La Vanguardia

“¡Rata catalanófo­ba!”

- Laura Freixas

Cómo se dirimen las diferencia­s políticas? En 1780, un tal Charles Lynch encontró una manera cómoda de eliminar al adversario. Habiendo arrestado a unos cuantos lealistas (colonos americanos leales a la monarquía británica), los puso en manos de una turbamulta que los despedazó. Había nacido el linchamien­to, método eficaz pero algo tosco, del que hoy en día tenemos en las redes sociales una versión más elegante, aunque basada en el mismo principio.

La primera vez que me lincharon en Twitter fue cuando los atentados islamistas del 2015 en París. Escribí: “Horrorizad­a ante esta nueva muestra de violencia masculina” y me acosté. Cuando me levanté, había recibido cientos de tuits de injurias y amenazas, y seguían llegándome varios por minuto. Aunque intenté explicar qué había querido decir –para luchar contra la violencia, deberíamos entender entre otras cosas por qué la ejercen los hombres mucho más que las mujeres–, no hubo manera; nadie quería argumentar, sólo escupirme. La tormenta duró días, y confieso que lo pasé bastante mal.

Hace poco asistí a una jornada de Societat Civil Catalana sobre convivenci­a lingüístic­a, y puse algunos tuits. En uno de ellos citaba a un ponente, José Rodríguez Mora, que señalaba que los catalanes de apellido catalán ocupan un porcentaje de cargos políticos muy superior al que representa­n en la población catalana total; es decir, están sobrerrepr­esentados, y los catalanes de apellido castellano, infrarrepr­esentados. Inmediatam­ente empecé a recibir respuestas agresivas. Los más amables me tildaban de etnicista (curioso razonamien­to: es como si, habiendo yo señalado la sobrerrepr­esentación masculina en los gobiernos, me llamaran sexista); la mayoría eran puros insultos.

A estas alturas de la película, me lo tomo con calma, y hasta voy componiend­o una pequeña antología. De mi primer linchamien­to, recuerdo “¡Cómo se nota que tu marido no te ha curtido el lomo!” (sic ),yde este último, guardo casi con ternura un “Rata catalanòfo­ba!” que tiene, no me lo negarán, bastante gracia. En fin, a mí no me quita el sueño. Lo que sí debería preocuparn­os a todas y todos es que cada vez más, ese tipo de actitudes pendencier­as, gritonas, de brocha gorda, las vemos, no en Twitter, donde finalmente son bastante inofensiva­s, sino en el Parlament, en el Congreso, en Westminste­r o en la Casa Blanca.

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