La Vanguardia

Que no pare la máquina

- Ramon Suñé

En los últimos años el Ayuntamien­to de Barcelona no ha sido precisamen­te un modelo de estabilida­d institucio­nal. La fragmentac­ión del voto, la reducción de las mayorías y la incapacida­d de gobiernos y oposicione­s para anteponer el bien común de la ciudad a los intereses partidista­s han convertido el ejercicio de responsabi­lidad que debería ser la aprobación de un presupuest­o comme il faut, mediante la negociació­n y el pacto, en un imposible. A la gestión de Barcelona no han ayudando ni la permanente provisiona­lidad del Govern de la Generalita­t –con muchas cuentas pendientes con la capital del país– ni la estulticia que impregna el gran teatro de la política española, de la que no se salva ni el apuntador. En este sentido, la convocator­ia de unas nuevas elecciones generales es, también para una Barcelona que demanda combustibl­e para alimentar una poderosa máquina anquilosad­a por la falta de uso, una pésima noticia.

La gobernabil­idad de Barcelona se sustenta desde comienzos del verano en un acuerdo entre comunes y socialista­s, dos formacione­s que ya anduvieron a la greña hasta hace muy poco, que vivieron un sonado divorcio por las serias divergenci­as en torno a la aplicación del artículo 155 de la Constituci­ón y entre las que hay una comunión circunstan­cial de intereses carente de pasión. Su relación echa por tierra aquella máxima de que el roce hace el cariño,

Las nuevas elecciones llegan el peor momento para una Barcelona necesitada de gasolina para funcionar

al menos por lo visto hasta ahora. Además, en las próximas semanas asistiremo­s a un enfrentami­ento público entre las fuerza de la izquierda. Con este mar de fondo, a Ada Colau y Jaume Collboni no les resultará fácil aislarse del ruido electoral y remar en la misma dirección.

Las elecciones de la marmota llegan en el peor momento del calendario municipal, cuando los esfuerzos de los unos y los otros deberían estar centrados en sacar adelante unos buenos presupuest­os y en concretar un ambicioso programa de gobierno hasta el 2023. Los 18 concejales de Bcomú y del PSC precisarán de apoyos externos. Colau y Collboni son consciente­s de ello y deberían serlo también de la mala imagen que proyectarí­a el Ayuntamien­to aprobando las primeras cuentas de la nueva etapa mediante una prórroga de las anteriores o sometiéndo­se a una cuestión de confianza. Supondría comenzar con muy mal pie y trasladar, sobre todo ahora que resuenan con fuerza los augurios de una nueva recesión, un mensaje de desconfian­za a inversores y ciudadanía.

El líder de ERC, Ernest Maragall, y la jefa de filas de Jxcat, Elsa Artadi, han expresado su voluntad de negociar los presupuest­os, una declaració­n de intencione­s que abonan Ada Colau y Jaume Collboni. Por el bien de la ciudad ya sería hora de que, de una vez por todas, esas palabras fueran sinceras y que asistiéram­os en Barcelona a ese ejercicio de responsabi­lidad que no han querido practicar los líderes políticos españoles. Que la negociació­n presupuest­aria para el 2020 no sea, como desgraciad­amente viene siendo costumbre, otra farsa.

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