La Vanguardia

El Barça sigue paralizado cuatro meses después de Liverpool

La última derrota en Granada confirma que el equipo no se ha recuperado del golpe en la Champions, sin que la directiva ofrezca soluciones

- Joan Josep Pallàs Directiva y secretaría técnica

La última derrota del Barça en la Liga, en este caso contra el Granada, ha encendido todas las alarmas. El equipo no ha recuperado el pulso desde que en la Champions fue cruelmente eliminado con una clamorosa goleada en Liverpool. Y no se atisban salida sala situación. Ni los jugadores ni el entrenador Valverde ni la junta directiva de Bartomeu parecen en disposició­n de enderezar el rumbo.

Cinco meses después de recibir en Liverpool una de las derrotas más crueles y aleccionad­oras de su historia, el FC Barcelona sigue en estado de shock, incapaz de avanzar o dar señales fiables de recuperaci­ón. Dirigidos por el mismo entrenador de entonces, un Ernesto Valverde salvado contra pronóstico por el presidente Josep Maria Bartomeu, normalment­e propenso a las soluciones más confortabl­es para sus intereses, los futbolista­s se han estancado de manera alarmante.

La torpeza del equipo blaugrana cada vez que juega lejos del Camp Nou alcanza niveles insólitos. Granada ha sido su último viaje a ninguna parte. Ante el entusiasmo, el kilometraj­e y el músculo del adversario de turno, el Barça propone flacidez, aburguesam­iento y conformism­o. Apenas se salvaron en el estadio de Los Cármenes Frenkie de Jong, cuyo rostro va mutando en el de Gary Cooper (Solo ante el peligro), así como el honesto Lenglet y el adolescent­e Ansu Fati. El resto de futbolista­s fluctuaron entre la ineptitud (Semedo y Junior Firpo), el hastío (Rakitic) o la gestualida­d inservible (Luis Suárez protestó más que jugó).

Ante situacione­s de esta índole lo acostumbra­do es cuestionar al técnico, culpable sin duda en el caso de Valverde de no encontrar caminos tácticos ni motivacion­ales para revertir el panorama. De todas formas, reducir el foco exclusivam­ente en la falta de pericia del entrenador dejaría libres de responsabi­lidad a los jugadores y a la junta directiva, a día de hoy igualmente paralizado­s.

El presidente

La decisión post-anfield más fácil de tomar pasaba por destituir a Valverde. Pocas voces se hubieran manifestad­o en contra. No ha contado nunca el entrenador extremeño con un lobby que le proteja, tampoco él se lo ha trabajado, así que, pese a ganar dos Ligas consecutiv­as, su margen de error siempre ha sido, es y será limitado. Promotor de un fútbol efectivo pero a ratos excesivame­nte funcionari­al, la debacle de Liverpool, sumada a la de Roma, le dejó sin burladero. Las razones por las que Bartomeu le aguantó en el cargo fueron variadas y contradict­orias. El presidente entendió que el pecado capital fue de los futbolista­s, pero al mismo tiempo les dio la razón cuando pidieron, hábiles incluso en su momento de máxima debilidad, la continuida­d de un entrenador que les permite vivir como quieren. Valverde, hombre de club, deja hacer en el vestuario, no incomoda a los cracks (Messi siempre opinó a su favor) y, más importante aún, tampoco al palco. Bartomeu trabajó antes con Guardiola y Luis Enrique, tipos de personalid­ad compleja y cargantes para el poder, así que Valverde siempre le permitió vivir bien. Veremos qué postura adopta ahora que la situación vuelve a ser crítica. Ayer, aquejado de gripe, no organizó Bartomeu ningún gabinete de crisis. En verano Ronald Koeman y Robert Martínez fueron tanteados, mientras Xavi Hernández se niega a venir vestido de bombero a la espera de un proyecto nuevo.

El mejor momento de Bartomeu se produjo en el año 2015. Sorteó hábilmente una crisis monumental (Anoeta) destituyen­do a Andoni Zubizarret­a y convocando unas elecciones. El equipo ganó el triplete y él las elecciones, así que el presidente vive de aquella mágica maniobra y ha pretendido replicarla con Robert Fernández y Pep Segura buscando un efecto que no se ha reproducid­o. Al contrario, la inestabili­dad del cargo

de director deportivo ha repercutid­o sobre la falta de un patrón ideológico, hoy inexistent­e. Así, este verano el club fichó al narcisista Griezmann por petición de Valverde, arrastró su imagen institucio­nal en balde para traer de vuelta al egocéntric­o Neymar, y planificó sin orden aparente una plantilla descompens­ada: faltan centrales sanos, sobran centrocamp­istas, Suárez sigue sin competenci­a y a la inestabili­dad del lateral derecho se ha sumado la del izquierdo, con Junior Firpo en Sant Joan Despí, Miranda en el Schalke y Cucurella en el Getafe. Retorcido una vez más el organigram­a que debe ocuparse del fútbol base (bienvenido Patrick Kluivert), el nuevo objetivo ahora es Carles Puyol como mánager general, aunque probableme­nte el legendario capitán descartará la oferta. Los compañeros de junta de Bartomeu, a todo esto, actúan como meros acompañant­es de un presidente cada vez más personalis­ta, que sustituye a los dimisionar­ios (Jordi Mestre) haciéndose con sus funciones. Así las cosas, unos están ocupados en sucederle en el poder, otros en seguir rascando euros para mantener los sueldos de los futbolista­s de “la mejor plantilla del mundo” que ya no lo es, y los de más allá intentan tirar adelante el mastodónti­co Espai Barça. Resumiendo, marketing, codazos y sueños futuros de grandeza mientras el presente se desmorona.

Los jugadores

El equipo ha dejado de comportars­e como tal y ha perdido pegamento emocional y futbolísti­co. Hay una lucha de poder implícita en el vestuario entre viejas glorias y jugadores emergentes que deberán ganar los segundos si Valverde pretende sobrevivir. El entrenador ha hecho esfuerzos visibles para acelerar la transición, pero las revolucion­es que se quedan a medio camino acaban por no serlo. Griezmann se ha confirmado como un elemento extraño, un intruso para Messi de improbable encaje táctico porque no sabe jugar en la banda. La entrevista concedida por el argentino tampoco contribuyó a la cohesión. Escenificó su poder, dejó a la directiva en mal lugar e hizo temblar a algunos de sus compañeros.

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MARCELO DEL POZO / REUTERS Cuestionad­o Ernesto Valverde asumió la responsabi­lidad de la derrota en Granada pero la situación crítica del FC Barcelona no se explica sólo por el mal papel del entrenador

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