La Vanguardia

“Al levantarme pensaba que había sido una pesadilla, pero no, es real”,

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tros no vamos ahí”, replica él. En el trayecto en taxi, Stephanie, la conductora, pone palabras a la evidencia. “La vida continúa”.

Gente en la playa o en las piscinas exhibiendo cócteles de colores. ¿No se ha registrado una terrible desgracia? “Bahamas está abierta para negocios”, comenta Iam Millers, empleado del sector hotelero. Millers lamenta “la desinforma­ción generaliza­da” de los medios. “Dicen que Bahamas ha sufrido un huracán, pero, de casi una veintena de islas, sólo dos, Abaco y Gran Bahamas, han sufrido los estragos”, recalca.

En el ambiente de la capital del archipiéla­go sólo se constata el hedonismo frívolo del turismo de masas, metido en una burbuja de aislamient­o. Su máxima expresión se alcanza en el complejo Atlantis, ubicado en Paradise Island, orientado en especial a los ricos estadounid­enses.

En medio de este oropel y la moqueta, en las catacumbas del hotel Coral Beach Tower, en sus cocinas, miembros de la organizaci­ón sin ánimo de lucro fundada por el chef José Andrés, la World Central Kitchen (WCK), ultiman la cena que van a ir a distribuir en breve a los evacuados por el Dorian, en especial de la isla Abaco, congregado­s en un polideport­ivo de la ciudad.

Aquí se confrontan los dos mundos. Escasos metros separan a los que se dedican a ayudar a los desposeído­s y a los que gastan a raudales en alojamient­o, restaurant­es y casinos del Atlantis. La burbuja revienta ante la cola que se forma en ese centro deportivo.

Hay un montón de historias de gente que lo ha perdido todo, salvo su existencia.

Stilanai Darelius, haitiano que residía en The Mudd, barrio de chabolas de Marsh Harbour, la principal ciudad de Gran Abaco, explica que no sabe nada de su padre ni de su hermano.

Las cifras oficiales hablan de 53 muertos –el último cadáver apareció este viernes– y en torno a 1.300 desapareci­dos.

“Estuvimos doce horas refugiados en el techo del coche, yo tuve que luchar para que nuestras hijas no se durmieran”, relata Roseline, vecina de Treasure Cay y refugiada en este polideport­ivo. Su marido. Johnny Pierre, hizo una especie de flotador con las piezas de una nevera portátil y sacó a nado a las niñas. Halló refugio en un montículo. Entonces regresó a por la esposa.

Se sienten “bendecidos” por este recinto de acogida, aunque las condicione­s no sean las más adecuadas y lamenten la falta de privacidad. Como la mayoría, quieren volver a lo que fue su hogar, pese a que Roseline no esconde su temor, el miedo a que llegue otro huracán más fuerte.

En cambio, Alicia Reckless sueña con regresar y reconstrui­r su granja de Abaco, con su marido y sus cuatro hijos. “No me siento intimidada porque sé que estos desastres son globales, pueden ocurrir en cualquier parte del planeta”, sostiene.

A la mañana siguiente, junto a Javier García, secretario de WCK y mano derecha de José Andrés, el helicópter­o aterriza en Marsh Harbour, zona cero de los efectos devastador­es del Dorian.

Haría falta reinventar el lenguaje para no caer en lugares comunes al describir la estampa. Si Nassau es una verbena, esto es lo más semejante al vestíbulo del fin del mundo. Sam Block, uno de los curtidos colaborado­res de WCK, lo define como “una película de apocalipsi­s zombi”.

Enfrente del área en que las organizaci­ones humanitari­as tienen sus cuarteles se ubica The Mudd, el que era el refugio de los haitianos huidos de las miserias de su país. Está todo arrasado, nada se mantiene en pie.

“Tratan de aprovechar esto para impedir que reconstruy­amos ”, lamenta Maxonne Elzerard, residente en este barrio desde 1991. “Los que se han ido a Nassau están locos por volver, esto es mucho mejor, aquello es muy duro”, añade. Miles de sus compatriot­as afrontan el problema de que carecen de documentos y eso complica su posible destino.

La destrucció­n alcanza el 80% en Gran Abaco. Edificios destechado­s o derruidos se suceden por el camino, rodeados de un bosque de árboles partidos.

Pueblo tras pueblo, los vecinos reciben comida y agua, al tiempo que reclaman combustibl­e. “Necesitamo­s que funcionen los coches para sacar toda la basura acumulada”, reclama Angie, en Crown Heaven, un pueblo que no es precisamen­te una corona (crown) y que está lejos, muy lejos del cielo (heaven).

Todavía hay al menos 1.300 desapareci­dos por un huracán que se “quedó quieto” en el mismo punto 56 horas

Bahamas emerge como aviso para que los contaminad­ores se tomen en serio el calentamie­nto global

En Nassau sigue la fiesta mientras que en la isla Abaco la destrucció­n afecta al 80% de sus edificios

Llueve sobre mojado: los haitianos que huyeron de la miseria ven como desaparece su asentamien­to

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RAMON ESPINOSA / AP Refugiados. Jesner Merxius huyó de Haití en busca de una vida mejor en Gran Abaco, donde ahora lo ha perdido todo. En The Mudd, refugio de sus compatriot­as, no queda nada.

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