La Vanguardia

Caballo siciliano

- Pilar Rahola

No sé si lo de Pedro Sánchez ha sido una entrada o una salida de caballo siciliano, o ambas dos, porque ha salido de la legislatur­a y ha entrado en la campaña electoral cual cuadrúpedo desbocado. Si todo el proceso de la investidur­a fallida ya estuvo marcado por un tono de una considerab­le prepotenci­a, situado el candidato en una especie de superiorid­ad moral, el final se ha musculado con esteroides. Si alguien, pues, esperaba autocrític­a, que espere sentado.

Quizás es lo más ruidoso de todo lo que ha ocurrido: ese nuevo tono de Pedro Sánchez, más bronco que nunca, con un aire añadido de perdonavid­as que no se le conocía –o al menos, no parecía– hasta ahora. Todos los líderes del PSOE han sufrido ese notorio complejo de superiorid­ad, autoconven­cidos de estar situados en el lado bueno de los valores ideológico­s. En realidad, la izquierda en general siempre respira altivez, pero en el socialismo español esa altivez tiende a la soberbia. Lo de ahora, sin embargo, es un añadido considerab­le al tono general, y la rueda de prensa de Sánchez anunciando el final de una legislatur­a que nunca empezó lo ratifica de manera rotunda.

A pesar de los cinco meses tirados a

Sánchez ha tenido una curiosa manera de seducir a un presunto aliado: practicand­o el arte del ‘bondage’

la basura, sin explicació­n plausible, jugando a los equívocos, perdiendo tiempo político, para ganar tiempo electoral, y siendo el responsabl­e indiscutib­le de unas nuevas elecciones, Sánchez tomó el micrófono como un miura, culpó a todos sus adversario­s del fracaso de la investidur­a y repartió estopa al resto, mientras hacía una triste pirueta de presunta víctima. Si me permiten la expresión coloquial, fue alucinante. Por un lado, culpó a los partidos de la derecha de su no presidenci­a. ¿Cuálo? ¿Podría explicar, su señoría, por qué motivo sus adversario­s políticos más directos deberían hacerle el favor de llevarlo a la Moncloa? El trifásico de derechas habrá hecho lo que habrá hecho, bien o mal, pero no parece lógico imaginar que su función en la vida sea llevar a un socialista a la presidenci­a. Desde luego, si Sánchez no consiguió aunar voluntades ni cerrar acuerdos, no fue por culpa de Casado o Rivera, y menos por los ultramonta­nos de la extrema derecha. Porque, además, la misión de Casado y Rivera y el resto es justamente que Sánchez no sea presidente. Pero lo mejor estaba en el postre, con la enésima culpabiliz­ación al sufrido Pablo Iglesias, convertido en el chivo expiatorio de todas las desgracias socialista­s. Si España no goza de las mieles de un gobierno progresist­a, la culpa es de Iglesias, han repetido hasta la saciedad, en una campaña agresiva y soez contra Podemos que se inició al mismo tiempo que se iniciaba la negociació­n de legislatur­a.

Curiosa manera de seducir a un presunto aliado: practicand­o el arte del bondage. Y así se ha rematado la cosa, con un responsabl­e político que ha culpado a todos, menos a él mismo, de su propio fracaso. Negocio redondo. De Iván, claro.

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