La crisis climática está cambiando las rutas migratorias de las aves.
El clima cambia la ruta de las aves
“Este paso es el lugar preferido por las aves planeadoras, cigüeñas y rapaces, para cruzar el Estrecho en su vuelo migratorio entre las áreas de cría en Europa y las zonas de invernada en África”. Alejandro Onrubia, técnico de la Fundación Migres, señala la costa de África, a 14 kilómetros de distancia. Estamos en Punta Camorro (Tarifa, Cádiz), la zona más meridional de la Península. Es un día claro, luminoso, pero un viento de Levante endiablado disuade la travesía a las aves. Onrubia nos ilustra sobre uno de los grandes espectáculos de la naturaleza. Tarifa es el gran mirador testigo de cómo el cambio climático está cambiando las rutas migratorias de las aves.
Cada otoño, unas 500.000 cigüeñas y rapaces (350.000 rapaces y unas 160.000 cigüeñas) atraviesan el Estrecho.
Casi todas las cigüeñas de la Europa Occidental pasan por este punto rumbo a África. El milano negro es la planeadora que más abunda en el Estrecho (más de 200.000 al año), mientras que los otros grupos de poblaciones más importantes son la cigüeña blanca, el halcón abejero, el águila calzada y el águila culebrera.
Pero, además, muchos otros grupos emprenden la travesía: especies acuáticas, aves marinas y pequeños pájaros (paseriformes). Entre 30 y 50 millones de aves cruzan el Estrecho en otoño.
Sin embargo, éste es un periplo arriesgado. Lo es, y mucho, para las aves planeadoras (cigüeñas y rapaces), acostumbradas a aprovechar en tierra las corrientes de aire cálido para ascender y dejarse llevar con sus alas desplegadas como velas. Su problema es que sobre la superficie marina no se forman esas corrientes. “Las aves planeadoras tienen la sensación de que el mar les absorbe; les da pánico; y por eso el Estrecho es tan importante para ellas. Es la distancia más corta que tienen para sobrevolarlo”.
El Estrecho también es un peligro para las aves de vuelo batido, cuyas alas son como remos (aves acuáticas, especies marinas y pequeños pájaros).
Pero el Estrecho (4 kilómetros de largo por 30 kilómetros de ancho) es un embudo. El 60% de los días hace viento. Él abre y cierra la puerta de la ruta migratoria. Hay días en que no pueden cruzar el Estrecho. Como hoy. “Volar en estas condiciones es someterse al riesgo de acabar en el mar”, añade el ornitólogo.
Dotadas de un simple instinto migratorio, muchas aves se verán obligadas a efectuar un viaje en solitario. “Sólo tienen un programa genético que les dice cuándo tienen que migrar, en qué dirección lo deben hacer y cuánto tiempo tiene que durar”. Son sus únicas instrucciones. Grullas o gansos van acompañadas de la familia, pero la mayor parte de las aves hace una migración solitaria. No ven a otras aves; ni siguen a otras aves.
“Hay noches entre septiembre y octubre en que pasan un millón de aves. La mayor parte de ellas vuela de noche”. Muchas vuelan de día (vencejos, golondrinas, abejarucos, fringílidos, bisbitas, gorriones, estorninos). Pero “el 80% de las aves que cruzan el Estrecho son migradores nocturnos”: tórtola, codorniz, martín pescador, abubillas, carracas, las aves acuáticas y limícolas (que viven en barro, humedales, la costa…) así como las pequeñas aves. Todas éstas practican un vuelo batido. Sus alas son remos. Son como atletas que corren.
Y ¿por qué de noche? Su esfuerzo comporta un enorme gasto energético; además, tienen un abrigo de plumas. Por eso, evitan la radiación solar. La noche garantiza una atmósfera más estable, mucho más fresca. Así, vuelan de forma continuada ocho y diez horas. Y de noche evitan los predadores (el águila perdicera, el águila real o el águila imperial).
Es una aventura muy arriesgada. La mitad de las pequeñas aves muere al cruzar el desierto (sobre todo, a causa de las tormentas de arena). Aproximadamente el 30% de los jóvenes de las aves planeadoras mueren en el intento. Las aves se juegan la vida porque deben llegar a tiempo a aprovechar los recursos en su lugar de destino, ya sea en el norte de África (frutas y semillas) o al sur del Sahara (herbazales, agua, abundantes insectos).
En los últimos 40 años, el Estrecho ha detectado un aumento general en el número de aves planeadoras –salvo excepciones–, como consecuencia de las políticas de recuperación de especies (mayor protección, control del DDT…).
Sin embargo, el declive de las aves marinas “es fortísimo” (pardela balear, pardela cenicienta, frailecillos…). Y la situación de los pequeños pájaros es “dramática”. Sólo pasan una octava parte de los
MODIFICACIÓN RELEVANTE
Másde50aves migratorias que no se las veía en España en invierno se quedan cada vez más en la Península
EN 40 AÑOS, POR DIVERSOS FACTORES
Se detecta un aumento de aves planeadoras, pero un declive de especies marinas y pequeños pájaros
HACIA LATITUDES SEPTENTRIONALES
Más de 20 especies de aves de filiación africana están colonizando el continente europeo las últimas décadas Tarifa se convierte en otoño en un gran observatorio de las aves. Sin embargo,
el cambio global está cambiando sus rutas migratorias
vencejos que hacían la travesía hace 40 años, y únicamente se registran una tercera parte de las golondrinas que pasaban hace 40 años. Siguen siendo especies comunes pero cada vez menos abundantes.
Tarifa es testigo en las últimas décadas de los cambios en la migración de las aves relacionados con el calentamiento mundial. Éstas buscan los lugares óptimos térmicamente. Y estos se encuentran cada vez más al norte (o a mayor altitud).
Más de 50 especies de aves habitualmente migratorias y que, por lo tanto, nunca se las veía en España en invierno se quedan cada vez
más en la Península. El ave que mejor refleja este cambio de hábitos tal vez sea el águila calzada, según
el Altas de las Aves en Invierno en
España (2007-2010). Indefectiblemente, esta planeadora cruzaba el estrecho de Gibraltar en dirección a las regiones subsaharianas (Sahel), donde llegaba entre septiembre y octubre. Pasaba el invierno en Guinea, Mali, Mauritania, Níger o Nigeria, a unos 2.800 ó 3.500 km de sus nidos.
Sin embargo, en las últimas décadas se ha detectado que una parte de la población reproductora no realiza estas migraciones; sino que permanece durante la invernada en las marismas del Guadalquivir y humedales costeros de Andalucía, Murcia y Comunidad Valenciana. Este mismo cambio en el comportamiento (ejemplares que se quedan en la Península en invierno) afecta también a otras especies: el águila pescadora, la golondrina común, el chorlitejo chico, el avetorillo común, el archibebe claro o el autillo europeo.
La cigüeña blanca, que antes migraba hasta el Sahel, ahora cada vez más opta por quedarse. “Se estima que hasta el 80% de la población adulta reproductora se queda en España”. También están acortando la migración (e incluso dejan de migrar) los gansos, muchas especies de patos, grullas, palomas torcaces, grajas, busardos ratoneros, milanos reales, golondrinas, petirrojos, zorzales. Todo esto significa que algunas especies están reduciendo el paso por el Estrecho, a pesar de que sus poblaciones se encuentran estables o incluso aumentan.
En paralelo, más de 20 especies de aves de filiación africana están colonizando el continente europeo en las últimas décadas. Las áreas situadas más al sur de la península Ibérica están registrando la llegada de aves típicamente africanas. “La llegada de estas aves indica que estas especies encuentran aquí ambientes que cada vez se parecen más a los de su hogar de origen. Las aves notan que cada vez tienen ambientes naturales más africanos”.
La desertificación en el sur de España facilita la penetración del camachuelo trompetero, un pequeño pájaro de la familia de los jilgueros o el verderón propio de las zonas desérticas y subdesérticas del norte de África. En los últimos años está colonizando el sureste español (Almeria, Alicante, Murcia, Granada).
Otras aves africanas viven el mismo proceso. Y en la Península se encuentra ya el elanio azul, el ratonero moro, el buitre moteado (o buitre de Ruppell), el halcón borní, el corredor sahariano, la tórtola senegalesa, el vencejo cafre, el vencejo moro, o el bulbul naranjero. “Desde un punto de vista ecológico, el sur de Europa cada vez se parece más al norte de África”, expone Onrubia.
El calentamiento global está produciendo cambios en los calendarios de los ciclos biológicos y las fechas de paso por el Estrecho.
Muchas especies de aves migratorias tratan de adaptarse a una primavera que se adelanta. Y lo mismo ocurre con las aves que se desplazan hacia el sur para pasar el invierno. Las aves que atraviesan el desierto (transaharianas) tienden a adelantar la migración de otoño, probablemente para aprovechar las buenas condiciones del Sahel africano y para escapar de unos veranos cada vez más calurosos y secos en Europa meridional.
Por su parte, los migrantes presaharianos (los que se quedan en el norte de África) tienden a retrasar la migración de otoño. Probablemente tratan de pasar más tiempo cerca de los territorios de cría en Europa. Y se resisten a migrar porque los inviernos tienden a ser más benignos).
Al ampliarse las áreas de distribución hacia el norte, los periodos de migración en el Estrecho se han ampliado. Tarifa, un mirador ornitológico donde el avistamiento de aves se prolonga casi todo el año.