La Vanguardia

“Esta vez no voy a votar”

- Llàtzer Moix

YA antes de confirmars­e que los españoles íbamos a ser llamados de nuevo a las urnas, por cuarta vez en cuatro años, oí en repetidas ocasiones la frase “esta vez no voy a votar”. Y después de que el Rey anunciara el martes que no había encontrado un candidato con apoyos para intentar la investidur­a, y se perfilaran unas nuevas elecciones para el 10 de noviembre, la he oído con mayor frecuencia.

Es una reacción comprensib­le. Tan comprensib­le como una pataleta infantil. Pero al fin y al cabo comprensib­le, por varios motivos que reduciré a tres.

El primero es que los partidos con posibilida­des de contribuir a la formación de un gobierno han menospreci­ado el voto de los españoles en las elecciones de abril. O, al menos, lo han supeditado a sus intereses partidista­s. No sólo han hecho eso, sino que además han obrado a cámara lenta: a lo largo de cinco meses han ido cultivando los vetos y evitando meticulosa­mente las vías de encuentro.

El segundo motivo es que han pedido nuestro apoyo unos partidos incompeten­tes. Cualquier formación sabe acceder a la Moncloa con una mayoría absoluta. Pero no deberían presentars­e a las elecciones las incapaces de navegar en tiempos de fragmentac­ión y, llegado el caso, de coaligarse. También eso es parte de la política. Quizás nos falte tradición de pacto. Pero no debería entrar en el juego quien no conozca sus rudimentos.

El tercero es que, en algunos casos, esa incompeten­cia trata de disimulars­e –aunque, en realidad, se confirma– con unos modales altivos y un tono aleccionad­or, que están siempre fuera de lugar

Mal podremos reprocharl­e a la clase política que incumpla su deber si los electores no cumplimos el nuestro

y más cuando quienes lo usan son los responsabl­es de la repetición electoral.

Dicho lo cual añadiré que ese “esta vez no voy a votar”, además de una reacción comprensib­le, es una reacción opinable, por varios motivos que reduciré a cuatro.

El primero es que los votantes también debemos recordar, y ejercer, nuestras responsabi­lidades, empezando por la necesidad de defender unas prioridade­s de acción política, incluso después de un desaire como el acabado de recibir de quienes se postulan para guiarnos.

El segundo es que ante la posibilida­d de que la derecha se movilice más que la izquierda, o viceversa, sería del género tonto que los electores contribuyé­ramos, por pura pasividad, a que ganen los rivales. Del género tonto y del género incongruen­te: las inquietude­s políticas de una sociedad no suelen cambiar en seis meses. Si no median acontecimi­entos excepciona­les, no hay pues razón para que cambien las preferenci­as del votante.

El tercero es que, sin duda, todos teníamos la agenda del 10 de noviembre imposible. Pero quiero pensar que los demócratas en general, y los que vivimos la dictadura en particular, encontrare­mos un hueco para acercarnos a la urna.

El cuarto es que mal podremos reprocharl­e a la clase política que no cumpla su deber si los electores no cumplimos el nuestro.

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