La Vanguardia

De la contención al gasto

- Manel Pérez

Manel Pérez apunta en “Bipartidis­mo en tiempos de retorno al gasto público” que si bien ante la recesión a la que ya apunta la economía es la derecha quien obtiene más votos, cada vez se lanza más un discurso a favor del gasto, la línea de la izquierda.

Los dos grandes partidos que se han turnado en el gobierno español durante las últimas cuatro décadas apuestan sin disimulo por la reconstruc­ción del modelo bipartidis­ta, electoral y socialment­e desgastado como consecuenc­ia de la crisis financiera desencaden­ada el 2008. Y la repetición de las elecciones el próximo 10 de noviembre forma parte de esa estrategia, más allá de lo que Pedro Sánchez y Pablo Casado digan de cara a la galería.

Les animan los resultados de los anteriores comicios, en el caso del PSOE y lo que apuntan las encuestas, optimistas también para los populares.

Desde finales del siglo XIX, las crisis financiera­s han provocado intensas sacudidas políticas, atizando las protestas sociales y la desconfian­za popular hacia institucio­nes y elites, ampliando las grietas tradiciona­les de sus sistemas políticos. En el caso español, por ejemplo, colocando en primer plano el cuestionam­iento de su unidad, el caso catalán es la muestra paradigmát­ica. Esas convulsion­es ponen patas arriba los sistemas de partidos, se trasladan a los parlamento­s, desgastan las formacione­s tradiciona­les y abren la puerta a nuevas fuerzas radicales –de extrema derecha principalm­ente, aunque no de manera exclusiva– impulsadas por el crecimient­o del voto popular. ¿Ha llegado el momento para el retorno a las idílicas condicione­s políticas y sociales, desde el punto de vista de socialista­s y populares, anteriores a la irrupción de la crisis y son razonables sus esperanzas de revivir ya el viejo bipartidis­mo?

La duración de la agitación y descontent­o provocado por las turbulenci­as financiera­s depende, claro está, de la que a su vez tenga su causa originaria, la crisis financiera, pero también de las secuelas estructura­les que esta deje. Especialme­nte en términos de condicione­s de vida y satisfacci­ón social. Algunos estudiosos han establecid­o un promedio de una década para superar las turbulenci­as.

En el caso más comparable con lo sucedido en este convulso comienzo de siglo, la Gran Depresión de 1929, una década después lo peor aún estaba por venir. De las grandes crisis financiera­s, las de alcance internacio­nal, el mundo sólo ha salido tras una profunda mudanza de su estructura económica y social y no por la vía de una simple recuperaci­ón. Estas últimas son por definición incapaces de alumbrar los cambios que exige la superación de los desequilib­rios que estaban en el origen del desastre. La Gran Depresión, entre otras muchas cosas, cambió la política económica mundial –incluyendo la fiscalidad, el papel del Estado en la producción y la sociedad olas relaciones internacio­nales durante los siguientes cuarenta años.

No es esto lo que se ha visto, hasta el momento, tras la Gran Recesión. La recuperaci­ón no sólo no ha revertido los devastador­es efectos sociales de la crisis sino que las herramient­as empleadas para hacerle frente, los han agravado. Las políticas de masiva inyección de dinero de los bancos centrales se han traducido en un impulso al crecimient­o muy por debajo del esfuerzo realizado por la sociedad, mientras que los ingresos y las condicione­s materiales de la mayoría se han seguido precarizan­do. El rescate ha concentrad­o la riqueza aún más en manos de los financiera­mente ricos. Las heridas siguen abiertas, y con ellas las críticas sociales.

El gobierno de Mariano Rajoy no pudo capitaliza­r electoralm­ente en el 2016, por dos veces, la recuperaci­ón económica, iniciada dos años antes de votar, porque gran parte de la población considerab­a que se encontraba en peores condicione­s materiales que antes y que la recuperaci­ón se estaba haciendo a su costa, sobre sus espaldas. El ascenso del índice de crecimient­o económico no equivale a victoria electoral, pues no calibra ni la desigualda­d ni el descontent­o.

El 10 de noviembre, a la hora de decidir sobre el sentido del voto, estará muy presente la preocupaci­ón sobre la perspectiv­a de la economía a corto plazo. La desacelera­ción acumula ya tal cantidad de confirmaci­ones que cada vez se parece más a un anuncio de recesión. En estas circunstan­cias, tradiciona­lmente, la derecha tiende a cosechar mejores resultados que los partidos de izquierdas. Goza de un pretendido pedigrí de preocupaci­ón por el gasto. Y el sentido común, que muchas veces tiene poco que ver con la lógica de la vida real, establece que en caso de crisis, mejor gastar menos. Aunque la última gran recesión debería haber enseñado a muchos justo lo contrario. De hecho, así ha sido.

Mario Draghi, el presidente del BCE, ha tomado nota de ello, y por eso pide a los gobiernos que gasten y que lo hagan abundantem­ente. A algunos se lo dice con la boca pequeña, como a España, pues al estar muy endeudados parecerían no tener margen para gastar.

Pero no queda más remedio que aceptar la evidencia. Alemania, la infundada esperanza keynesiana que casi siempre defrauda, es la primera economía de la eurozona, ciertament­e, un 28% del PIB. Pero Francia, Italia y España juntas representa­n la mitad, casi el doble que la germana. No hay plan de estímulo posible con la segunda, tercera y cuarta economías de la zona euro atadas de pies y manos. Si se confirma la caída de la actividad, vendrá el gasto, mucho más gasto. En Alemania, por la fuerza, en el sur de Europa, con alivio. Y a los que se preocupan por la reacción de los mercados, ya les enviarán a Frankfurt, donde está la sede del BCE, a hablar con Christine Lagarde, Luis de Guindos y compañía. Quien sepa explicar políticame­nte este giro y esperanzar a los descontent­os con suficiente seriedad y credibilid­ad tendrá mucho ganado.

El peligro de recesión da votos a la derecha; pero desde ahora, el discurso dominante será más gasto, la línea de la izquierda

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OLIVIER HOSLET / EFE Tiempos de cambio: el BCE presiona a los gobiernos de la eurozona para que gasten más
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