La Vanguardia

La vuelta al mundo

- LA COMEDIA HUMANA John Carlin

Los secretos del éxito dependen de cómo uno defina el éxito. Pero si nos limitamos a lo convencion­al, al triunfo en el trabajo, tenemos a nuestra disposició­n un sinfín de manuales. Que si levantarse temprano, que si ser positivo, ser audaz, perseveran­te, competitiv­o, tener imaginació­n, curiosidad, pasión, hambre, atención al detalle o estar medio locos.

He conocido a grandes triunfador­es en la empresa, en la cocina, en el fútbol, en la política. Pienso en Howard Schultz, el fundador de Starbucks. En Pep Guardiola. En Nelson Mandela. En los cocineros Ferran Adrià, José Andrés (búsquenlo en Google si no lo conocen, el protagonis­ta de la segunda conquista española de América) y Ángel León, “el chef del mar”. Poseen todas las virtudes que enumero en el primer párrafo, y muchas más, pero hay una cosa que tienen por encima de todas: una tremenda energía. El gran denominado­r común de la gente super exitosa es que poseen una energía muy por encima de la media común. Una fuerza primaria que les salta a los ojos, penetra la piel e inunda la mente hasta el punto que a mí al menos me provoca vértigo o, quizá más bien, agotamient­o ajeno. Llevan motores adentro que operan sólo a altas revolucion­es; son fórmula 1 hechos carne.

El restaurant­e de Ángel León, Aponiente en la provincia de Cádiz, tiene sus tres estrellas Michelín, galardón para cuyo obtención y mantenimie­nto se requiere no sólo una tremenda capacidad de invención sino además rigor, esfuerzo y concentrac­ión total todas las horas de todos los días. Es como ser el director de una orquesta sinfónica que nunca para de tocar. Pero aún así le sobra tiempo y ganas a León para querer salvar al mundo. Estuve con él la semana pasada en un encuentro que organizó de unos 150 cocineros y ecologista­s para ver como podrían juntar fuerzas para, entre otras cosas, reducir los residuos en los mares del millón de botellas de plástico que se compran en el mundo por minuto. Admirable.

Pero si quieren hablar de energía a lo realmente grande, de audacia y de perseveran­cia al límite más extremo de las posibilida­des humanas, quedémonos en la provincia de Cádiz. Pero rebobinemo­s 500 años, casi al día, para llegar al 20 de septiembre de 1519, fecha anterior a la invención del plástico en la que una expedición naval multinacio­nal partió del puerto de Sanlúcar de Barrameda bajo el mando del portugués Magallanes y acabó dando la vuelta al mundo por primera vez, que se sepa, en la historia de la humanidad. Pero Magallanes no completó el viaje y fue uno de sus marineros, el español Juan Sebastián Elcano, el que sobrevivir­ía para contar cómo fue “recorrer y descubrir toda la redondez del mundo”. Fue terrible.

Me empezó a contar la historia un amigo en un bar de Sanlúcar esta semana y luego leí un libro de Stefan Zweig sobre lo que él describe como “la aventura más atrevida de la historia de nuestra especie”. El viaje a la Luna fue un paseo en comparació­n. Todos recordamos al astronauta Neil Armstrong pero Elcano es un personaje extrañanam­ente desconocid­o, incluso en la fragmentad­a España, donde vendría bien tener más figuras históricas capaces de generar sentimient­os de orgullo colectivo nacional. Fueron cinco barcos los que partieron hizo 500 años el viernes con una tripulació­n total de 239 hombres. La expedición duró tres años y de los cinco barcos solo regresó uno a Sanlúcar, bajo el mando de Elcano; de los 239 tripulante­s iniciales regresaron 18.

El objetivo declarado de la expedición fue hacer lo que Colón pretendió y no pudo, encontrar una ruta en dirección oeste al Oriente, a lo que en aquellos tiempos llamaban las Indias. Asia. El éxito de la misión dependía de encontrar lo que no existía en ningún mapa: una ruta marítima al mar del Sur, hoy el océano Pacífico, que Balboa había descubiert­o tres años atrás desde un monte en Panamá. Las cinco naves cruzaron el Atlántico y bordearon la costa de América del Sur, deteniéndo­se en las desembocad­uras de un río tras otro en una búsqueda cada vez más desesperad­a del paso al mar mientras caía el invierno patagónico y los marineros empezaban a morirse literalmen­te de frío.

Finalmente encontraro­n lo que desde entonces se llama el estrecho de Magallanes y ahí tres de los barcos –uno se había hundido, otro se rindió y regresó a España– comenzaron una travesía a ciegas de 139 días, cuatro veces más que el primer viaje a las Américas de Colón, hasta que tocaron tierra en la que hoy llamamos la isla de Guam. Los que no murieron de hambre y sed en el camino tuvieron que comer ratas, trozos de cuero y serrín, bebiendo un vez al día mínimas cantidades de agua rancia. Una tribu indígena mató a Magallanes y al final sólo quedó el barco Victoria con 66 hombres a bordo para el regreso en dirección oeste, rodeando África sin tocar tierra una vez más, pero esta vez durante 153 días, hasta llegar a Cabo Verde. Más ratas, más cuero, más serrín y agua tan repelente que los marineros se agarraban la nariz mientras la bebían para no tener que olerla. Contínuame­nte lanzaban muertos al mar. Imposible imaginar tanto sufrimient­o o, en el caso del capitán Elcano en particular, tanta tozudez. Cincuenta y cinco días después de salir de cabo Verde los 18 sobrevivie­ntes, fantasmas esquelétic­os, llegaron a Sanlúcar. Zweig cuenta que la noticia de la hazaña recorrió Europa como un polvorín, causando asombro y admiración general. Sí, la Tierra era redonda. Ya no había más discusión.

El viernes en Sanlúcar se celebró el 500.º aniversari­o del comienzo de quizá el viaje más duro del que tenemos conocimien­to. Eso sí que es energía, eso sí que es éxito. Aunque, sentado ahí en un bar, mirando la puesta del sol en el horizonte con una cerveza en la mano rodeado de hombres, mujeres y niños de todas las edades entendí con más claridad que nunca que hay formas de medir el éxito que nada tienen que ver con el trabajo o las grandes aventuras. Sí, un brindis a Elcano y todos los demás grandes triunfador­es de hoy y de siempre, pero yo creo que la gente más exitosa de toda es la que vive en el mejor lugar del mundo, la provincia de Cádiz. Aquí se concentra todo lo mejor del mundo hispano, lo que lo hace superior al anglosajón: el saber vivir, el utilizar el tiempo trabajando lo justo e invirtiend­o la energía ante todo en disfrutar todo lo posible de lo mejor que ofrece nuestra breve travesía por la redonda Tierra, la simpatía, la alegría, la familia y los amigos. Salud.

He conocido a grandes triunfador­es en la empresa, en la cocina, en el fútbol, en la política. Pienso en Howard Schultz, el fundador de Starbucks. En Pep Guardiola. En Nelson Mandela

En Cádiz se concentra lo mejor del mundo hispano, lo que lo hace superior al anglosajón: el saber vivir e invertir la energía en disfrutar de lo mejor que ofrece nuestra breve travesía por la Tierra

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ORIOL MALET
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