Fantasmas y monstruos en Formentor
Las Conversaciones Literarias congregan en Mallorca a autores como Vitale, Ernaux, Vilas, Manguel o Mesa
Por los pasillos del hotel Formentor, en Mallorca, no sólo se pasea el fantasma de Winston Churchill, uno de sus huéspedes más célebres. Estos días, sobre todo, se escuchan las cadenas del de Carlos Barral, que siente interés por ver en qué ha convertido Basilio Baltasar, director de la Fundación Santillana, el premio y las Conversaciones Literarias que él organizó en los años sesenta y que fueron resucitados en el 2011. Este año, bajo el lema Monstruos, bestias y alienígenas, varios centenares de personas han asistido a los actos –que se clausurarán hoy– con la presencia de destacados escritores, como la premiada de este año, la francesa Annie Ernaux, Alberto Manguel, Manuel Vilas, Joumana Haddad, Laurence Debray, Marcos Giralt Torrente o José Ovejero, junto a editores míticos como Antoine Galimard y Jorge Herralde.
Justamente, ayer por la mañana, en una mesa dedicada a los 50 años de Anagrama, uno de sus autores, Jordi Gracia, aseguró que esta editorial “se ha convertido en algo menos radical de lo que Herralde quiso, ya que en sus primeros diez años fue un instrumento para acabar no solo con el franquismo sino con el capitalismo entero en Occidente, por cualquier medio. Pero, en los ochenta, a sus lectores politizados les vence el escepticismo o el desengaño, y eso acaba pesando más. Ahí entra en tromba la ficción y será ese modelo, basado en las novelas, el que trae el éxito comercial, muy lejos de lo que soñó el joven Herralde, aunque aún hoy siga latiendo en él ese fuego revolucionario”.
La última premio Cervantes, la uruguaya Ida Vitale, de 95 años, sostuvo, en línea con el lema del encuentro, que “son los temores los que atraen a los monstruos” y evocó, acto seguido, al poeta Juan Ramón Jiménez: “Era un problema a afrontar, corrían malas historias sobre sus obsesiones y manías, un amigo mío lo vio en su apartamento de Nueva York, pasando de incógnito de una habitación de su casa a otra protegido por un biombo que se hizo instalar para no tener que saludar a las visitas de su mujer. Juan Ramón se enojaba con sus alumnos, a los que exigía acatamiento. Y, encima, veía a mi maestro Bergamín, que caminaba como un bisabuelo, como un donjuán, para mí eso era incomprensible”.
Mientras Montserrat Sabater, la que fue mano derecha de Carlos Barral, rememoraba anécdotas del Formentor de los sesenta, el poeta Aurelio Major fue cazado en el jardín
“Juan Ramón se instaló un biombo para pasar de una habitación a otra sin saludar a las visitas de su mujer”, dice Vitale
del hotel arrancando lo que aseguró que son unas flores alucinógenas –campanitas– que crecen en unos arbustos y que provocaron en su día notables efectos en Antonin Artaud. Cristina Morales volvió a Barcelona rápidamente para apoyar a sus amigos okupas. En la carpa, los debates eran de altura: mientras el filósofo Víctor Gómez Pin se enzarzaba con una espectadora en una trifulca sobre si, según Descartes, existe o no un Dios que nos engaña, Sara Mesa recordaba una cita del extraterrestre de Kurt Vonnegut en Matadero cinco, alguien que había conocido 31 planetas habitados, y que decía: “Sólo en la Tierra se habla de libre albedrío”.