La Vanguardia

Queen: mayores y jóvenes

- Norbert Bilbeny

En agosto, el Madison Square Garden de Nueva York –MSG para los taxistas– rebosaba de gente que quiso ver a Queen y al cantante Adam Lambert. La lluvia que bloqueaba el tráfico de Broadway y la Séptima Avenida no impidió el éxito de la cita, que se desarrolló con gran presencia de público joven y los consabidos nostálgico­s.

La conciencia del paso imparable del tiempo se acelera en los mayores que asisten a conciertos de las viejas estrellas del rock. Es algo que sólo lo compensa una nostalgia bien gestionada y el ir acompañado de gente más joven que disfrute del espectácul­o sin la sensación de un final de fiesta. En nuestro caso nos juntamos tres generacion­es, la de Marta, mi mujer, la de nuestra hija y la mía, que se movían al ritmo de la música de Queen –ellas y sus rubias melenas al aire– en relación inversa, todo hay que decirlo, a la edad.

Uno asiste a los acontecimi­entos más bien como distante observador, por lo que puedo testimonia­r que Queen consiguió aquella noche poner en pie al auditorio. Tanta energía cargó en él, que ya fuera del estadio, esquina con la calle 34, un grupo de gente, al que se añadió Marta, se puso a bailar el pegadizo Radio Ga Ga al compás de un incansable baterista anónimo. No veían el momento de acabar. Pero bailar por el gusto de bailar siempre da una imagen de felicidad.

Queen son hoy el versátil guitarrist­a Brian May y Roger Taylor, a la percusión. Lambert canta ahora las canciones que cantaba Mercury, pero bien dice que él no es Mercury. En el espectácul­o, tan deslumbran­te como sabe hacer la industria norteameri­cana del entretenim­iento, antiguas imágenes del histórico cantante se unieron en el escenario con las de sus compañeros, lo que arrancó emocionado­s aplausos del público.

Por lo demás, no puedo terminar esta crónica incidental sin expresar algunas conclusion­es al respecto. La primera: Queen, una mezcla de Schubert, Stravinsky y los Beatles, está en plena forma. Son un ejemplo de que hay que cuidarse. En segundo lugar: se nota que tocan a gusto y por gusto, pues son millonario­s y no necesitan dinero. En cualquier caso, trabajar a gusto no tiene precio. Tercero: su estilo es años 70/80, pero la buena música, aunque pase de moda, siempre gusta.

Por último: ¿cómo unos septuagena­rios consiguen que tantos jóvenes conozcan su música, paguen por ella y la bailen, tan felices? Es como un no vital a la guerra. En ocasiones así pienso, con Jorge Guillén: “El mundo está bien hecho”.

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