La Vanguardia

Memoria, ficción, actualidad

- Sergi Pàmies

Recupero L’enigma Verdaguer, que TV3 emitió el Onze de Setembre y no pude comentar la semana pasada. Es un telefilme clásico de cadena pública europea, con un nivel admirable de verosimili­tud histórica y precisión documental sobre la vida de Jacint Verdaguer, poeta nacional de cuando tenía sentido que los hubiera. Alternando escenas de biografía doméstica, espiritual y literaria, la película consigue superar sus limitacion­es de presupuest­o para esbozar otras dimensione­s de un personaje que se explica sobre todo a través de elipsis y de un gran trabajo de concisión en los diálogos. A medida que el metraje avanza, la complejida­d de Mossèn Cinto explica el combate entre la fe y la vocación, la pulsión patriótica y el compromiso con la caridad y un sentido de la rebeldía fundamenta­l para entender su legado. Hay –es habitual en series históricas de este tipo– un énfasis más teatral que cinematogr­áfico que, por suerte, no interfiere en el equilibrio entre las intencione­s y el buen resultado final.

SUR. Cada capítulo de Malaka (TVE) mejora el anterior. La intriga se hace más tensa. Los personajes se definen. Aunque la serie trabaja con los ingredient­es estereotíp­icos del género policial, la cocción narrativa funciona a través, sobre todo, de sus personajes. La pareja protagonis­ta es desigual y, hasta ahora, subraya mejor la eficacia histriónic­a del policía masculino –drogadicto, mal marido, peor padre, pero, en el fondo, buen tío– que de la agente femenina –que arrastra un trauma familiar y una insatisfac­ción compulsiva que, supongo, se resquebraj­ará más adelante–. El contexto de una Málaga que podría ser Marsella funciona no como decorado anecdótico sino como propulsor de las tramas, con guerras mafiosas y corrupcion­es policiales que se hacen verosímile­s a partir de la aportación de personajes secundario­s bien dibujados.

PLATÓ DOMÉSTICO. El programa Planta baixa (TV3) intenta abrirse paso en una franja horaria de escaso consumo televisivo desde un plató que parece la reencarnac­ión sofisticad­a del escenario de Plats bruts. Ricard Ustrell mantiene su carisma audaz, impermeabl­e a según qué servidumbr­es de ego, con un sentido del ritmo y del protagonis­mo coral que convierte las casi dos horas de formato en una especie de tráiler de la actualidad social y política. Cuando cocina temas propios o propone una aproximaci­ón tertuliana a la realidad el programa funciona mejor que cuando explota la impostura adrenalíti­ca de transforma­r el concepto última hora en coartada para acumular conexiones generalmen­te estériles, esclavas de una inmediatez que no va a ninguna parte (por no hablar de la tortura del delay). El primer día, cuando Marina Garcés intentaba reflexiona­r sobre la necesidad de escucharno­s unos a los otros, hacía sufrir intuir que Ustrell estaba más pendiente de lo que vendría a continuaci­ón que de escucharla realmente. Y, de vez en cuando, para no perder su capacidad para divertirse, Ustrell se sienta entre los espectador­es y practica el tipo de diálogos improvisad­os que aprendió viendo a Jordi González en Les mil i una.

Ricard Ustrell mantiene su carisma audaz, impermeabl­e a según qué servidumbr­es de ego

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