Relatos para la catarsis de migrantes
El colombiano Diego Salazar, gestor cultural de vocación, ya hace catorce años que ejerció su “derecho de estar lejos”, como resalta su conciudadano escritor Luis Luna Maldonado. Su aventura de migrante lo llevó a Barcelona, y en la capital catalana se ha convertido, junto a María Ríos, en el inspirador de talleres de creación literaria para que otros migrantes de América Latina “pongan en palabras sus vivencias”, enfatiza Salazar.
El resultado de los cuatro meses de talleres llamados En palabras son experimentos narrativos como Qué diferente es todo ,dela mexicana Carmen Vicencio. “A pesar de las dificultades, de las amenazas de muerte que recibí por parte de la señora Susana, de no tener dinero, ni casa ni familiares, contaba con mi libertad”, escribe Vicencio cuando recrea cómo una compatriota la ayudó a escapar de la casa barcelonesa a la que había llegado engañada y en la que estaba abocada a trabajar de forma casi esclavista.
Salazar y Ríos ya tienen preparada una antología de relatos migrantes, prologada por Luis Luna Maldonado, ganador del premio Ñ Clarín de novela en el 2017, con 55 narraciones cortas, poemas o textos experimentales de 17 autores diferentes que ilustran por qué los migrantes salen de sus países, qué sienten durante el viaje, cómo ven su ciudad nueva.
“El gran beneficio es la catarsis personal de los autores, el hecho de escribir y luego compartir, pasar un rato leyendo tus relatos y escuchando los de los demás es como una terapia colectiva muy reparadora”, opina Diego Salazar, que aspira a extender los talleres a migrantes de otros continentes, convencido de que todos atesoran una historia que contar.
“Y corrí y corrí por aquella calle. Yo no vi gente, yo no me detuve en ningún cruce. Yo solo corrí. Yo no quería morir”. Así grita en blanco sobre negro el salvadoreño Alejandro Díaz. Su relato, titulado Yo no migré, yo hui, cuenta la experiencia atroz de verse secuestrado por una mara –las bandas de delincuentes juveniles que han prosperado en Centroamérica– y saber que va a ser ejecutado, pues ha sido la víctima elegida para la prueba de demostración de valor iniciática de un chaval aspirante al ingreso en la pandilla delictiva.
Alejandro Díaz había obviado la amenazas que había recibido de la mara hasta ese momento. Y sólo una súbita aparición impidió su asesinato y permitió que ahora viva para contarlo. Pero ese episodio fue el detonante definitivo para que decidiera abandonar El Salvador. En España al principio no le creyeron lo suficiente para concederle el asilo. Sin embargo, tres años después, la lectura de su relato conmovió al juez, que le acabó concediendo el estatus de refugiado que estaba intentado documentar desde que llegó a la capital catalana.
“Algunas historias son duras porque, además de lo que has vivido, luego te piden pruebas para justificar tu asilo, y a veces no es tan fácil aportarlas por mucho que lo que explicas sea verdad”, reflexiona Salazar, de 40 años y que tiene planes de ampliar los talleres a la edición y, tal vez, si fructifica algún plan de viabilidad económica, acabar fundando su propia editorial.
La mayoría de los autores son de Colombia, México, Venezuela, Nicaragua, Argentina o Chile y, aunque algunos ya habían hecho sus pinitos literarios, gran parte de ellos se ha lanzado al reto de escribir con los talleres organizados por la cooperativa Connectats, con la que está implicado Salazar desde su lanzamiento en el 2009.
Los escritores de En palabras han huido de las guerrillas, de los paramilitares, de las maras, del narcotráfico, de la pobreza o de la falta de oportunidades. “Somos ya como una pequeña familia y todos hemos tenido que afrontar la experiencia dramática del aeropuerto, cuando llegas a España, donde los controles son muy duros, más de lo que piensa la gente; el aeropuerto, para los latinoamericanos, es como nuestra valla de Melilla”.
Pero el objetivo de los talleres y de la antología no consiste tanto en retratar los abusos, vejaciones, o explotación que a menudo acompañan a los migrantes en su viaje desconocido, sino explicar procesos de diversidad y complejidad y que el ejercicio también contribuya de alguna manera al esfuerzo de integración.
Diego Salazar y María Ríos están inmersos ahora en la tarea de encontrar editorial para la antología y en el inicio de los nuevos talleres el próximo octubre. Por ahora, el apoyo que están recibiendo de los programas Ciutat Refugi del Ayuntamiento de Barcelona y Art for Change de La Caixa garantiza la continuidad.
“Un siete de febrero / cambié una montaña / por el mar Mediterráneo / el canto de los cristofués / por el graznido de las gaviotas / ese día de febrero / comenzó un duelo / ando desesperada / en busca de una fecha / para ponerle fin”. El tránsito, en palabras de la venezolana Beatriz Calcaño.
“Escribir y escuchar los escritos de los demás es un catarsis, una terapia colectiva muy reparadora”