Completa dualidad
Les Grands Ballets Canadiens de Montréal
Dirección: Ivan Cavallari.
Lugar y fecha: Gran Teatre del Liceu (14/IX/2019)
Ivan Cavallari eligió este mismo programa doble para su presentación como director de Les Grands Ballets Canadiens de Montréal, en el 2017. Desde que fue fundada en 1957 por Ludmilla Chiriaeff, la compañía del Quebec se asocia tanto al rigor como a la innovación. Chiriaeff había nacido en la Unión Soviética, se había formado en Berlín con una exbailarina del Bolshoi, y después de la Segunda Guerra Mundial continuó su carrera en Suiza y en seguida en Canadá desde 1952, así que a Les Grands Ballets Canadiens les infundió tanto su respeto por la técnica clásica como su indomable vitalidad y fe en la vanguardia, siempre desde el rigor, la elegancia, la belleza…
Chiriaeff llegó a crear más de 300 coreografías, a menudo a partir de compositores clásicos como Mozart, Saint-saëns, Verdi, Mussorgsky, Stravinsky… Con Pergolesi y Beethoven, Cavallari se instala, pues, en un terreno respetado por el público de la compañía, pero también le es fiel con la exhibición de vocabulario clásico de Uwe Scholz y la plasticidad expresionista de Edward Clug. Ofrece clasicismo y vanguardia cara a cara. Pero no en contraste, sino equilibradamente, como reflejo de una realidad artística en la que ambos registros suman.
Para el Stabat mater, Clug parte de la imagen cristiana que contrapone la verticalidad de la Virgen de pie con su desmoronamiento interior por la muerte del hijo, y consigue una suerte de grito callado, de dualidad masculina-femenina con una plasticidad casi en blanco y negro, que transmite dolor, pero también esperanza e ironía. Imágenes profanas (una especie de frívola pasarela de modelos, por ejemplo) contrastan con otras de resonancias litúrgicas, para una obra de estética expresionista, de tono entre clásico y onírico. Poco baile, eso sí, pero con pleno sentido.
La compañía compensó a los más balletómanos con la dinámica Séptima sinfonía de Uwe Scholz, el más joven de los discípulos de John Cranko, cantera de la que surgieron Kylián, Forsythe o Neumeier, los máximos exponentes del neoclásico. La coreografía de Scholz es una auténtica exhibición técnica, sin exhibicionismo ninguno, desde la vitalidad, la transparencia, la pureza, la alegría, la sinceridad incluso, de cada paso y cada figura, por complejas que parezcan. Casi ejercicios gimnásticos, pero sin apariencia de esfuerzo y con indiscutible emoción.