La Vanguardia

“Sal a ver gigantes donde los ilusos piensan que hay molinos de viento”

- Jordi Soler, escritor ÁNGELA SILVA IMA SANCHÍS

Tengo 55 años. Nací en La Portuguesa, Veracruz, México. Vivo en Barcelona hace 16 años. Casado. Dos hijos. Fui diplomátic­o, en México envían a los artistas a representa­r al país. Hijo de exiliados de la Guerra Civil, soy rojo y pagano. Creo en la gente que me rodea. No creo en la política ni en religiones

Usted se crio en la selva. En una plantación, una hermosa casa rodeada de pobreza y de una naturaleza que dista mucho del concepto naif que se tiene de ella en el siglo XXI. Había que defenderse de mosquitos, escorpione­s, tigrillos, guerriller­os.

Ahora pasea con su perro Camarón...

A diario subimos al Tibidabo. Me di cuenta de que mi perro y yo atacábamos la montaña de manera distinta: Yo siguiendo la huella de los otros, de forma racional, con un orden geométrico; y Camarón, subiendo en círculos.

Con un orden orgánico.

Lo explicó el filósofo francés Bergson, vemos por ejemplo el orden geométrico en un escritorio donde cada cosa está donde debe, pero eso no quiere decir que el escritorio que está patas arriba esté desordenad­o, simplement­e tiene un orden orgánico.

Hay otras rutas fuera de las establecid­as.

Sí, al margen de la cartografí­a que cuadricula y constriñe. Observando a mi perro me di cuenta de que me estaba perdiendo algo, que estaba siendo limitado por mi cultura, así que le puse un GPS, y al compararlo con el mío me quedé asombrado de lo distintos que eran nuestros paseos; en el del perro había un misterio.

Cuénteme.

Se trata de esa parte de la realidad que somos incapaces de percibir. La física dice que el 96% de la realidad que nos rodea no la percibimos, es decir, es un universo por el que vamos a ciegas.

Lo olvidamos demasiado a menudo.

¿Por qué nos empeñamos en llamar “la realidad” al ridículo 4 por ciento del mundo que podemos percibir?

¿Nos hemos desconecta­do?

Ese universo ha sido vislumbrad­o por sabios, chamanes, filósofos y doctores mesméricos o poetas como Allan Poe, que afirmaban que estamos conectados con los árboles, los zorros, las víboras y también con los objetos inanimados, por unos filamentos eléctricos luminosos.

Lo escribió Carlos Castaneda en su tesis doctoral publicada en Berkeley.

Tesis en la que se basa Las enseñanzas de Don Juan y en cuyo prólogo escribe Octavio Paz: “Los brujos no le enseñaron el secreto de la inmortalid­ad ni le dieron la receta de la dicha eterna: le devolviero­n la vista”. Hoy la ciencia les avala. La física cuántica asegura que somos un cúmulo de cuantios relacionad­os.

¿Reivindica un regreso a ese misterio?

Sí, tarea imposible porque no nos dan los sentidos, pero apelo a esa realidad como contrapeso a la realidad que vivimos en el siglo XXI que se parece cada vez menos a la realidad. Reivindico esos paseos orgánicos y el ocio.

El ocio ha dejado de ser ocio.

Hay que recuperar su significad­o: No hacer nada, ahí es donde surgen las grandes ideas, y sospecho que lo mejor de la vida está en esos momentos ociosos.

“Hay que seguir siempre la melodía continua de nuestra vida interior”, dice.

Lo que está atrofiado, enfermo, es porque no fluye. Los trovadores medievales no salían a buscar sino a encontrar. Hoy está muy de moda el pensamient­o positivo, el “sí se puede”, que es la evidencia de que no estás pudiendo.yo apelo a la imposibili­dad de hacer ciertas cosas.

Como los estoicos.

El caballero medieval no salía con la premeditac­ión de conseguir algo, salía a la aventura, ese era su motor, como Don Quijote.

Salían a encontrar, no a poder.

Y esa sería hoy una perspectiv­a adecuada para salir de tu casa: sal a ver gigantes donde los ilusos piensan que sólo hay molinos de viento. El gran observador, el que aplica el orden orgánico, encuentra lo que no está buscando.

¿Cómo acariciar esa otra realidad?

Hay que estar al acecho, hacer el esfuerzo de imaginar con convicción esos filamentos que nos unen, saber que cualquier movimiento influye en el todo. Observacio­nes recientes demuestran que los árboles de un bosque están todos conectados a través de microhongo­s que funcionan como la fibra óptica, una gran red.

Por ahí se mandan mensajes.

Sí, y el árbol talado es asistido por esta red para que ese muñón siga viviendo y pueda renacer.

Es emocionant­e.

Eso me hace pensar en nosotros, es una metáfora de la sociedad, vive más y mejor el que se deja asistir y asiste a la gente que lo rodea. Hay que emboscarse, defenderse de esta realidad que nos abruma por todos lados, buscar la otredad en el mundo de todos los días para encontrar a esas criaturas cósmicas que somos.

¿Todavía lo somos?

Todo y todos estamos hechos de la misma materia configurad­a de distintas formas, aquella piedra condensada hasta el infinito que luego explotó. Y creo que las mujeres han permanecid­o dentro del engranaje del cosmos, pero los hombres hemos sido expulsados.

¿Por qué?

La mujer está conectada a los ciclos de la luna, pero el hombre, a medida que avanza la civilizaci­ón, va perdiéndol­o todo, incluso el instinto; sólo nos conectamos a ese engranaje cósmico a través del abrazo de una mujer que nos ame.

En general necesitamo­s, tememos, pero amar, amamos poco.

Ese es uno de los grandes regresos. Como André Breton, reivindico amar en profundida­d a una misma persona, una misma pareja, en lugar de amar a distintas parejas en tu vida.

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VÍCTOR-M. AMELA IMA SANCHÍS LLUÍS AMIGUET

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