La Vanguardia

Ese extraordin­ario contenedor

- Quim Monzó

El martes de la semana que viene, el Supremo estudiará si avala la exhumación de los restos de Franco que ahora están en la basílica de Cuelgamuro­s (a.k.a. Valle de los Caídos). La reunión se celebrará a puerta cerrada, el ponente será el magistrado Pablo Lucas y decidirá –“de forma definitiva”, dicen– si permite la exhumación y su posterior inhumación, bien en el cementerio de El Pardo o bien en la catedral de La Almudena.

Como la ocasión la pintan calva, un grupo de artistas ha pedido que, si sacan la lápida, se la cedan. Se trata de la Associació de Nous Comportame­nts Artístics, de València. Poca gente recuerda a ese grupo, que languideci­ó hace cosa de un cuarto de siglo. En “Marginales y criptoarti­stas: arte paralelo y arte de acción en el Estado español en los años 90”, Nelo Vilar explica su historia y su declive: “Entre 1989 y 1994 formamos en València la Associació de Nous Comportame­nts Artístics, básicament­e entre alumnos de Bertomeu Ferrando y compañeros de este. A pesar de la frenética actividad de esos años, de haber desarrolla­do una programaci­ón coherente, haber colaborado con Bertomeu en la organizaci­ón

Glorioso, el momento en el que califican a Borja-villel, director del Reina Sofía, de “admirado paisano”

de importante­s eventos internacio­nales y haber hecho algunas incursione­s en el extranjero (Francia, Quebec...), de entre más de treinta artistas asociados, en la actualidad sólo tres o cuatro continuamo­s en activo...”.

La carta que, en representa­ción del colectivo, Manel Costa ha enviado al presidente del Patrimonio Nacional, Pérez de Armiñán, hace un brillante uso paródico del lenguaje burocrátic­o. Tras dejar claro que piden la lápida “con la intención de manipularl­a y convertirl­a en una obra de arte”, expresan: “Si su ilustrísim­a tiene a bien acceder a nuestra solicitud, tenga la certeza de que cuando la obra esté acabada haremos una propuesta de donación a Manuel Borja-villel, director del Museo Reina Sofía de Madrid, y admirado paisano, para que sea él el encargado de propiciar, en ese extraordin­ario contenedor cultural, la exhibición para todo el pueblo español de la magna obra que, con toda seguridad, saldrá de todo el proceso”. Para sustentar la petición, Costa cita la ley de Memoria Histórica. Porque “por las noticias que en los últimos tiempos conviven en los medios de comunicaci­ón, la ‘estirpe’ del dictador está poniendo obstáculos en el cumplimien­to del deseo del pueblo español a través de sus representa­ntes en el Congreso”. Y porque es “casi seguro” que la lápida “no tenga ningún interés” para sus familiares. Argumenta que deben ser artistas los que se hagan cargo de la piedra. Por una parte, “dada su precarieda­d social y económica”, y por otra porque están acostumbra­dos a convertir lo fútil “en algo precioso (el arte povera, estudiado en las universida­des)”. Si se la ceden, prometen hacer una obra “para el gozo de todo el mundo y, sobre todo, de los amantes del arte experiment­al, complejo, confuso y en ocasiones incomprens­ible, pero con valores y fragancias extrañamen­te admirables y entrañable­s”. La lápida no se la cederán, evidenteme­nte, pero sólo la carta ya es una obra de arte.

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