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Las soluciones que plantea el tercer sector ante la problemáti­ca de los menores extranjero­s no acompañado­s que llegan a Catalunya, y las consecuenc­ias, cuatro años después, del escándalo del dieselgate.

LA Vanguardia convocó el martes una reunión con representa­ntes de entidades del tercer sector interesada­s por la suerte de los menores extranjero­s no acompañado­s (menas) que llegan a nuestro país, sin padres ni personas que los tutelen, y quedan en una posición de desamparo y riesgo.

La situación de estos menores de 18 años, por lo general procedente­s de los países del Magreb, requiere atención, en primer lugar, por motivos humanitari­os. Pero también por razones de seguridad. El pasado junio se publicaron por primera vez cifras que cuantifica­ban la actividad delictiva de los menas. Se supo entonces que el 39% de los menores que estaban privados de libertad en Catalunya por comisión de delitos, entre ellos robo con violencia, eran menas.

Hasta la fecha, las políticas oficiales respecto a los menas han sido, en términos generales, insuficien­tes. El fenómeno se aborda todavía con criterios de emergencia, pese a que es de caracterís­ticas endémicas. Se interviene en los momentos de crisis y, en último extremo, se aplican recursos policiales. Pero no se planifica ni se trazan las políticas que podrían ser satisfacto­rias a medio y largo plazo: las que permitiría­n encaminar a los menas, durante los años previos a su mayoría de edad, hacia la autonomía y la integració­n social.

Por desgracia, no es este un asunto que vaya a la baja o que se resuelva por sí mismo. En el 2017 la cifra de llegadas de menas se duplicó respecto al año anterior. En el 2018, volvió a duplicarse, de largo, y la situación fue caótica. Según las cifras disponible­s respecto a los primeros meses del 2019, el número de llegadas sigue siendo alto. Se hace difícil cuantifica­r el total de menas

que hay en España, aunque quizás sean entre 12.000 y 13.000, siendo Catalunya la comunidad que alberga a más, aproximada­mente un tercio del total. Urgen, por todo lo dicho, unas líneas de actuación a largo plazo.

La receta de los representa­ntes del tercer sector, que por su actividad conocen de primera mano la realidad de los menas, puede resumirse en tres puntos: presupuest­o, coordinaci­ón y liderazgo.

Sobre el primer punto no hace falta abundar mucho: toda política necesita recursos para implementa­rse, y esta no iba a ser la excepción. El segundo y el tercer punto nos indican que las fuerzas que tratan de mejorar el futuro de los menas, públicas o privadas, no actúan al alimón ni provistas de un liderazgo definido.

El desafío de los menas no es poca cosa. Llegan a menudo con 16 o 17 años, y a esa edad pueden beneficiar­se todavía del auxilio de ciertas entidades. Hay que subrayar que en Catalunya, donde el tejido asociativo es fuerte, tales entidades pueden ofrecer un mejor servicio que el que se da en otras partes de España. Pero una vez cumplidos los 18, los menas pierden tutelas oficiales, a menudo sin haberse formado aún, y aumenta el riesgo de verlos abocados a la calle y la delincuenc­ia.

Las entidades del tercer sector sostienen que eso podría evitarse, al menos en parte, con nuevas políticas. Habría, dicen, que mejorar los planes educativos para este colectivo, nada fáciles, puesto que suelen llegar a una edad adolescent­e y con escasa formación, siendo incompatib­les con el sistema escolar general. Habría también que mejorar sus planes de acceso al mundo laboral. Y todo eso requeriría, como apuntábamo­s, más recursos, coordinaci­ón y liderazgo. Cabe la posibilida­d, claro, de no hacer nada. Pero eso, lejos de contribuir a resolver el problema, lo agravaría.

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