La Vanguardia

La política se hace bola

- Llucia Ramis

De pequeños nos enseñaban que había que comer de todo. Pero si hoy estás en un restaurant­e y tu acompañant­e propone que compartáis unas tapas, y tú contestas que vale, que elija las que quiera porque a ti todo te va bien, entonces sentirás su suspicacia atravesánd­ote el pecho. ¿No le tienes alergia a nada? ¿Ningún alimento te repugna? ¿No militas contra la carne o el pescado? ¿En serio? Mientras te preguntas si deberías explicarle por qué no es bueno abusar de la quinoa o el aguacate, aunque sean saludables, notas cómo su tono de voz va adquiriend­o cierto desprecio. Has pasado a ser un bicho raro, la persona menos sofisticad­a del mundo. ¿Acaso no eres consciente de lo mucho que une una intoleranc­ia?

A mí el vino tinto me da gases, comenta alguien. Vaya, pues a mí el blanco me da acidez. No es que sea celiaco, pero prefiero evitar el gluten. Evidenteme­nte, la fritanga no entra en mi dieta. Tengo una tía que, si come del mismo plato donde ha habido pistachos, se muere, y por si acaso fuera genético, no los he probado nunca. Etcétera. Decir que te gusta todo tiene poco glamur. Y además complica la ya costosa

La oferta es floja, de menú barato, de esos que repiten, sin mucha variedad; los cocineros van a saco

tarea de tomar decisiones. ¿Cuánto tiempo pasamos delante de Netflix o Filmin, antes de elegir una película? Svetlana Alexiévich explica que, en la Ucrania soviética, libertad significab­a que hubiera leche en el súper. Hoy libertad es poder elegir si es desnatada, semidesnat­ada, ecológica, de soja, de marca blanca, local o importada. Escribió Ursula K. Le Guin: “La libertad es una gran carga. (...) No es un don; hay que elegirla y la decisión puede ser difícil”. Kierkegaar­d apuntaba que la ansiedad es el vértigo ante la libertad.

No tengo manías con la comida, pero sí soy selectiva con otras cosas. Por ejemplo, con las personas que van a gobernar el lugar donde vivo y a quienes pago. La oferta es floja, de menú barato, de esos que repiten, sin mucha variedad. Se nota que los cocineros van a saco. Pero, por alguna razón, últimament­e se creen Ferran Adrià. Hace tiempo que la elección se me indigesta, porque es pesada. Masticar sin ganas, cuando estás harta de comida basura, no es plato de buen gusto. La política se te hace bola. Es como esos castigos de épocas pasadas, en los que no podías levantarte de la mesa hasta que hubieras acabado, o si no, te servían lo mismo para desayunar al día siguiente, frío y chicloso.

El problema es que la comida está en mal estado y nos ha intoxicado a todos. En circunstan­cias normales, nadie nos salvaría de unos retortijon­es, pero al menos nos indemnizar­ían y nos compensarí­an con un menú gourmet. En lugar de eso, los chefs nos riñen por haber elegido mal mientras, entre ellos, se tiran los platos a la cabeza, sin ver que la cocina está ardiendo. Y nos servirán esto tan requemado. Una cosa es que comas de todo y otra, muy distinta, que te hagan tragar lo que sea.

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