La Vanguardia

Crónica del desapego

- Fernando Ónega

La situación política española es más preocupant­e –¿decimos grave?– de lo que parece. No es sólo una cuestión de vernos metidos otra vez en una campaña electoral de resultados imprevisib­les. Tampoco es sólo el riesgo de que se repitan los resultados de abril y el 10-N nos encontremo­s otra vez a las puertas de un nuevo bloqueo. Lo inquietant­e es el clamoroso estado de irritación de gran parte de la sociedad española con sus dirigentes políticos. Las expresione­s que se escuchan en la calle recuerdan el clima que había en España en 1923 y que provocó la dictadura de Primo de Rivera, que se presentó al país con el reclamo de “liberar a la nación de los profesiona­les de la política”.

A la largo de nuestra penosa historia estas crisis se resolvían con salvadores de la patria convencido­s de sus ideas “como suelen hacer los locos y los imbéciles”, al decir de Ortega. Por supuesto, en el 2019 es impensable cualquier solución basada en los espadones. Pero, si los políticos tradiciona­les fallan, son incapaces de formar gobierno y meten al país en un horizonte de inestabili­dad, es posible que surjan nuevas fuerzas y organizaci­ones de carácter radical, cómico o extremista. Ahora se está cultivando un terreno propicio para los antisistem­a.

Los indicios están ahí y esta semana los ejemplos han sido muy numerosos. Las invitacion­es a algún tipo de protesta prenden fácilmente en los grupos sociales. Cerca de doscientas mil personas han solicitado que no les envíen propaganda electoral porque la desprecian. Notables líderes de opinión aseguran en los medios que no piensan acudir a votar porque estos políticos no lo merecen. Se está creando un temible clima de abstención que, si se agranda, puede llegar a deslegitim­ar las elecciones. El último estudio de la Fundación BBVA alerta del altísimo nivel de desconfian­za en los partidos y en sus líderes. El desprestig­io es evidente cuando se lee que la considerac­ión de los políticos es más baja que la de cualquier otra profesión. Y lo último ha sido la aparición con tinte demagógico del coste económico de las elecciones. ¿Cuántas veces hemos escuchado ya en los medios audiovisua­les la cantidad de guarderías que se podrían construir con los cientos de millones de euros que se gastaron en las últimas campañas? No tomemos a broma la irritación social. Es una bomba que se está cargando delante de nuestros ojos.

A todo esto, las víctimas –y también responsabl­es– de ese ambiente no hacen nada por combatirlo. Al revés: como están entregados a la tarea de construir el relato del bloqueo, no se preocupan de tranquiliz­ar, ni de corregir, ni de dar esperanzas. La situación tiende a agravarse por los enfrentami­entos que traerá la compaña electoral. Lo acabamos de ver en la trifulca de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias a cuenta del “no podría dormir por las noches”. Así se construye el desapego hacia la política. El día que ese desapego sea generaliza­do, se habrá puesto en cuestión la credibilid­ad de la democracia. Ocurrirá el día en que la gente se pregunte para qué sirve. Bastantes, siempre demasiados, ya lo están empezando a preguntar.

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OSCAR DEL POZO / AFP Pablo Iglesias, líder de Podemos
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