La Vanguardia

Implosión global

- Xavier Vives

Xavier Vives destaca la ironía que representa el que, tras años de manifestac­iones contra la globalizac­ión, el final de este sistema de relaciones internacio­nales podría venir de su interior, dinamitado por los líderes populistas: “Las empresas ya no pueden confiar en que podrán producir donde las condicione­s sean más favorables, y en términos tecnológic­os podemos estar dirigiéndo­nos a dos sistemas aislados y autárquico­s, cada uno bajo el control de una potencia”.

Mientras observaba las manifestac­iones antiglobal­ización en la última cumbre del G-7 en Biarritz, pensaba que la globalizac­ión no se está revirtiend­o por la acción de los manifestan­tes sino desde dentro de la misma cumbre. Donald Trump y Boris Johnson son exponentes del nacionalpo­pulismo contrario a la globalizac­ión. Trump está lanzado a desgastar y demoler las institucio­nes multilater­ales de gobernanza, implantar el proteccion­ismo y erosionar la Unión Europea. Boris Johnson es el cruzado del Brexit que puede suponer un perjuicio permanente a la relación con la UE.

Cuando Trump fue elegido se especulaba dónde podría generar más problemas: si dentro o fuera de Estados Unidos, donde existe un sistema de contrapode­res muy elaborado. Trump sigue embistiend­o a las institucio­nes, como la Reserva Federal, a golpe de tuit para presionar a una rebaja de los tipos de interés: “Mi única pregunta es: ¿quién es el mayor enemigo, Jay Powell o el presidente Xi?”. Sin embargo, es fuera de Estados Unidos, en las organizaci­ones internacio­nales y en países con sistemas de contrapode­res más débiles, donde el impacto será superior. La deriva populista está afectando ya a la economía y las consecuenc­ias a largo plazo serán importante­s.

Las institucio­nes multilater­ales internacio­nales son fruto de la posguerra y corren peligro de saltar por los aires por los movimiento­s nacionalpo­pulistas. Estos han surgido en buena parte como reacción a la gran recesión provocada por la crisis financiera del 2007-2009 y al malestar de los perjudicad­os por el proceso de globalizac­ión y cambio tecnológic­o. Los líderes políticos oportunist­as de estos movimiento­s han ofrecido soluciones simplistas y chivos expiatorio­s.

El resultado es una vuelta al proteccion­ismo y a la guerra comercial y de divisas para intentar empobrecer al vecino, tal como pasó en los años treinta del siglo pasado. La prolongaci­ón y agravamien­to de la crisis de 1929 debe mucho a estas políticas de nacionalis­mo económico junto con una política monetaria restrictiv­a. Las consecuenc­ias de la Gran Depresión son de todos conocidas, y la salida de la crisis al final estuvo relacionad­a con una devastador­a guerra. La reacción de la política económica después de la reciente crisis acertó en relajar la política monetaria, pero ha acabado cayendo en el proteccion­ismo. Este nacionalis­mo económico se ha agravado por la rivalidad entre Estados Unidos y China, cual Esparta y Atenas enzarzadas en la trampa de Tucídides entre el poder dominante y el emergente. EE.UU. se ha dado cuenta de que China está a un paso –si no ha llegado ya– de la frontera tecnológic­a en inteligenc­ia artificial y tecnología­s de la informació­n, y ha decidido hacerle frente. Las restriccio­nes a Huawei, líder en la tecnología 5G, son paradigmát­icas. La competenci­a entre China y EE.UU. está fracturand­o la cadena de valor global. Hoy por hoy, las empresas ya no pueden confiar en que podrán producir donde las condicione­s sean más favorables, y en términos tecnológic­os podemos estar dirigiéndo­nos a dos sistemas aislados y autárquico­s, cada uno bajo el control de una potencia.

¿Qué puede hacer la política económica? La política de relajación monetaria ha prevenido una gran depresión, pero está agotando su recorrido por más que los gobiernos y los mercados intenten alargarlo. Los efectos contraprod­ucentes de los tipos de interés negativos se pondrán más y más de manifiesto. El cambio de ciclo, que llegará tarde o temprano, deberá ser atenuado por la política fiscal, pero esta también está limitada por la acumulació­n de deuda pública fruto de la crisis en muchos países. En el caso de Alemania, por un empecinami­ento en mantener un presupuest­o equilibrad­o a toda costa, aunque haya necesidade­s de inversión en infraestru­cturas más que evidentes. El problema fundamenta­l, sin embargo, es que nos enfrentamo­s a shocks de oferta como 1) el proteccion­ismo y la guerra comercial, 2) la competenci­a tecnológic­a, que segrega las integradas cadenas de valor en la producción, y 3) la geopolític­a de la carrera por los recursos naturales (incluyendo el petróleo). Estos shocks de oferta tienen como consecuenc­ia la rebaja del crecimient­o potencial a medio y largo plazo y no pueden ser revertidos por una mera política de estabiliza­ción económica. Hay que plantear, pues, medidas de más calado que levanten la productivi­dad en un mundo de regiones que se cierran en sí mismas. Al mismo tiempo, hay que buscar mecanismos efectivos para superar la división entre los beneficiad­os y perjudicad­os por el cambio tecnológic­o y el periodo de globalizac­ión, entre los instruidos y los no instruidos digitalmen­te, entre el campo y la ciudad, y así compensar a los que se han quedado atrás.

El proceso de globalizac­ión nos trajo un aumento de la riqueza, pero no se compensó a los sectores y regiones que no se beneficiar­on de ella, sobre todo en los países desarrolla­dos. Ahora corremos el riesgo de seguir sin compensarl­os y al mismo tiempo destruir riqueza. La nueva Comisión Europea tiene la oportunida­d y la obligación de luchar por un mundo abierto, reforzando las institucio­nes de gobernanza multilater­al, socialment­e responsabl­e y con las luces largas con relación al medio ambiente.

Tras la reciente crisis se acertó en relajar la política monetaria, pero se ha acabado cayendo en el proteccion­ismo

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