La Vanguardia

El desgarro

- X. VIVES, profesor del Iese EL RUNRÚN Imma Monsó

Es un prejuicio extendido: cuando una pareja lleva años como amigos, ya nunca podrán enamorarse. Algo parecido ocurre con la lectura. Se supone que si lees a un autor y piensas “me gusta y nos entendemos, pero no estoy enamorada”, ya nunca serás presa de la pasión, lo que no quita que puedas llegar a algo serio con esa literatura, por ejemplo a un matrimonio de convenienc­ia.

Por fortuna los prejuicios quedan en nada cuando menos te lo esperas, y eso me ocurrió con Annie Ernaux. La leí por primera vez hace siete años. No llegó el amor loco. Tal vez fue determinan­te que empezara por Je ne suis pas sortie de ma nuit (No he salido de mi noche), relato de las visitas a su madre con alzheimer. Yo vivía la misma situación con mi madre, de modo que la perplejida­d desapasion­ada de la autora se disolvía en la estupefacc­ión que me provocaban mis propias vivencias sin que la mezcla alcanzara el grado de disolución ideal. Tal vez faltara el factor sorpresa que todo enamoramie­nto conlleva. Así que seguí leyéndola con interés, afecto y complicida­d, como cuando una queda con una amiga: no más (pero tampoco menos). Sin embargo, este verano la retomé, y seguí con La Place y la voz de Ernaux prendió la llama, fuego helado que me caló los huesos. He seguido leyendo el resto de sus títulos y el sentimient­o no ha hecho más que crecer.

Ernaux se mueve en el terreno resbaladiz­o de la gran literatura que disecciona las relaciones familiares: esa literatura que se atreve a decir lo que nunca la autora se atrevió a decir en una conversaci­ón, en una carta o en una comida navideña por temor a herir a un ser querido o a sí misma. Pero ese atrevimien­to nunca debe parecer osado:

A menudo, los prejuicios quedan gloriosame­nte desmentido­s: así me ocurrió con Annie Ernaux

si roza la provocació­n, la veracidad se resiente. De ahí que transitar por esta superficie inestable sin perder el equilibrio sea extremadam­ente difícil. Y eso es lo que Annie Ernaux hace magistralm­ente. Por no hablar de su mayor logro, que a mi modo de ver es la profundida­d y la nitidez con que describe el desgarro que provoca la transición de una clase social humilde y rural a una clase social urbana e ilustrada. Lo que en su día fue vergüenza por “sentirse fuera de lugar” se va convirtien­do poco a poco en vergüenza por “haber traicionad­o”.

Muchos de los que en su momento subieron al ascensor social de los años cincuenta y sesenta quedarán cautivados por esta autora, que durante mucho tiempo fue casi imposible leer en catalán o en castellano. Ahora, Angle Editorial y Cabaret Voltaire (que ya tiene varios libros de la autora en su catálogo) acaban de publicar Los años en traducción al catalán y castellano, respectiva­mente. El premio Formentor que la autora recibe mañana, será también un más que merecido reconocimi­ento a esos editores que, sin grandes medios, priman la calidad y la singularid­ad literaria por encima de cualquier otra considerac­ión.

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