”. Barral fue mi gran editor. Pero mi mejor libro está inédito, tengo más de ocho libros inéditos.
Ana María Moix la ha retratado en algún escrito...
¡La Moixa! Era muy pequeña y tímida, había que emborracharla para que hablara, nos hicimos muy amigas.
¿Alguna anécdota con Gabo?
Tras una conversación que tuvimos, cambió el final de El otoño del
patriarca. Él me la contaba hablando, nunca vi un papel, en realidad era Merche –su esposa– quien decía el cuento, era quien tenía la memoria, el lenguaje, se acordaba de los personajes e iba armando la historia, me consta que fue decisiva en ese libro. Gabo me dijo que este pobre hombre de 250 años, ese hijueputa, al morirse, tendría unos maravillosos funerales, como los de la Mamá Grande, que le iban a llorar todos. Le dije: “Mire, maestro, a usted puede que le perdonen lo de Fidel, pero esto no se lo perdonará nunca nadie, que este dictador horrible tenga esa despedida”. ¡Y lo cambió!
¿Qué recuerda de Cadaqués?
Un día, tirada en la playa, se me
“Yo llegaba a las tres de la mañana y Gabo, Mario, Julio... me hacían cantar para ellos”
“Dalí me regaló un dibujo en Cadaqués y yo se lo rompí delante suyo”
acercó un hombre de andares altisonantes, exhibiéndose, con un bigote acaracolado, se quedó quieto a mi lado y me preguntó: “¿No va a tirarme una foto?”. Era Dalí, y le dije: “No tengo cámara, señor”. “Qué pena”, me respondió. Dalí se trajo a un morenito colombiano de la Guajira, se hicieron amigos, y este chico me vino un día a decir: “Venga, que la llevo donde Dalí”. Fuimos a Portlligat. Allí, de repente, Dalí gritó: “Jo soc Velázquez!”. Le repliqué: “¡No! No me diga que no le gusta Francis Bacon o que no es importante para usted Vermeer. Puede que seamos colombianos pero no tontos”. Después me hizo un dibujito dedicado y me lo entregó. Su apoderado llegó corriendo: “¿Qué haces regalando dibujos?”, dijo indignado. En ese momento, lo rompí a pedazos: “No se preocupen por eso”. Un escándalo.
Usted estuvo escribiendo y conviviendo con los autores del boom, como también otras mujeres... ¿Cree que aquello fue un club machista?
Yo he sido silenciada 40 años, hasta que los académicos de EE.UU. empezaron a considerarme. Si me pregunta por qué no hay mujeres en el boom, le diré que a Carmen Balcells no se le ocurrió esa idea.
¿Qué quiere decir? A mí Carmen me hizo de todo. Decía que era cantante y no escritora. Me dio bola negra, me vetaba en editoriales. No sé qué había ahí, tal vez mi gran amistad con Gabo, porque dormía en su casa; con Mario, porque me iba de vacaciones con él y su familia; o cuando le canté a Cortázar en Toulouse toda una noche... Pero ¿va a publicar esto?
Volvamos al machismo y el boom... Las mujeres han sido totalmente ignoradas. Ida Vitale fue Cervantes con más de 90 años. Están Elena Garro, Luisa Valenzuela, Elena Poniatowska, Nélida Piñon, María Luisa Bombal..., ¿cuánto tardaron en ser reconocidas? Las que lo son.