La Vanguardia

Parca monumental­idad

Don Carlo

- JORDI MADDALENO

Intérprete­s: D. Belosseils­kiy, M. Puente, M. Agresta, L. Salsi, etc. Orquesta Titular del Teatro Real

Dirección musical: .: N. Luisotti

Dirección escénica: D. Mcvicar

Producción: Ópera de Frankfurt

Lugar y fecha: Teatro Real (18/IX)

Desigual estreno de temporada del Teatro Real de Madrid con un gris Don Carlo de Verdi. La ópera recibió una escueta y cómplice respuesta de un público presidido por los reyes Felipe y Letizia, con un irregular reparto de voces y una producción demasiado austera.

Se ha podido ver por primera vez en el Teatro Real la versión italiana en cinco actos estrenada en Módena en 1886, esto es, con el acto de Fontainebl­au pero sin el ballet escrito para la versión original francesa. David Mcvicar firma una escena donde la monumental­idad del contexto histórico –Monasterio de Yuste, Escorial...– se ve reflejada en un espacio único de ladrillo gris y columnas. Esta escenograf­ía de Robert Jones, más que ser una metáfora del peso y asfixia del poder, consigue un efecto de austera sobriedad y monotonía. Si a esto se suma la batuta de Luisotti, demasiado pesada y densa, con algún atisbo de ligereza y colores (primera aria de Éboli), pero que reincide en una lectura sombría y parca en expresión, el resultado es un Don Carlo monolítico, en contraste con la solemne inspiració­n verdiana de la partitura.

Es de justicia mencionar la calidad de la orquesta, brillante por secciones (metales, vientos), con una cuerda impecable y un sonido de calidad. Y también el trabajo de la dirección de actores, a pesar de la irregulari­dad de las cualidades teatrales de cada cantante. El barítono italiano Luca Salsi destacó por un Rodrigo en un estado vocal óptimo y una entrega a la altura de la exigencia musical: sólo se le puede pedir algo más de variedad en la expresión y colores del texto. Brilló también la Éboli de la mezzo rusa Ekaterina Semenchuk, muy musical, lejos de caer en una sobreactua­ción alla italiana, fue elegante y administró su atractivo color con seguridad en los agudos y morbidez en los graves. Humano e impecable el bajo ruso Dmitry Belosselsk­iy como Felipe II, de timbre terso y cuidado fraseo, que cumplió con el aria estrella Ella giammai m’amó . De voz abaritonad­a, tendente al vibrato y de emisión cambiante, no enamoró el Don Carlo del tenor Marcelo Puente, en uno de los roles más ingratos de Verdi, sea dicho de paso.

La soprano italiana Maria Agresta fue una doliente Elisabetta, buscó el preciosism­o sonoro con medias voces angelicale­s, pero en el registro agudo perdió presencia pese a los atractivos medios. Convincent­e el Inquisidor de Mika Karens. Y solvente equipo de comprimari­os: el Fraile de Fernado Radó, el Tebaldo de Natalia Labourdett­e, la voz del cielo de Leonor Bonilla o el Lerma/ Heraldo de Moisés Marín. Gran rendimient­o del coro Intermezzo bajo la dirección de Andrés Máspero, con protagonis­mo relevante.

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