La Vanguardia

El palacio de Liria se abre al público y muestra un viaje por la historia y el arte europeo más selecto de los últimos cinco siglos .

Se abre al público el palacio de Liria, un viaje por la historia y por el arte europeo más selecto de los últimos cinco siglos

- LUIS IZQUIERDO

“La colección es fantástica. Tanto que una hora de visita se queda corta para poder admirar tantos tesoros juntos. Tendré que venir otra vez”. Lo explica Antonio, que fue uno de los primeros visitantes de la colección de arte de la casa de Alba que desde el pasado jueves se expone en el palacio de Liria, en pleno corazón de Madrid.

El edificio palaciego que todavía es residencia del duque de Alba, Carlos Fitz-james Stuart, guarda en su interior un incalculab­le tesoro artístico que hasta ahora sólo habían podido disfrutar personas allegadas a la familia.

El palacio es el escenario pero también es, quizá incluso por delante de lo que contiene, una obra en sí mismo. Y es que, excepción hecha del propio Palacio Real, no hay en toda la ciudad de Madrid construcci­ón palaciega que se asemeje a la que mandara construir en 1767 el entonces III duque de Berwick y III duque de Liria, Jacobo Fitz-james Stuart. Se concibió y construyó, bajo la batuta del arquitecto Ventura Rodríguez, muy al estilo francés: siguiendo los cánones clásicos y rodeado por completo de cuidados jardines. No había problemas de espacio, pues a finales del siglo XVIII, las inmediacio­nes de la plaza de España se considerab­an las afueras de la ciudad.

Devastado su interior por completo en un incendio ocurrido durante la Guerra Civil, los Alba lo recuperaro­n en los años cincuenta como casa familiar y para albergar de nuevo la fantástica colección que una de las familias más adineradas de España adquirió a lo largo de los siglos. Y que los amantes del arte supieron salvaguard­ar de las bombas trasladánd­ola primero al Museo del Prado y más tarde a Suiza.

El propio Duque, XIX de la dinastía, explicaba estos días atrás que esta apertura es sobre todo la respuesta a una larga demanda de abrir sus puertas al público para admirar las fantástica­s piezas de arte que alberga. Un público que desde hace sólo tres días transita su interior en respetuoso silencio, recorriend­o incluso algunas estancias que, como es el caso del comedor, se siguen utilizando de forma cotidiana por los miembros de la familia. De hecho, no hay visitas durante las horas de comida.

La apertura es una realidad que La Vanguardia pudo comprobar el mismo día de su estreno, en el que ya quedó muy claro que el número de visitantes estará muy medido y las visitas muy tasa

das. Las entradas, agotadas para las próximas semanas, permiten integrarse en grupos de un máximo de 20 personas que realizan una visita de 65 minutos en absoluto silencio orientada por una audioguía que repasa la historia del palacio, de la familia Alba y de las numerosas obras que abarrotan las ocho estancias visitables.

Esculturas, tapices, relojes, miniaturas, armaduras, unas pocas armas, objetos de escritorio, mobiliario de época, porcelana y sobre todo y muy especialme­nte pintura. Todo ello sazonado con fotografía­s familiares que pretenden recordar al visitante que el palacio, aún hoy sigue siendo la casa de los Alba; donde duermen, reciben a sus amigos y desde donde gestionan su patrimonio. Reconocer en esas fotografía­s a los miembros más destacados como el propio Duque y su madre Cayetana, pasando por varios reyes, mandatario­s internacio­nales y amigos de la nobleza ayuda a entender que el valor de la estancia reside también la historia que ha acogido y entre la que sobresale haber sido escenario del bautizo del rey Felipe VI, en el año 1968.

Además de los personajes reales que han pasado por el palacio de Liria y de los que, desde los retratos nos recuerdan su presencia en la Historia de España, en las salas de los Alba nos esperan singulares obras de Goya, Velázquez, el Greco, Murillo, Zurbarán, Ribera, Rubens, Tiziano o Tinttoreto entre otros muchos. De sus pinceles brota la vida en los ojos del gran duque de Alba, Fernando Álvarez de Toledo, conocido hombre de armas y brazo derecho de Carlos V y Felipe II. Hay toda una sala dedicada a su figura y a sus gestas. Pero también son importante­s las miradas de Carlos IV, María de Estuardo, Felipe IV, Eugenia de Montijo o la infanta Margarita, así como las numerosas escenas religiosas de la escuela flamenca o de la italiana que recorre desde el quattrocen­to al seicento.

“Creo que es una colección alucinante”, comenta Jane, una británica residente en Madrid, al término de la visita. Llevaba tiempo queriendo conocerla, pues la familia Alba entronca con la figura de María Estuardo y compró el ticket a través de internet en cuanto salieron a la venta, hace más de un mes. Le cuesta decidirse por lo que más le ha gustado, pero está especialme­nte sorprendid­a por la biblioteca, situada junto a la salida y última estancia que se visita. Además de su enorme belleza plástica, contiene más de 18.000 libros de enorme valor, empezando por la primera Biblia que se escribió en castellano, a comienzos del siglo XV. Anexo está el archivo, cuyo depósito sobrepasa los 50.000 documentos únicos, como la correspond­encia de destacados personajes de literatura y las artes con los diferentes duque. O como algunas cartas escritas de puño y letra por Cristóbal Colón en su primer viaje a América, trazando el primer contorno del norte de la isla de La Española, hoy formada por Haití y la República Dominicana.

A otros visitantes les impacta más la sala Goya y en concreto el retrato de Doña Pilar Cayetana de Silva y Álvarez de Toledo, XIII duquesa de Alba, quien con un sólo gesto ofrece un sinnúmero de trazos sobre su carácter decidido y elegante. El salón de baile, aunque no muy grande, permite imaginar la forma en que se relacionab­an los nobles y festejaban muy a la francesa durante el siglo XVIII. Pero, sin duda, la más familiar es la bautizada como sala Zuloaga, por ser varios los retratos de este pintor. Allí es sencillo imaginar al abuelo del actual duque sentado a la mesa de su escritorio de trabajo, mirando los jardines por la ventana y girando el rostro para ver su propio retrato, el de su esposa y el de una Cayetana, que fue la XVIII duquesa, todavía muy niña montada a caballo, y acompañada por sus juguetes favoritos. Cuesta entender a quienes ya pueden hacerse una idea del volumen y valor artístico de cuanto contiene el palacio de Liria cómo una colección de tantísima altura ha estado durante siglos restringid­a al público.

Y es que en no pocas salas los cuadros y objetos parecen echarse unos encima de otros, colocados muy al estilo de como se estructura­ban los museos del siglo XVIII, tratando de aprovechar el espacio aún riesgo de hacer competir la belleza de unas obras con las otras. Quizá porque, como insisten quienes ahora gestionan la zona visitable, el palacio de Liria se ha construido a base de “recuerdos y vivencias” y porque más que un lugar de exposicion­es es “una casa que acoge vida y memoria”.

La de los Alba y sus diez siglos de historia, de su grandeza y de su amor por el arte; por colecciona­rlo, por conservarl­o y, desde el jueves, por compartirl­o con quienes disfruten con un viaje por el arte europeo más selecto de los últimos cinco siglos.

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 ?? RICARDO RUBIO / EP ?? Hermosa biblioteca. A parte de esculturas, tapices, miniaturas, armaduras, mobiliario de época y sobre todo pintura, el palacio alberga una colección de 18.000 libros de gran valor
RICARDO RUBIO / EP Hermosa biblioteca. A parte de esculturas, tapices, miniaturas, armaduras, mobiliario de época y sobre todo pintura, el palacio alberga una colección de 18.000 libros de gran valor
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NURPHOTO / GETTY
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NURPHOTO / GETTY El salón con los Goya. El retrato de la marquesa de Lazán preside este espacio, con una colección de frascos
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RICARDO RUBIO / EP No durante las comidas Se visitan majestuoso­s salones y lugares que como el comedor aún usa la familia
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DANI DUCH Palacio al estilo francés. Lo mandó construir en 1767 el III duque de Berwick y III duque de Liria, Jacobo Fitz-james Stuart
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NURPHOTO / GETTY Despliegue barroco El espacio se aprovecha al estilo de los museos del siglo XVIII, aún riesgo de hacer competir la belleza de unas obras con las otras

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