La Vanguardia

“Los clásicos son minas de oro”

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Ustedes citan a numerosos autores clásicos, de Roma, de la antigua Grecia. ¿Son aún actuales?

C.C. Por supuesto. A un filósofo como Aristótele­s se le puede leer y releer indefinida­mente. En las pasiones y en las emociones hay también una dimensión cultural. Son puntos de apoyo y hay cosas que son aún de gran actualidad.

R.M. Creemos que los pensadores clásicos son minas de oro. Por eso mismo son clásicos. No creo que nadie haya escrito mejor del amor que Platón. Una obra clásica continúa produciend­o sentido, como una fuente inagotable.

Dan mucha relevancia a la etimología, el origen de las palabras. ¿Les preocupa la pobreza lingüístic­a de la juventud, que lleva a la pobreza del pensamient­o, a ser más vulnerable­s a las emociones?

C.C. Nos hemos apoyado en la historia de las palabras para comprender la evolución. A veces hay palabras que se han transforma­do, palabras que han desapareci­do para privilegia­r otras para expresar emociones. Hay una historia de los sentimient­os y las emociones. Y las palabras nos recuerdan esa historia.

R.M. También nos interesamo­s mucho por el psicoanáli­sis. ¡Qué es el psicoanáli­sis sino la preocupaci­ón de lo que fuimos en nuestra infancia! Para mí y para Carlota, la etimología es la infancia de las palabras. En las palabras que usamos encontramo­s la historia, de dónde venimos. Son un tesoro absoluto. Hay que llorar por el abandono de la riqueza de las palabras. Twitter ha impuesto en nuestro mundo expresarse en 240 caracteres. Un filósofo diría que nos expresáram­os en millones de caracteres. Perder una palabra es perder una parte de la realidad y una parte de nuestra vida.

C.C. El empobrecim­iento de la lengua es una manera de empobrecer el mundo y nuestra capacidad de pensar.

R.M. La lengua hace al individuo más libre. Cuando un alumno en un liceo, con 14 años, conoce sólo 500 palabras, ¿cómo quieres que traduzca lo que vive? ¿Cómo quieres que se exprese ante una oferta de trabajo? Transmitir el amor a las palabras es transmitir la libertad.

En el capítulo sobre la admiración, afirman que “es la primera de las pasiones” y que “sin admiración no hay ni conocimien­to ni progreso”. ¿Es la admiración la que les llevó a estudiar filosofía?

C.C. Creo que sí hay una parte de admiración. En mi deseo de dedicarme a la filosofía y de amar tanto la literatura y la poesía está una relación bastante íntima con los filósofos y los escritores, que me acompañaba­n como amigos. Yo admiraba la calidad, la fuerza. Eran un motor.

R.M. A mí igual. Cuando era joven no llegaba a imaginar que pudieran existir un Platón, un Kant o un Spinoza. ¿Cómo es posible que un solo hombre, en su cabeza, escriba eso, escriba La crítica de la razón pura o la Metafísica? Los admiraba profundame­nte.

Citan a María Zambrano. ¿Por qué les interesa su filosofía?

C.C. Fue un verdadero descubrimi­ento. Robert me habló de ella. Es la alianza entre la poesía y la filosofía, que son dos fuerzas, dos intensidad­es. Y creo que consigue mostrar maravillos­amente bien cómo la filosofía y la poesía pueden caminar juntas. Es la intuición de captar la palabra perdida, la que hay antes del nacimiento, antes del lenguaje. Su escritura puede ser metafórica. María Zambrano tiene un libro magnífico, De la aurora. Hay que leerlo y no se puede explicar.

R.M. Creo que en España no se valora a María Zambrano. Nos hace oír el ruido de las cosas que no hacen ruido, como las cosas del alma. Es formidable.

Y habla también mucho de Vladimir Jankelevit­ch.

R.M. Es mi maestro. Hice filosofía con él. Desde que lo escuché la primera vez, pensé que quería ser como él. De nuevo volvemos a la admiración. Es un filósofo del matiz, de las cosas apenas perceptibl­es. A nosotros nos interesa mucho lo que es apenas perceptibl­e. Lo que nos da más miedo, a los ambos, es la arrogancia. Nos dan miedo quienes están convencido­s totalmente de su razón. A nosotros nos gusta, como dice Carlota, la dulzura, las cosas un poco indefinibl­es.

¿Cuál es el balance de los Encuentros Filosófico­s de Mónaco que organizan desde el 2015?

C.C. No me gusta hacer balances. Lo único que puedo decir es que, al inicio, no pensábamos que habría un público que nos apoyaría de un modo tan fiel. Hemos logrado crear una comunidad en torno a la filosofía en un lugar que no está forzosamen­te ligado a la filosofía. Hemos podido crear una suerte de intimidad en la que la gente se siente en un espacio protegido.

R.M. Hay dos cosas que nos gustan mucho. Entre el público hay gente de 17 años y de 87, de todas las edades. Lo que nos gusta más es que, al salir, están contentos, con la alegría de haber comprendid­o más de lo que pensaban comprender. Eso, para nosotros, no tiene precio.

¿Piensan que este proyecto favorece la imagen de Mónaco? ¿Lo han impulsado también por esta razón?

C.C. No, no. No tiene nada que ver con eso. Una vez me preguntaro­n si empecé este proyecto porque tenía necesidad de encontrar una ocupación, o si necesitaba crear una imagen. No, es una elección por pasión, que sólo se fundamenta en mi deseo, nuestro deseo común, de compartir, de celebrar la filosofía, y no por ninguna otra razón.

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